New England se hace eco esta semana de la polémica en torno al uso de las estatinas en niños. Y lo tiene claro: mejor prevenir que curar.
El pasado mes de julio la Academia Americana de Pediatría (AAP, por sus
siglas en inglés) publicó la revisión de las recomendaciones sobre el
manejo de la hipercolesterolemia en niños. Sólo unos cuantos días
después de dicha publicación se ha producido una gran controversia que
ha pillado por sorpresa a muchos miembros de la comunidad pediátrica.
Tanto
la AAP como el Programa Nacional de Educación sobre el Colesterol han
estado recomendando el cribado objetivo y el tratamiento farmacológico
durante casi dos décadas. Entonces, ¿qué ha suscitado este repentino
chaparrón de atención mediática? Ésta es la cuestión principal que
aborda un artículo de Sarah de Ferranti y David S. Ludwig, ambos del
Hospital Infantil de Boston, y que se publica en el último número de
The New England Journal of Medicine.
La AAP justifica su informe
por la creciente evidencia de que la ateroesclerosis comienza en una
edad temprana y que el tratamiento de la hipercolesterolemia en niños
puede reducir el riesgo de sufrir una patología cardiovascular en un
futuro.
Las nuevas recomendaciones representan, para la mayoría,
cambios en la práctica previa: cribados más exhaustivos, énfasis en la
mejora de la calidad de las grasas dietéticas en lugar de reducir el
consumo total de grasas, así como disminuir la edad a la que puede ser
instituido el tratamiento farmacológico (de los 10 a los 8 años). Pero
el cambio más controvertido es la inclusión de las estatinas como
potenciales agentes farmacológicos de primera línea.
ControversiaLas
estatinas han sido ampliamente estudiadas y tienen un perfil de
seguridad y de efectos adversos razonable en adultos. Sin embargo, se
dispone de datos limitados a corto plazo que demuestran que las
estatinas parecen seguras en niños, aunque se carece de un seguimiento
a largo plazo. A los 8 años de edad, el cerebro de un niño y otros
órganos continúan en estados dinámicos de crecimiento y desarrollo, lo
que aumenta la preocupación de que el inicio temprano de la
farmacoterapia a largo plazo podría afectar de manera adversa al
sistema nervioso central, a la función inmune, a las hormonas, al
metabolismo energético y a otros sistemas.
El trasfondo de esta
controversia tiene su origen en la epidemia de obesidad en Estados
Unidos y, cada vez más, en el resto del mundo. De hecho, la palabras
obeso u obesidad aparecen más de veinte veces en el informe 2008 de la
AAP. Durante los últimos 25 años, la prevalencia de la obesidad
pediátrica se ha triplicado.
Investigaciones recientes sugieren
que el aumento del peso corporal en la infancia, incluso dentro de las
cifras consideradas normales, está fuertemente relacionado con el
riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares en la edad adulta. Por
ello, algunos expertos predicen que la esperanza de vida en Estados
Unidos descenderá por primera vez en más de un siglo a menos que se
haga algo contra la obesidad infantil.
Dada la urgencia de esta
situación, el comité de expertos encargado de las nuevas guías clínicas
de la AAP debía hacer frente a la nada envidiable tarea de equilibrar
los riesgos desconocidos asociados con la terapia farmacológica en
niños con la posibilidad de que el infarto de miocardio sea algo común
en los adultos jóvenes. En este escenario, la comunidad pediátrica
cuenta con muy pocas opciones.
La recomendación de emplear
estatinas en niños parece haber golpeado a la opinión pública,
despertándola del letargo y planteándole de forma directa todas las
implicaciones de la epidemia de obesidad que acecha a la sociedad
actual. Una cosa es tratar a un niño que tiene un defecto hereditario
en el metabolismo del colesterol y otra bien diferente extender el
tratamiento a los niños que están en riesgo de sufrir enfermedades
cardiovasculares por llevar un estilo de vida poco saludable pero, al
fin y al cabo, modificable.
Uno másAún no
se sabe cuántos niños y adolescentes cumplirán los criterios para el
tratamiento con estatinas por los efectos de la obesidad, una dieta
pobre o inactividad física. Los niveles altos de LDL sólo representan
uno de tantos factores de riesgo dentro de un estilo de vida poco
saludable, y entre las alteraciones lipídicas, los niveles bajos de HDL
y los niveles altos de triglicéridos parecen estar más asociados con un
exceso de peso corporal.
Por encima de cuántos niños podrán
recibir tratamiento con estatinas bajo el consejo de estas nuevas
guías, la cuestión más importante es si se tiene la intención de tratar
la obesidad pediátrica con un arsenal aún mayor de fármacos para
adultos (betabloqueantes, diuréticos, aspirina, sintetizadores de
insulina e insulina), ya que una vez que se abra esta puerta la
industria farmacéutica la cruzará felizmente. En lugar de reducir el
número de anuncios de comida basura, ¿estamos destinados a ver anuncios
promocionando el uso de fármacos contra el colesterol en niños?
La
intensa cobertura mediática de la nueva política sobre el uso de
estatinas ha arrojado luz sobre la profunda desconexión cultural entre
la buena voluntad para tratar las patologías con fármacos y la desgana
para instituir medidas preventivas de salud pública. Dichas medidas
deberían incluir una regulación del márketing dirigido a la población
infantil, una mejora de la calidad nutricional en los centros
escolares, la promoción de la actividad física y la ampliación de
fondos para los programas de prevención y tratamiento de la obesidad.
Si
las recomendaciones de la Academia Americana de Pediatría han ayudado a
arrojar luz sobre dicha desconexión, entonces su mayor efecto no
debería ser en los niños que recibirán tratamiento farmacológico para
la hipercolesterolemia sino en los adultos, que son responsables del
mundo en el que viven los niños.
No es lo mismo tratar a un niño
con un defecto hereditario en el metabolismo del colesterol que a otro
que lleva un estilo de vida poco saludable
El análisis de Sarah
de Ferranti y David S. Ludwig viene a confirmar los datos que recogía
recientemente Diario Médico. Y es que, además de reconocer que son
escasos los datos sobre el uso de fármacos en niños, la mayoría de los
especialistas coinciden en que las patologías en aumento, como la
obesidad, la hiperlipemia y la hipertensión, se deben intentar
controlar, en primera instancia, con medidas no farmacológicas.
La
obesidad plantea problemas importantes y por ello se precisa la
concienciación e implicación del entorno del niño para cambiar su
estilo de vida, tanto dieta como ejercicio. Es necesaria una
intervención multidisciplinar en la que se incluya la participación de
los educadores, autoridades sanitarias y, por supuesto, la familia. Sin
duda, la conclusión es que el tratamiento farmacológico debe quedar
restringido a cuando ha fracasado todo lo anterior.
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