Media hora de actividad física al día, si se quiere, dividida en dos
tandas de 15 minutos o tres de 10, pero no menos. Eso fue lo que, en
1995, recomendaron la Asociación Americana del Corazón y el Colegio
Americano de Medicina del Deporte, de los Estados Unidos, como
actividad física diaria mínima para mantenerse a salvo de los males
asociados al sedentarismo.
El año pasado se publicó una actualización de esas recomendaciones, en
las que se agregaba que la actividad física debe ser de una intensidad
al menos moderada, junto con la propuesta de realizar al menos dos
veces a la semana ejercicios que aumenten o mantengan el tono
muscular, dijo el doctor Jorge Franchella, director del Curso de
Especialista de Medicina del Deporte de la Universidad de Buenos Aires
(UBA).
En un mundo donde enfermedades como la obesidad, la diabetes o la
hipertensión alcanzan dimensiones epidémicas, la actividad física
debería ser prescripta del mismo modo en que se prescribe el uso de un
medicamento. Nadie debería irse de la consulta con el médico de
familia sin que éste le pregunte qué actividad física realiza y sin que
le dé una recomendación sobre cuál debería realizar -dijo Franchella-.
El problema es que los médicos no contamos con la preparación para
prescribir actividad física.
Es por eso que, días atrás, el curso de posgrado de medicina del
deporte que dirige Franchella organizó la Jornada Internacional
Actividad Física y Factores de Riesgo, en la que expertos en obesidad,
diabetes, hipertensión, colesterol elevado y enfermedad vascular
periférica discutieron qué tipo de actividad física recomendar o
desaconsejar a cada persona en función de su perfil de salud.
Es necesario que el médico clínico o de familia sepa cuál es el
tipo de actividad física que debe recomendar a cada persona, con qué
intensidad, con qué frecuencia y por cuánto tiempo.
Efectos positivos
Obesidad, diabetes, hipertensión, colesterol elevado y
enfermedad vascular periférica son las afecciones sobre las que se
discutió en la jornada sobre actividad física. Lo que tienen en común
las cinco es que, en quienes las padecen, la actividad física es capaz
de revertir en parte sus efectos negativos cuando se la adiciona al
tratamiento médico, comentó Franchella.
En la obesidad, por ejemplo, la actividad física es clave para
lograr un descenso de peso. Pero el exceso de peso obliga a que cuando
el médico le prescribe actividad física a un paciente obeso evite
actividades que impliquen grandes esfuerzos o saltos, ya que éstos
pueden dañar las articulaciones.
La natación o los ejercicios aeróbicos acuáticos son dos buenos ejemplos de actividades que no sobrecargan las articulaciones.
En el caso de las personas con diabetes, la actividad física mejora
el uso del azúcar por parte de las células del organismo, lo que reduce
su dañina presencia en el torrente sanguíneo. Los diabéticos deben
evitar cualquier actividad que pueda provocar el roce de la piel con
las medias o las zapatillas, ya que la diabetes implica una dificultad
en la curación de las lesiones en los pies, advirtió Franchella.
Las personas con diabetes deben saber también que si en el momento
de iniciar una actividad física los niveles de azúcar en sangre están
por debajo de 100 mg/dl no es conveniente realizarla, lo mismo que si
esos niveles están por arriba de 400 mg/dl. Entre 200 y 300 mg/dl, la
actividad física debe realizarse bajo supervisión médica.
Quienes presentan alteraciones del colesterol (o dislipemias),
comentó Franchella, no deben esperar efectos benéficos inmediatos a
partir de la práctica deportiva. Las mejorías se observan a los 2 o 3
meses de iniciada la actividad física, en especial en los pacientes con
triglicéridos elevados. En ellos es más importante la duración del
ejercicio que su intensidad.
En los hipertensos, los efectos positivos de la actividad física un
descenso de la presión arterial se pueden observar durante las 10 a 12
horas posteriores a su realización. Sin embargo, deben evitar todo
esfuerzo como el que implica levantar pesos o cargas, ya que pueden
elevar la presión arterial.
Por último, entre quienes padecen enfermedad vascular periférica,
que se caracteriza por una disminución en el flujo sanguíneo de las
piernas, la planificación de las caminatas es fundamental. Es
importante determinar cuál es la distancia en la cual aparece el dolor
en las piernas, para no caminar más del 70% de esa distancia en cada
caminata, señaló Franchella.
Así, si una persona comienza a sentir dolor en las piernas después
de caminar diez cuadras, no debería caminar más de siete cuadras en
cada caminata. La sucesión de esas caminatas, que deberían ser
diarias, permitirá prolongar la distancia a la que aparece el dolor.
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