Los cardiólogos alertan sobre el riesgo coronario que comporta una reducción excesiva de la presión sanguínea.
Pese a que autoridades mundiales, como el catedrático Giuseppe Mancia (Milán, Italia), sostienen que las arterias bien tratadas no tienen edad y que nadie es hipertenso por el simple hecho de ser anciano, las guías al uso para el tratamiento de la hipertensión arterial incluyen la edad avanzada junto al tabaco, el colesterol, la obesidad o la diabetes en el listado de factores de riesgo que disparan los valores normales de presión sanguínea. Por otro lado, los expertos recomiendan mucho cuidado a la hora de disminuir los niveles de presión.
Hasta hace bien poco, las guías de tratamiento certificaban que cuanto más se consiga disminuir la presión arterial de un individuo hipertenso (empleando para ello dos, tres o incluso cuatro agentes antihipertensivos) mayor parece la reducción de su riesgo cardiovascular. Ensayos clínicos recientes, como el ONTARGET, han puesto "peros" a dicha tendencia, y los cardiólogos se conjuran ahora para denunciar el riesgo coronario al que se exponen los ancianos que disminuyan su presión sanguínea más allá de lo conveniente.
En el transcurso de un encuentro internacional de hipertensión celebrado el pasado junio en Berlín, Alemania, Rainer Düsing, de la Clínica Universitaria de Bonn, explicó a los allí congregados el porqué de semejante paradoja.
Presión sistólica aislada
A medida que avanza la edad, los vasos sanguíneos experimentan cambios estructurales y funcionales de importancia, que suelen desembocar en una hipertensión sistólica (máxima) aislada, bien típica de pacientes ancianos. Düsing explica que "este tipo de hipertensión es muy difícil de controlar con fármacos, pero lo peor es que una insistencia a la hora de normalizar la sistólica elevada sin verificar la evolución de los valores diastólicos puede desembocar en un infarto coronario".
Matiza Düsing que cualquier tipo de hipertensión supone por sí sola un riesgo de infarto o ictus en un paciente anciano y que queda fuera de discusión la necesidad imperativa de tratar a estos pacientes. Si el anciano es diabético, padece hiperlipidemia, disfunción renal o ha fumado toda su vida, la hipertensión sistólica aislada representa un riesgo que pone en jaque su misma supervivencia.
"Pero lo importante es considerar la situación de cada paciente en particular, sin perseguir objetivos de control a ciegas y monitorizando con regularidad la evolución de los valores, a fin de reconocer si se está tratando demasiado o demasiado poco la hipertensión en curso", añade el experto.
La elección del fármaco con el que tratar es crucial en dichos pacientes, "puesto que muchos tienen una diastólica (mínima) normal que, ante un tratamiento que disminuya tanto los valores sistólicos como diastólicos, ocasionará una hipotensión diastólica en oposición a la intratable hipertensión sistólica aislada". Se sabe que una disminución de la diastólica por debajo de los 70 milímetros de mercurio (mmHg) en un paciente anciano incrementa su riesgo de infarto coronario. "La clave está en un seguimiento exhaustivo de este tipo de pacientes", añade este especialista.
Presión de pulso
La calcificación de los vasos sanguíneos (arteriosclerosis)
endurece la pared de las grandes arterias, como la aorta, y las expone
a lesiones irreversibles. El resultado de esta disfunción vascular es
un aumento progresivo de la hipertensión sistólica aislada, quedando la
presión diastólica en los valores de referencia.
Para la identificación de este particular patrón hipertensivo,
Düsing reivindica la presión de pulso, una medida ancestral que no ha
perdido vigencia en la medicina oriental pero que, en occidente, se vio
en su día superada por las dos medidas sistólica y diastólica. Consiste
simplemente en restar una (la diastólica) de la otra (la sistólica) y
vigilar que no exceda los 40 mmHg.
ESPECIALISTAS EN HIPERTENSIÓN, AL DÍA
La medicina envejece sin perder un ápice de vitalidad. A cada
descubrimiento sigue otro, y las costumbres y conocimientos andan
permanentemente de mudanza. Lamentablemente no ocurre lo mismo con los
profesionales de la medicina. Ángel Luis Martín de Francisco,
presidente de la Sociedad Española de Nefrología (SEN), da por sentado
"que un médico a los 50 años de edad, tan sólo utiliza el 2% de los
conocimientos que aprendió durante la carrera; por lo que resulta
fundamental su formación continuada".
Aunque existen algunas ayudas por parte de las administraciones
públicas, Martín de Francisco admite que en España "la promoción de la
formación continuada corre casi siempre a cargo de la industria
farmacéutica". No es una relación fácil, y menos aún en la
hipertensión, terreno en el que los fármacos cambian de escalón con
asombrosa asiduidad y en el que las indicaciones y contraindicaciones
admiten cada vez más puntos de vista.
Puesto que la puesta al día de los especialistas en hipertensión
parece esencial y no puede ser absorbida de momento por los entes
públicos, el presidente de los nefrólogos españoles aboga por mantener
esta relación formativa con las empresas farmacéuticas dentro de los
aspectos éticos más exigentes: "Las sociedades científicas debemos
velar por una total independencia de nuestros mensajes en reuniones y
congresos, rechazando todo tipo de incentivos que no vayan dirigidos a
una mejora de la calidad asistencial y científica de nuestras
instituciones... Mucho hemos avanzado en este campo y mucho más hemos
de hacerlo en el futuro".
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