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Uso pediátrico de las estatinas: polémica servida PDF Imprimir E-Mail
Diario Médico   
Tuesday, 30 de September de 2008

New England se hace eco esta semana de la polémica en torno al uso de las estatinas en niños. Y lo tiene claro: mejor prevenir que curar.

El pasado mes de julio la Academia Americana de Pediatría (AAP, por sus siglas en inglés) publicó la revisión de las recomendaciones sobre el manejo de la hipercolesterolemia en niños. Sólo unos cuantos días después de dicha publicación se ha producido una gran controversia que ha pillado por sorpresa a muchos miembros de la comunidad pediátrica.

Tanto la AAP como el Programa Nacional de Educación sobre el Colesterol han estado recomendando el cribado objetivo y el tratamiento farmacológico durante casi dos décadas. Entonces, ¿qué ha suscitado este repentino chaparrón de atención mediática? Ésta es la cuestión principal que aborda un artículo de Sarah de Ferranti y David S. Ludwig, ambos del Hospital Infantil de Boston, y que se publica en el último número de The New England Journal of Medicine.

La AAP justifica su informe por la creciente evidencia de que la ateroesclerosis comienza en una edad temprana y que el tratamiento de la hipercolesterolemia en niños puede reducir el riesgo de sufrir una patología cardiovascular en un futuro.

Las nuevas recomendaciones representan, para la mayoría, cambios en la práctica previa: cribados más exhaustivos, énfasis en la mejora de la calidad de las grasas dietéticas en lugar de reducir el consumo total de grasas, así como disminuir la edad a la que puede ser instituido el tratamiento farmacológico (de los 10 a los 8 años). Pero el cambio más controvertido es la inclusión de las estatinas como potenciales agentes farmacológicos de primera línea.

Controversia

Las estatinas han sido ampliamente estudiadas y tienen un perfil de seguridad y de efectos adversos razonable en adultos. Sin embargo, se dispone de datos limitados a corto plazo que demuestran que las estatinas parecen seguras en niños, aunque se carece de un seguimiento a largo plazo. A los 8 años de edad, el cerebro de un niño y otros órganos continúan en estados dinámicos de crecimiento y desarrollo, lo que aumenta la preocupación de que el inicio temprano de la farmacoterapia a largo plazo podría afectar de manera adversa al sistema nervioso central, a la función inmune, a las hormonas, al metabolismo energético y a otros sistemas.

El trasfondo de esta controversia tiene su origen en la epidemia de obesidad en Estados Unidos y, cada vez más, en el resto del mundo. De hecho, la palabras obeso u obesidad aparecen más de veinte veces en el informe 2008 de la AAP. Durante los últimos 25 años, la prevalencia de la obesidad pediátrica se ha triplicado.

Investigaciones recientes sugieren que el aumento del peso corporal en la infancia, incluso dentro de las cifras consideradas normales, está fuertemente relacionado con el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares en la edad adulta. Por ello, algunos expertos predicen que la esperanza de vida en Estados Unidos descenderá por primera vez en más de un siglo a menos que se haga algo contra la obesidad infantil.

Dada la urgencia de esta situación, el comité de expertos encargado de las nuevas guías clínicas de la AAP debía hacer frente a la nada envidiable tarea de equilibrar los riesgos desconocidos asociados con la terapia farmacológica en niños con la posibilidad de que el infarto de miocardio sea algo común en los adultos jóvenes. En este escenario, la comunidad pediátrica cuenta con muy pocas opciones.

La recomendación de emplear estatinas en niños parece haber golpeado a la opinión pública, despertándola del letargo y planteándole de forma directa todas las implicaciones de la epidemia de obesidad que acecha a la sociedad actual. Una cosa es tratar a un niño que tiene un defecto hereditario en el metabolismo del colesterol y otra bien diferente extender el tratamiento a los niños que están en riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares por llevar un estilo de vida poco saludable pero, al fin y al cabo, modificable.

Uno más

Aún no se sabe cuántos niños y adolescentes cumplirán los criterios para el tratamiento con estatinas por los efectos de la obesidad, una dieta pobre o inactividad física. Los niveles altos de LDL sólo representan uno de tantos factores de riesgo dentro de un estilo de vida poco saludable, y entre las alteraciones lipídicas, los niveles bajos de HDL y los niveles altos de triglicéridos parecen estar más asociados con un exceso de peso corporal.

Por encima de cuántos niños podrán recibir tratamiento con estatinas bajo el consejo de estas nuevas guías, la cuestión más importante es si se tiene la intención de tratar la obesidad pediátrica con un arsenal aún mayor de fármacos para adultos (betabloqueantes, diuréticos, aspirina, sintetizadores de insulina e insulina), ya que una vez que se abra esta puerta la industria farmacéutica la cruzará felizmente. En lugar de reducir el número de anuncios de comida basura, ¿estamos destinados a ver anuncios promocionando el uso de fármacos contra el colesterol en niños?

La intensa cobertura mediática de la nueva política sobre el uso de estatinas ha arrojado luz sobre la profunda desconexión cultural entre la buena voluntad para tratar las patologías con fármacos y la desgana para instituir medidas preventivas de salud pública. Dichas medidas deberían incluir una regulación del márketing dirigido a la población infantil, una mejora de la calidad nutricional en los centros escolares, la promoción de la actividad física y la ampliación de fondos para los programas de prevención y tratamiento de la obesidad.

Si las recomendaciones de la Academia Americana de Pediatría han ayudado a arrojar luz sobre dicha desconexión, entonces su mayor efecto no debería ser en los niños que recibirán tratamiento farmacológico para la hipercolesterolemia sino en los adultos, que son responsables del mundo en el que viven los niños.

No es lo mismo tratar a un niño con un defecto hereditario en el metabolismo del colesterol que a otro que lleva un estilo de vida poco saludable

El análisis de Sarah de Ferranti y David S. Ludwig viene a confirmar los datos que recogía recientemente Diario Médico. Y es que, además de reconocer que son escasos los datos sobre el uso de fármacos en niños, la mayoría de los especialistas coinciden en que las patologías en aumento, como la obesidad, la hiperlipemia y la hipertensión, se deben intentar controlar, en primera instancia, con medidas no farmacológicas.

La obesidad plantea problemas importantes y por ello se precisa la concienciación e implicación del entorno del niño para cambiar su estilo de vida, tanto dieta como ejercicio. Es necesaria una intervención multidisciplinar en la que se incluya la participación de los educadores, autoridades sanitarias y, por supuesto, la familia. Sin duda, la conclusión es que el tratamiento farmacológico debe quedar restringido a cuando ha fracasado todo lo anterior.



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