Típicos y atípicos. Un nuevo estudio, realizado por investigadores del Instituto de Medicina Tropical e Higiene de Londres (Reino Unido), corrobora que todos los antipsicóticos incrementan las posibilidades de sufrir un infarto cerebral.
Primero fueron los prospectos de los fármacos de segunda generación
los que plasmaron este riesgo, sin embargo, las evidencias mostraron
que los pioneros suponían daños aún más graves para la salud
cerebrovascular de los pacientes. Un estudio publicado en el 'British Medical Journal' confirma que ambos medicamentos poseen este efecto nefasto.
Las primeras alarmas saltaron en 2002, refiriéndose a los estragos
que causaba la medicación en los pacientes aquejados de demencia. Dos
años después, a pesar de que todavía no se tenían pruebas claras, el
Comité del Reino Unido para la Seguridad de las Medicinas ya recomendó
que se evitase el uso de los fármacos en los individuos que presentaban
este tipo de trastorno. Las primeras investigaciones señalaban que si
después de un tiempo el fármaco no resultaba eficaz se retirase su
tratamiento.
El organismo que regula los medicamentos en Estados Unidos,FDA en sus siglas en inglés, obligó a las empresas farmacéuticas a contemplar en los prospectos de los antipsicóticos estos efectos, al advertir que aumentaban el riesgo de mortalidad entre los pacientes de mayor edad.
Los antipsicóticos son medicamentos de prescripción habitual para el
tratamiento de trastornos como la esquizofrenia. Su uso continuado
puede provocar accidentes cerebrovasculares como infartos cerebrales,
ya sean isquémicos o hemorrágicos. Los fármacos típicos más recetados
en el país anglosajón son las fenotiacinas, mientras que los atípicos
más comunes, o de segunda generación, son las risperidonas.
Para el estudio fueron analizados los datos de 6790 pacientes con un incidente registrado de ictus y, al menos, una prescripción de cualquier antipsicótico
realizada entre el 1988 y el 2002. Las historias médicas fueron
extraídas de la Base de datos de Investigación de Prácticas Generales
(GPRD), que contiene la información clínica de más de seis millones de
pacientes certificados en más de 400 prácticas generales en el Reino
Unido.
Los resultados mostraron que ambas generaciones del medicamento
suponen un riesgo para la salud del paciente, pero los científicos
ingleses han encontrado ligeras diferencias entre la intensidad de los
problemas acarreados por el tratamiento. Los directores del estudio,
Ian Douglas y Liam Smeeth, han advertido que los efectos secundarios
eran dos veces más frecuentes en los pacientes tratados con los
fármacos de segunda generación y contabilizaron un aumento del riesgo
del 1,73 para los que habían ingerido los llamados medicamentos típicos
o de primera generación. Además, los síntomas eran más marcados cuando
ya se había diagnosticado un caso de demencia, ya que que las
posibilidades de sufrir un cuadro de infarto cerebral eran tres veces
superiores.
Douglas y Smeeth recomiendan a los servicios médicos "que eviten
prescribir este tipo de tratamientos a los pacientes con demencia en la
medida de lo posible", ya que, como reza el refranero popular, el
remedio podría ser peor que la enfermedad. No obstante, "si el uso de
los antipsicóticos es necesario, es preferible optar por los de primera generación", tal y como recoge el documento publicado.
En contraprestación, los doctores señalan que los antipsicóticos
podrían ser empleados para tratar a individuos más jóvenes, ya que la
mayoría de la muestra se situaba próxima a los 80 años, y siempre en
los casos en los que no se hubiese dado ningún episodio de demencia.
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