Sobrevivir a un cáncer en la infancia o la adolescencia ha dejado de ser una rareza. Sin embargo, a cambio de las mejorías de pronóstico logradas en las últimas décadas, estas personas tienen mayor riesgo de volver a tener un tumor siendo adultas. Un trabajo conocido esta semana subraya la importancia de la mamografía como técnica de detección precoz de un cáncer de mama en jóvenes que recibieron radioterapia en el tórax durante su infancia.
Curiosamente, aunque el riesgo de desarrollar un tumor de mama años después de la radioterapia es bien conocido,
muchas jóvenes pasan por alto esta información a juzgar por las
conclusiones de la investigación que acaba de publicar la revista 'The Journal of the American Medical Association' (JAMA).
El trabajo advierte que muchas supervivientes de un tumor infantil que recibieron radioterapia a altas dosis no participan en programas organizados de diagnóstico precoz,
y sólo la mitad de ellas se hace una mamografía anual como sería
recomendable. "Nuestras conclusiones ponen los pilares para que médicos
y pacientes pongan en marcha iniciativas coordinadas".
El doctor Luis Madero, responsable del Área de Oncología en el
Adolescente y Adulto Joven de la Clínica La Luz de Madrid, coincide con
esta llamada de atención. "Aunque a estos pacientes cada se les radia
menos en el tórax, hay un porcentaje, sobre todo en el caso del linfoma
de Hodgkin, que se sigue usando radioterapia", explica el especialista.
El problema, añade, es que después de abandonar la consulta del
oncólogo pediátrico a los 18-20 años, no siempre reciben el seguimiento
adecuado por otros especialistas.
Como explica el trabajo, se calcula que el riesgo de sufrir un tumor
mamario comienza a ser evidente ocho años después de recibir la
radiación en el tórax; y se estima que entre el 12% y el 20% de las mujeres de unos 45 años podrían desarrollar un cáncer a consecuencia de la radioterapia administrada años atrás. Por este motivo, la recomendación 'oficial' habla de una mamografía al año a partir de los 25 u ocho después de acabar con la 'radio', según qué suceda más tarde.
Tres grupos de mujeres
En el trabajo, realizado por el equipo de Kevin Oeffinger, del
Memorial Sloan Kettering Cancer Center de Nueva York (en EEUU), se
comparó a 551 mujeres supervivientes de un tumor pediátrico entre 1970
y 1986 con otros dos grupos: sus hermanas (otras 712 mujeres) y otras
639 féminas que superaron un cáncer en la infancia sin necesidad de
recibir radiaciones en el torso.
Lo que descubrieron al analizar sus conclusiones, es que las
supervivientes mayores eran más proclives a pasar por el mamógrafo que
las jóvenes. En el grupo de las que tenían entre 25 y 39 años, un 57,3%
respondió que nunca se había hecho una mamografía; mientras que más del
75% de sus compañeras de los 40 a los 50 años había pasado la prueba en
los últimos dos años.
La edad también resultó ser un factor favorable a la mamografía
en los tres grupos, y por cada lustro de edad se duplicaban las
probabilidades de que la mujer se hiciese este test de diagnóstico
precoz del cáncer de mama. A pesar de que no cumplían las expectativas
(sólo el 55% del total se había hecho el test en los últimos dos años),
el grupo tenía mejor asistencia a la mamografía que sus hermanas y que
las mujeres con un tumor infantil que fue tratado sin radioterapia en
el pecho.
Excusas y oportunidades
Pero no fue la edad, sino el consejo médico el factor más
determinante para que estas supervivientes se decidiesen a hacerse la
prueba. Aquellas a quienes un especialista les había recomendado la
mamografía tenían tres veces más probabilidades de hacer lo correcto;
mientras que 'soy muy joven' o 'no me lo ha mandado el médico' fueron
las excusas más repetidas entre las perezosas.
Éstas son, según los autores, las primeras evidencias de que no se está cumpliendo adecuadamente con la mejor fórmula para vigilar a las mujeres
que superaron un tumor pediátrico; por lo que esperan que la
advertencia sirva para desarrollar intervenciones que mejoren esta
situación. Y aunque el empleo de radioterapia a altas dosis ha
descendido de manera importante, aún hay numerosas personas que podrían
considerarse dentro de esta categoría de 'alto riesgo', a las que les
beneficiaría la vigilancia.
Como apuntan en un editorial los británicos Aliki y Roger Taylor, el riesgo de cáncer no es la única secuela de los niños y adolescentes que han tenido cáncer, por lo que sería
conveniente prestarles la atención necesaria. Sobre todo, teniendo en
cuenta, que cada vez son más los que logran sobrevivir a la enfermedad.
"Deberían introducirse cambios en el sistema, mecanismos de información
y de seguimiento para evitar 'perder' a estos pacientes cuando
abandonan la consulta de oncología y vigilar las posibles secuelas",
concluye Madero por su parte.
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