El mayor estudio
sobre salud cardiovascular realizado hasta ahora señala que los
fallecimientos por infarto de miocardio están disminuyendo de forma
repentina. La sociedad pierde miedo a los infartos.
Las técnicas de resucitación cardiaca y las estrategias de prevención
secundaria evitan muchas muertes, si bien subsisten millones de
corazones frágiles y en situación comprometedora. Los últimos estudios
vinculan la insuficiencia cardiaca a un riesgo de osteoporosis y,
proscrito el tabaquismo, las quejas de los cardiólogos se centran en la
alimentación occidental.
Un nuevo análisis de los datos recabados en el Estudio de Framingham, el mayor estudio epidemiológico de salud cardiovascular llevado a cabo en la historia, pone de relieve que las muertes por infarto de miocardio están descendiendo de forma brusca en las últimas décadas. La mala noticia, como suscriben los autores en la revista "Circulation", es que la tasa de insuficiencia cardiaca crece sin parar. "Pacientes muy graves, que habrían fallecido hace tan sólo dos décadas en las unidades de vigilancia intensiva de un hospital, vuelven ahora a sus casas y llevan a cabo una vida aparentemente normal con un corazón gravemente comprometido", apostilla Raghava S. Velagaleti, uno de los investigadores de Boston (EE.UU.).
Los autores del estudio relacionan la práctica de procedimientos
percutáneos para desobstruir los vasos taponados (angioplastia
coronaria, que se realiza desde dentro del vaso dañado, al que se
accede a través de la piel) con la aparición de síntomas de
insuficiencia cardiaca en un plazo de tan sólo 30 días. Tomando una
muestra de 676 pacientes infartados, los firmantes del artículo
demostraron que la incidencia de insuficiencia cardiaca al mes del
infarto había pasado del 10% en los años 70 mientras la tasa de
infartos había descendido un 12% en esos 20 años.
Una congestión grave
La insuficiencia cardiaca congestiva se produce cuando el corazón
no puede bombear suficiente sangre rica en oxígeno a las células del
organismo. Ese bombeo debilitado del corazón permite que se acumule
líquido en los pulmones, causando una sensación de ahogo a los
pacientes y dificultad para respirar. Salvando las insuficiencias
secundarias a un infarto, se trata en los otros casos de una
complicación de evolución muy lenta, habitual en ancianos y reflejada
en los esfuerzos del corazón por compensar su debilitamiento gradual.
La
insuficiencia cardiaca congestiva se produce cuando el corazón no puede
bombear suficiente sangre rica en oxígeno a las células del organismo
Esta compensación se hace aumentando de tamaño y esforzándose por
bombear de forma más rápida para que circule más sangre por el cuerpo.
Los síntomas orientan al médico a determinar qué lado del corazón no
funciona de manera adecuada. Cuando el lado izquierdo del corazón no
funciona bien, se acumulan sangre y mucosidades en los pulmones, el
paciente pierde fácilmente el aliento, se siente muy cansado y sufre
ataques de tos nocturna. Por el contrario, cuando está afectado el lado
derecho del corazón, se acumula líquido en las venas debido a que la
sangre fluye más lentamente, y los pies, las piernas y los tobillos
comienzan a hincharse (edema).
A veces el edema puede extenderse también a los pulmones, hígado o
estómago. Debido a la acumulación de líquido, el paciente tiene la
necesidad de orinar con mayor frecuencia, sobre todo, de noche.
Semejante acumulación de líquido acaba afectando a los riñones,
reduciendo su capacidad para eliminar sal y agua, lo que puede
desembocar más tarde en una insuficiencia renal.
Facturas y fracturas
El gasto sanitario que comporta mantener con vida al número cada
vez mayor de supervivientes de un infarto, advierten los especialistas,
pone en un brete la sostenibilidad de la economía sanitaria. Pero el
canadiense Sean van Diepen (Alberta, Canadá) publica recientemente en
"Circulation" un artículo que añade más leña al fuego: "Los pacientes
que hoy sean diagnosticados de insuficiencia cardiaca en una unidad
hospitalaria tienen cuatro veces más riesgo de sufrir una fractura ósea
grave (columna, cadera o rodilla) que quienes sufran otro tipo de
complicaciones cardiovasculares".
Para Van Diepen no hay duda de que todo paciente diagnosticado de insuficiencia cardiaca debiera someterse cuanto antes a un examen de densitometría ósea para identificar los puntos esqueléticos más amenazados de rotura o para diagnosticar una osteoporosis. Tras seguir a más de 16.000 pacientes que visitaron una unidad de cardiología, el especialista halló que, en el plazo de un año, un 4,6% de los diagnosticados de insuficiencia cardiaca ingresó para someterse a una intervención ortopédica por fractura ósea, por sólo el 1% de los afectados por otra complicación cardiovascular (arritmias, angina estable o inestable).
Pese a que el autor no identifica una relación de causa-efecto
entre la insuficiencia cardiaca y las fracturas óseas, recuerda que
estos pacientes son también más propensos a padecer anemia o
infecciones agudas que los demás.
Las mujeres, peor
Un estudio dirigido por Kani Jneid, del Baylor College of Medicine en Houston (Texas, EE.UU.) revela que siguen constatándose diferencias en el modo en que se atiende a los pacientes con infarto en función de si se trata de hombres mujeres. Estas últimas, revela el estudio, están siendo tratadas hoy mucho mejor que décadas atrás, pero siguen siendo objeto de una atención inferior a la de los hombres.
Si bien la mortalidad hospitalaria por infarto de miocardio en EE.UU. (según datos de la American Heart Association) es la misma en hombres que en mujeres, cuando se trata de algún tipo específico de infartos, como los que se dan con elevación del segmento ST del electrocardiograma, se registra una diferencia estadísticamente superior, con más muertes de mujeres. Los autores del estudio aclaran que la diferencia no es casual, puesto que se da una disparidad en cuanto al empleo de tratamientos: "los médicos tratan de forma más agresiva y urgente los infartos masculinos que los femeninos".
El equipo de Jneid examinó las diferencias en cuanto a atención médica de 78.254 hombres y mujeres que ingresaron por infarto agudo de miocardio en 420 centros estadounidenses del 2001 al 2006. Advierten los investigadores que las mujeres que ingresaron eran, por lo general, más ancianas que los hombres y con mayor mortalidad. Sin embargo, la tasa de mortalidad ajustada por edad y cuadro clínico siguió siendo mayor entre las mujeres que entre los hombres, sobre todo en el periodo de las primeras 24 horas de hospitalización.
FÁCIL, FRITO Y FATALEn tiempos de crisis, la comida "basura" sacia a precios asequibles, mucho más rápido que las frutas y verduras. Salchichas, hamburguesas atiborradas de queso y salsas picantes, huevos, patatas fritas, helados, bebidas gaseosas ricas en sodio, barritas de chocolate y caramelos ahogan el hambre más deprisa y por menos dinero que las ensaladas de origen biológico, verdura y fruta frescas; por no hablar del pescado y los frutos del mar.
En su edición más reciente, la revista "Circulation" difunde los resultados del estudio INTERHEART, diseñado para evaluar la salubridad cardiovascular de los patrones dietéticos en 52 países. Los datos alertan de la nefasta influencia que la comida basura está esparciendo en todo el planeta, hasta el punto que un 30% de los infartos identificados en todo el mundo ocurre en personas adscritas a este tipo de alimentación. Y come peor quien menos recursos tiene, por lo que los científicos reclaman a los políticos un nuevo orden mundial que haga asequibles los precios de los alimentos más sanos y grave económicamente los menos saludables.
Como era de esperar, el INTERHEART concluye que en zonas rurales apartadas de la influencia occidental se come menos y mejor, con dietas más equilibradas en cantidades y calidades. La canadiense Romaina Iqbal, de la Universidad McMaster de Hamilton, en Ontario(Canadá), concluye en su revisión del estudio que frutas y verduras protegen, mientras que fritos, carnes y conservas ricas en sodio perjudican, "por tanto, para evitar un infarto nada resulta tan beneficioso como potenciar el consumo de los primeros y limitar el de los segundos". La especialista asegura que el riesgo de quienes comen bien es la mitad que el que tienen quienes lo hacen mal.
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