Una mujer está en la sala de espera de un
centro de medicina estética de Madrid. Tras darle muchas vueltas, por
fin se ha decidido. En cuestión de minutos va a despejar su frente de
arrugas. En la misma ciudad, otra mujer aguarda en la unidad del dolor
de un hospital. Lleva años con lumbalgia y hoy va a probar un nuevo
tratamiento. Dos situaciones muy diferentes y una misma solución.
Seguramente ambas lo conocen como Botox. Al igual que sucedió con
Viagra y Prozac, el nombre comercial se ha convertido en genérico. Que
se conozca un producto por el nombre acuñado es ya un éxito, pero si el
producto en cuestión se emplea en el ámbito cosmético y alude a
términos tan poco glamurosos como toxina y botulismo, resulta una
necesidad.
La toxina botulínica procede del bacilo anaerobio Gram negativo Clostridium botulinum,
responsable del botulismo, uno de cuyos síntomas es la parálisis
muscular; de hecho, es mortal si paraliza los músculos respiratorios.
Pero no existen venenos, sino dosis, así que en la proporción adecuada
tiene un efecto beneficioso en patologías donde el problema reside en
un movimiento involuntario del músculo.
Clostridium botulinum
produce ocho neurotoxinas (A, B, C 7, C 8, D, E, F y G). Todas ellas
son agentes paralizadores, por lo que cualquiera podría tener fines
terapéuticos, pero de momento sólo se usan el A y el B. Los dos
comparten estructura y mecanismo de acción, pero difieren en el punto
sobre el que actúan.
su acción
consiste en romper una de las proteínas que se hallan en las vesículas
presinápticas para bloquear la liberación de acetilcolina
Concepción Pérez, de la Unidad del Dolor del Hospital La Princesa, en Madrid, explica que "su
acción consiste en romper una de las proteínas que se hallan en las
vesículas presinápticas para bloquear la liberación de acetilcolina,
un neurotransmisor implicado en la producción de la contracción
muscular; de esta forma se paraliza el músculo. Cada tipo actúa sobre
una proteína, pero el efecto clínico es el mismo. Si en España
utilizamos más el A ha sido entre otras cosas porque no se disponía del
B, además de que hay más estudios con el primero. Pero ahora existe una
formulación muy cómoda del B, que no viene liofilizada, que nos
facilita mucho el trabajo".
La especialista lleva años empleando
la toxina botulínica como uso compasivo en el dolor miofascial, el que
aparece en el músculo por una contracción mantenida y que se
caracteriza por el espasmo muscular. "Cuando los tratamientos
convencionales no responden o lo hacen de forma parcial en ocasiones
recurrimos a la toxina botulínica". Al empezar a tratar las distonías
cervicales se reparó en que junto al espasmo disminuía el dolor
asociado a la contractura.
Por ello se pensó que podría
aplicarse a pacientes con dolor miofascial que no responden a terapias
convencionales, y que constituyen entre el 25 y el 50 por ciento del
total. "Es muy eficaz si se emplea en musculatura superficial (como en
el elevador de la escápula o en el trapecio); con ayuda de un
electromiógrafo localizamos la placa motora y administramos allí la
toxina que luego se distribuye al resto del músculo", detalla Pérez.
En
la musculatura profunda, en cambio, una radioscopia localiza la zona
afectada y se introduce un contraste que dibuja el huso muscular y
revela el lugar donde inyectar la toxina. "Un 75 por ciento de los
pacientes seleccionados responden de forma significativa a este
abordaje: ven disminuida de forma relevante su intensidad de dolor y
mejorada su calidad de vida; además, se puede conseguir un efecto más
duradero e importante si se asocia con un programa específico de
rehabilitación".
A pesar de
su inquietante origen, quienes la manejan coinciden en que, aplicada
por manos expertas y en pacientes adecuados, es un tratamiento seguro
A
pesar de su inquietante origen, quienes la manejan coinciden en que,
aplicada por manos expertas y en pacientes adecuados, es un tratamiento
seguro. Eduardo López Bran, dermatólogo del Hospital Clínico de
Madrid, apunta que "estudios realizados en 853 sesiones de tratamiento
consecutivas en pacientes con arrugas glabelares, que recibieron al
menos diez sesiones a lo largo de un periodo de tres a nueve años,
revelaron que el 99 por ciento no experimentó ningún efecto adverso
reseñable".
En el ámbito que le toca, Concepción Pérez se
muestra rotunda: "No existen casos no ya de fallecimiento, sino de
efecto secundario grave en los estudios publicados en dolor miofascial.
Los efectos secundarios aparecen en pacientes donde se empleó un exceso
de toxina o fuera de indicación". López Bran apostilla que "los casos
graves de debilidad muscular, disfagia o neumonía por aspiración son
raros y generalmente cuando se producen es en pacientes con
antecedentes de trastornos neurológicos subyacentes o dificultades de
deglución. De ahí la importancia de una correcta historia clínica y de
la utilización del producto por profesionales preparados y con los
medios idóneos". Los especialistas coinciden también en que se
ampliarán las indicaciones.
cada
vez vemos más aplicaciones". La cefalea tensional crónica y la vejiga
hiperactiva son algunas, pero también la acalasia y la fisura anal
crónica
Una autoridad en Botox, Linamara
Battistella, de la Universidad de Sao Paolo, en Brasil, y ex presidenta
de la Sociedad Internacional de Medicina Física y Rehabilitación,
asegura que "cada vez vemos más aplicaciones".
La cefalea tensional crónica y la vejiga hiperactiva son algunas, pero
también la acalasia y la fisura anal crónica. Battistella
investiga además en la obesidad mórbida: "La inyectamos por endoscopia
en el fondo del estómago para inducir sensación de saciedad. Podría ser
una alternativa a la cirugía bariátrica, aunque cara, porque hay que
repetir la aplicación cada tres semanas".
Probablemente su corta
vida sea la principal limitación. En dolor miofascial, a menudo
crónico, el efecto dura entre doce y dieciséis semanas, "dependiendo
del paciente", puntualiza Pérez. También hay sujetos que se vuelven
resistentes, "según se ha visto con el tipo A, aunque la creación de
anticuerpos no se ha correlacionado con la falta de eficacia en el B,
lo que nos da margen para extender el uso de la toxina en este tipo de
enfermos".
¿Se convertirá en una especie de aspirina -otro
nombre comercial ahora genérico-, en un remedio que parece servir para
todo? "No lo creo", dice Battistella. "Pero es una comparación
interesante, pues con los años vemos que el ácido acetilsalicílico gana
en indicaciones y, como ocurre con la toxina, sus potenciales efectos
adversos están muy vinculados a la dosis".
Autorizadas en España
Botox:
Comercializada por Allergan. Tipo A. Autorizada en España para
blefarospasmo, espasmo hemifacial y distonías focales asociadas,
distonía cervical, espasticidad focal e hiperhidrosis axilar; Dysport:
Ipsein. Tipo A. Blefarospasmo, espasmo hemifacial, distonía cervical,
espasticidad de brazo y pierna. (A finales de año se espera una
presentación para uso estético, comercializada por Galderma);
Neurobloc: Eisai Farmacéutica. Tipo B. Distonía cervical; Vistabel:
Allergan. Tipo A. Uso cosmético en arrugas y líneas de expresión en la
parte superior del rostro; Xeomin: Merz Pharma España. Tipo A.
Blefarospasmo y tortícolis espasmódica.
El uso cosmético en arrugas y líneas de expresión supone hoy más de la mitad de las aplicaciones de la toxina botulínica
El uso cosmético en arrugas y líneas de expresión supone hoy más de la mitad de las aplicaciones de la toxina botulínica.
No en vano lo último en Manhattan, cuna de tendencias del mundo, es que
las novias se regalen un tratamiento con Botox para el gran día; las
más osadas invitan incluso a las futuras suegras, sabedoras de la buena
acogida que tiene el do-the-botox. Sin despreciar el filón que supone
la industria estética, las primeras aplicaciones de la toxina fueron en
pacientes con estrabismo y distonía, y en los últimos años las
enfermedades que pueden beneficiarse de su uso no han parado de crecer.
Entre ellas se encuentra el dolor miofascial.
Uno de los más
comunes es la lumbalgia, que en más del 50 por ciento de los casos se
produce por la contractura del cuadrado lumbar y del iliopsoas. En la
imagen superior derecha se observa un tratamiento del dolor lumbar
secundario a un síndrome miofascial con afectación de músculo psoas (A)
y cuadrado lumbar (B); tras localizarlo con radioscopia y ver dibujado
el huso muscular se inyecta la toxina.
Una intoxicación que hizo historia
La
primera vez que se identificó al bacilo Clostridium botulinum como
causante del botulismo fue a finales del siglo XIX. En 1895, en la
localidad belga de Hainault, una orquesta era agasajada con un
tentempié tras su actuación. El plato principal fue jamón, de dudosa
procedencia según se deduce del hecho de que todos los músicos
enfermaron. El microbiólogo Emile Pierre van Ermengem aisló el bacilo
del jamón y de las víctimas. Más tarde los nazis se plantearon la
bacteria como arma biológica, pero abandonaron la idea ante la
posibilidad de un contraataque enemigo. No obstante, el ejército
estadounidense investigó y logró purificar la toxina tipo A.
El
oftalmólogo Alan Scott fue el primero en aplicarla para tratar el
estrabismo, en 1973. En la década de 1980, se iniciaron nuevos ensayos
en otros trastornos hasta que casualmente se vio en pacientes tratados
por blefarospasmo una reducción de las arrugas, y así nació su uso
cosmético.
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