Podrá ser difícil, pero tampoco es una misión imposible. Lograr vencer
la resistencia que muchos chicos presentan ante las frutas y las
verduras requiere de paciencia, ingenio, perseverancia y, por sobre
todo, de convicción en la importancia de adoptar desde la infancia una
alimentación saludable.
"El bajo consumo de frutas y verduras en los niños es un problema que
vemos habitualmente en la consulta, aquí en la Argentina como en todo
el mundo", dijo a LA NACION la licenciada en nutrición Beatriz Grippo,
investigadora del Centro de Estudios sobre Nutrición Infantil (Cesni) y
coautora de una serie de libros que buscan por medio del cuento
despertar en los chicos la atracción por las frutas y por las verduras.
Una atracción que no se ve reflejada en los estudios locales sobre
alimentación infantil. Según mostró la Encuesta Nacional de Nutrición y
Salud realizada recientemente por el Ministerio de Salud de la Nación,
sólo el 7% de las calorías que incorporan los chicos de entre 2 y 6
años provienen de las frutas y las verduras.
"Distintos estudios sugieren que lo aconsejable sería que los niños
incorporen el 17% de sus calorías a partir de las frutas y las
verduras, cuando en la Argentina no llegamos ni a la mitad de esa
recomendación", comentó la licenciada Paula Pueyrredón, también del
Cesni y coautora junto con Grippo de los libros Verdulín y Frutilandia (Ed. Lumen, 2008), que incluyen recetas sencillas con frutas y verduras (ver Cuatro recetas ).
Pero no sólo se come poca fruta y verdura, advirtió Pueyrredón: "Es muy
pobre la variedad de estos alimentos que se les ofrece a los niños. La
encuesta del Ministerio mostró que las verduras consumidas en mayor
proporción son la papa, la cebolla, el tomate en conserva y la
zanahoria; la fruta más consumida es la banana".
De muchas frutas y verduras, los chicos no conocen ni el nombre,
agregó Grippo. "Para los niños que vemos a los 8 u 11 años, que llegan
al consultorio por problemas de obesidad, hay verduras que no saben que
existen, que jamás las han visto siquiera. La idea de los libros es
tratar de llegar a muchos más niños y muchos más padres de los que
vemos en el consultorio."
Neofobia y rechazo
Neofobia, ése es el nombre que los nutricionistas le han puesto
a la cara de "no me gusta" que ponen los bebes ante un alimento
desconocido. Y, vale la pena tenerlo siempre presente, es una reacción
universal que nada tiene que ver con las virtudes culinarias de cada
madre o padre. "Es un mecanismo natural ante cada nuevo alimento, que
hay que vencer insistiendo, pero sin forzarlo al niño a comer",
aconsejó Pueyrredón. Hay estudios que sugieren que hay que insistir en
un mismo alimento 15 veces antes de desistir.
Quizá lo peor de la neofobia es que, una vez superada, a veces
vuelve. "A partir de los 2 o 3 años, es común que un niño empiece a
rechazar un alimento que le gustaba. Esto tiene que ver con un momento
en que el niño comienza a formar su carácter y lo demuestra a través de
la comida. Hay que tomárselo con paciencia."
A veces, la lucha por incorporar frutas y verduras al menú infantil
resulta ser eso: una verdadera lucha. Es por eso que las licenciadas
Grippo y Pueyrredón aportan unas cuantas ideas para salir airosos en la
batalla:
Evitar la monotonía: no ofrecer al chico siempre las mismas
frutas y verduras, y tratar de variar incluso su preparación. "No hay
que aburrirlo, ya que la monotonía puede hacer que pierda la
preferencia que habíamos logrado que tenga por cierto alimento."
No complicarse: las comidas que requieren mucha elaboración
pueden volverse en contra. "Hay que preferir preparaciones sencillas
que se pueden reproducir en lo cotidiano, ya que hoy los padres no
tienen mucho tiempo para cocinar."
Cocinar con los chicos: hacerlos partícipes de la
preparación de comidas con frutas y verduras es un buen incentivo.
"Cuando los chicos ayudan en la cocina, siempre prueban la comida, y
que prueben un alimento que no conocen es un punto a favor."
No disfrazar las verduras: procesarlas para disimularlas en
las comidas puede aumentar su consumo, pero no hará que los chicos las
consideren como una posibilidad. "El disfraz no permite que el niño
conozca las verduras, sus sabores y sus texturas."
Por último, dijo Grippo, los padres son quienes deben decidir qué
comen sus hijos. "Cuando es uno el que les pregunta qué quieren comer,
está perdido", afirmó.
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