En los próximos juegos olímpicos de china se van a llevar a cabo más de 4.500 análisis para controlar el dopaje, una lacra que ha minado la confianza de la población en el deporte y que arriesga la vida de miles de atletas en todo el mundo.
Si
Pierre de Coubertain —abanderado del juego limpio y convencido de que
en las competiciones atléticas lo importante es participar— levantase
la cabeza querría volver a morir al ver en lo que ha degenerado el
espíritu con el que quiso impregnar al acontecimiento deportivo más
importante del mundo, los Juegos Olímpicos, por culpa del dopaje.
Esta manera de hacer trampas ha ido desprestigiando todas las áreas
implicadas en el mundo del deporte (preparadores físicos, entrenadores,
jefes de equipo...) e, incluso, de la ciencia y la medicina y, además,
se está cobrando la vida de muchos atletas cada año. Todos los
implicados en la organización del encuentro de Pekín quieren que este
acontecimiento sea un verdadero ejemplo de transparencia y el punto de
partida de una revolución encaminada a recuperar la esencia olímpica.
Test numerosos y eficaces, investigación para atajar la picaresca,
campañas educativas para concienciar a los deportistas de que el fraude
no es una opción y sanciones mucho más duras a los embusteros son los
pilares de la lucha por el juego limpio.
«Antes regía la máxima de que lo importante es participar; luego la
prioridad fue ganar; de ahí se pasó a que para hacerlo había que tomar
todo tipo de sustancias, cuantas más mejor; progresivamente los
esfuerzos deportivos se centraron en diseñar programas de dopaje
capaces de eludir los controles y en el momento actual ha cobrado un
importancia inusitada pillar a los mentirosos sofisticando los métodos
de detección».
Éste es el descorazonador resumen sobre la progresiva corrupción de
la esencia atlética que hizo Michele Verroken, directora de la agencia
para la Integridad Deportiva de Reino Unido y consejera sobre métodos
antidopaje del Tour de Francia, cuya presente edición también se ha
visto salpicada por tres positivos, dos de ellos españoles.
La especialista, ponente en una jornada sobre la materia celebradas
hace unos días en Barcelona en el seno del Foro Eurocientífico 2008,
está firmemente convencida de que todo el deporte, especialmente los
Juegos Olímpicos (concebidos para hermanar a las naciones a través de
estas disciplinas) debe transmitir unos valores éticos que han quedado
atrás por culpa de las prácticas fraudulentas.
«Esto conlleva una amenaza triple: primero para el deportista, luego
para la salud pública y, finalmente, para la integridad del propio
deporte», declaró recientemente John Fahey, presidente de la Agencia
Mundial Antidopaje (WADA, sus siglas en inglés).
Los datos avalan las palabras de estos expertos. Un informe
elaborado por Verroken el pasado año reveló que uno de cada 100
alevines (en torno a 11 años) había recurrido al dopaje para mejorar su
capacidad física. Si se considera a los chavales de 15 años, el
porcentaje asciende a entre el 1,2% y el 3%.
«En total, el 44% de los atletas infantiles británicos ha usado
sustancias ilícitas alguna vez para aumentar su rendimiento; es una
locura», reflexiona la autora. Consecuencia directa de ello es que,
según una encuesta realizada por la cadena televisiva británica BBC, el
58% de la población general ha perdido la fe en el deporte por culpa
del dopaje.
Sin embargo, no todo es negativo. «Hace poco se consideraba que el fraude iba unos cinco años por delante de la legalidad.
Actualmente, esta distancia se ha acortado. Hemos alcanzado un gran
índice de fiabilidad», aclaró en Barcelona Francesco Botrè, director
científico del Laboratorio Antidoping de la Federación de Medicina
Deportiva Italiana, uno de los 34 acreditados por el Comité Olímpico
Internacional y la WADA para perseguir el dopaje internacional; también
en China.
Así, los 4.500 controles que se llevarán a cabo en Pekín arrojarán
unos resultados con un nivel de acierto próximo al 100%. «Partimos del
supuesto de que después de un positivo hay una sanción; así que la
evidencia ha de ser aplastante», explica Botrè que, no obstante,
reclama para el colectivo científico la misma confianza que para los
deportistas.
«Los que trabajamos en este área lo hacemos para mejorar el espíritu
deportivo, porque lo amamos y creemos en el juego limpio y honesto. No
nos mueve el deseo de pillar a alguien porque sí, aunque a veces se nos
presenta como manipuladores de pruebas o científicos chapuceros. No es
justo. Hay mucha gente que hace trampas y el hecho de que sean
absueltos no quiere decir que no las hayan cometido, sino que no se ha
podido demostrar», reclama el italiano.
En realidad, no son pocos los fraudes que finalmente han quedado en
agua de borrajas debido a supuestos defectos de forma o a un
contraanálisis llevado a cabo días o semanas tras el primer positivo.
Registro individual
«Hay muchas sustancias que se enmascaran con otras; algunas cuya
vida media en el organismo es muy corta, de forma que basta con
interrumpir su administración para que desaparezcan del torrente
sanguíneo e, incluso, de la orina, dejando en el aire una duda
aparentemente razonable», apostilla Botrè.
Para eliminar esos resquicios, los especialistas llevan varios años
trabajando en el diseño del denominado pasaporte biológico. Esto no es
más que un registro pormenorizado de todos los parámetros clínicos y
fisiológicos de cada atleta que se lleva a cabo de continuo (periodos
de entrenamiento, competición y descanso) para detectar si los valores
anómalos —en el nivel hormonal o en la cifra de hematocrito, por
ejemplo— se deben a la administración de alguna sustancia exógena (con
intenciones dopantes o para tratar una patología) o, por el contrario,
forman parte del estado natural del individuo.
A pesar de que todos los investigadores han ensalzado las ventajas
de este procedimiento y de que se está trabajando intensamente en su
desarrollo, no será hasta después de los juegos que están a punto de
inaugurarse cuando entre en vigor.
Valores éticos
No obstante, sería ingenuo pensar que únicamente con procedimientos
científicos es posible acabar con la lacra del dopaje. La tentación de
lograr un récord valiéndose de sustancias ilegales o de encubrir sus
uso mediante técnicas irregulares siempre estará ahí mientras los
valores asociados al deporte sigan estando corruptos.
«Hay que atacar al dopaje desde tres frentes: investigación limpia
que vaya por delante de los métodos para hacer trampas; detección cada
vez más rápida y fiable acompañada de duras sanciones y, sobre todo,
educación desde las categorías inferiores con el fin de inculcar a los
niños una ética deportiva alejada de la mentalidad del engaño», insiste
el presidente de la WADA.
Dicho planteamiento es más candoroso si cabe que el anterior, pero
los especialistas creen que estos tres pilares deben ir
indisolublemente unidos para recuperar la credibilidad perdida.
«Hay que admitir que los Juegos Olímpicos se han convertido en el
espectáculo de masas más popular del planeta y que en torno al deporte
se mueven muchos intereses económicos ajenos a la mera competición;
pero entonces nos tendremos que plantear que eso no es deporte; es otra
cosa», reflexiona Botrè.
Tanto él como otros especialistas han aplaudido la decisión de
patrocinadores como Saunier Duval o Barloworld de retirar su apoyo
financiero al ciclismo después de que dos integrantes del pelotón, el
italiano Riccardo Ricco y el español Moisés Dueñas, respectivamente,
dieran positivo por EPO en el presente Tour de Francia.
Para algunos, estas medidas son demasiado drásticas, dado que
afectan a otros integrantes del equipo que pueden estar compitiendo
limpiamente. Para otros, sin embargo, son las únicas que ofrecen
garantías.
«Cuando los castigos y las consecuencias no son ejemplarizantes, los
deportistas que juegan conforme a las reglas acaban sintiéndose como
unos memos. Es absurdo que la recompensa por competir honestamente sea
muy inferior a hacerlo con engaños», afirma Michael Shermer, editor
colaborador de la revista Scientific American, quién, además conoce los
entresijos del ciclismo porque hace años se dedicó a este deporte a
nivel profesional.
En varios de sus artículos ha hecho referencia a la corrupción que
desde años azota al ciclismo y a los motivos que llevan a todo el mundo
a participar de este ambiente antes incluso de despuntar.
«Cuando entras en un equipo que tiene instaurado un programa de
dopaje a ti simplemente te dan los productos y te plantean: ‘tómalos
para seguir con nosotros o no lo hagas y entonces tendrás todas las
posibilidades para no hacer carrera en el ciclismo’», sentencia Shermer.
Transparencia
Para evitar esta sensación de sentirse estúpidos a pesar de estar
haciendo lo correcto, han surgido varias iniciativas para luchar contra
el fraude y amparar a los deportistas honestos, precisamente, desde el
seno de los competidores. Así, tras el escándalo BALCO (un laboratorio
dedicado a hacer trampas en lugar de perseguirlas) y de cara a asegurar
más transparencia a partir del encuentro de Pekín, las autoridades
estadounidenses pusieron en marcha el programa Projecto Believe.
Una veintena de atletas de elite, entre los que figuran el nadador
Michael Phelps o la corredora Allyson Felix, forman parte de él de
manera voluntaria. Se someten a rigurosos controles de sangre y orina y
sus muestras se conservan congeladas durante cuatro años para realizar
nuevos análisis si fuera necesario o cuando las técnicas de rastreo
vayan avanzando.
Por su parte, las autoridades australianas han diseñado el Pure
Performance Program, una iniciativa similar que persigue el mismo
objetivo: devolver la credibilidad al deporte, a los deportistas y a
sus instituciones.
En esta tarea, la comunidad médica también tiene un importante
papel, ya que sin su participación hubiera sido imposible que el dopaje
hubiera alcanzado cotas tan altas.
Alain Garnier, director médico de la WADA, defiende que «incluso los
facultativos que piensan que puede haber un dopaje recomendable [para
aumentar la capacidad física del atleta de manera más segura] están
traicionando el principio básico de la práctica médica, que es cuidar
de la salud, no experimentar con ella o ponerla en peligro».
Michele Verroken se muestra tajante en este aspecto: «no es ético
hacer que el cuerpo sobrepase sus límites fisiológicos de esta forma».
Esta experta y sus colegas apuestan por un futuro en el que el famoso
lema olímpico Citius, altius, fortius (Más lejos, más alto, más fuerte,
traucido del latín) sea producto del tesón y del entrenamiento; no de
los fármacos.
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Medidas que se barajan |
Tolerancia cero. Los atletas que hayan
dado positivo en un control antidopaje seis meses antes de la
competición no podrán asistir a China. Se plantea los infractores y sus
preparadores sean inhabilitados de por vida y que, incluso, cumplan
penas de cárcel.
Amnistía. A partir de una fecha se establecería el perdón de
todos los atletas, que podrían 'redimirse' contribuyendo a perseguir el
dopaje.
Incentivos. Los investigadores que desarrollen métodos y pruebas que detecten el fraude deberían ser reconocidos debidamente.
Pasaporte biológico. Un registro de los parámetros clínicos de cada deportista contribuiría a detectar las prácticas fraudulentas.
Educación. Debe inculcarse el juego limpio desde las
categorías inferiores y fomentar el hecho de que los propios
deportistas rechacen a los tramposos. El fraude nunca ha de ser más
rentable que la competición honesta.
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Las expectativas y los peligros del dopaje genético |
Hace unos días, una televisión alemana emitió un
reportaje grabado con cámara oculta en la que científicos chinos
ofrecían una modalidad de ropaje genético a unos periodistas que se
hacían pasar por entrenadores. Aunque su método (infundir células madre
del cordón umbilical de recién nacidos) no tiene fundamento, este
suceso empaña la imagen de los que pretenden ser los Juegos más limpios
de la historia y pone el dedo en la llaga sobre lo que para los
tramposos es la panacea: la manipulación genética para fabricar
superdeportistas. Según Francesco Botrè, «es una realidad tan cercana o
tan lejana como la genóminca para curar dolencias».
Por su parte, Jordi Segura, director del laboratorio antidopaje del
IMIM de Barcelona, confirma que, si bien ahora no es una realidad,
«esta clase de fraude nos preocupa; debemos vigilarlo de cerca porque
será muy difícil de atajar». Una revisión, publicada en abril en el
British Journal of Pharmacology, revela que muchas ayudas que se quiere
obtener modificando la genética de los atletas se basan en
investigaciones con ratones y no se pueden extrapolar a los humanos
fácilmente. Además, se advierte de que este tipo de manejos puede tener
efectos adversos (cáncer, crecimiento descontrolado de tumores, muerte
prematura...) al menos tan graves como los que comportan la mayoría de
los productos empleados por los atletas tramposos actuales, con el
agravante de que las secuelas son más difíciles de revertir. En
cualquier caso, sus autores no ven descabellado que los que se empeñan
en desvirtuar el espíritu deportivo avancen en sus propósitos, así que
aconsejan mantenerse ojo avizor y atajarlos con ciencia vanguardista
que traten de anticiparse a un posible engaño de este tipo. |
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