Recientemente, el Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud (SNS) ha dado luz verde a la inclusión en el calendario vacunal en España, con cargo al sistema sanitario público, de la vacuna contra el virus del papiloma humano (VPH). Esta decisión se ha tomado a pesar del alto precio de las dosis y de las dudas más que razonables sobre su eventual capacidad y eficiencia para prevenir un número sanitariamente relevante de muertes por cáncer de cérvix en mujeres españolas comparado con las actuales prácticas preventivas.
Si la vacuna se aplicara a partir del año que viene supondría sólo
en costos de compra del producto (464,58 euros por persona) -sin tener
en cuenta el aparato logístico que deberá desarrollarse ex novo
para alcanzar una cobertura significativa en cada cohorte de niñas- en
torno a unos 125 millones de euros anuales. Para cuando se empiecen a
prevenir los primeros casos de cáncer de cuello uterino, dentro de al
menos 30 años, el SNS se habrá gastado unos 4.000 millones de euros.
Prevenir una sola muerte por cáncer de cérvix entonces habrá costado al
SNS ocho millones de euros, sin ahorrar un solo euro en el dispositivo
actual de detección precoz por citología y tratamiento, pues se
recomienda seguir desarrollando estas prácticas aun en poblaciones
vacunadas. Lo abultado de las cifras arroja serias dudas sobre el
coste oportunidad de la medida. Con esta cuantiosa inversión, ¿cuántas
otras iniciativas en prevención o atención sanitaria se podrían hacer y
no se harán? ¿Qué se dejará de hacer de lo que ya se hace, para nivelar
los presupuestos? Los altísimos costes de la vacunación, atacan a
la sostenibilidad financiera no sólo del calendario vacunal español,
sino de todo el sistema de servicios de salud publica. Sin embargo, el
coste no es el único problema grave: la vacuna del VPH ha sido
promocionada ante la opinión pública, los sanitarios y los decisores
políticos como una vacuna eficaz en la prevención del cáncer de cuello
uterino y el sufrimiento que acarrea en las mujeres, cuando esto no es
cierto. Sencillamente, esta evidencia científica aún no existe. Los
ensayos sobre la vacuna no han podido ver su efecto en la prevención
del cáncer, ya que éste tarda mucho en desarrollarse; además, hay
posibilidades reales, comprobadas, de cortar el proceso antes de que el
cáncer se desarrolle, tanto mediante la inmunidad natural como con el
cribado de lesiones precancerosas y su tratamiento. El ensayo que más
tiempo de seguimiento ha tenido hasta ahora ha sido de seis años (y es
un ensayo de fase II) y el ensayo en fase III con mayor seguimiento
hasta ahora tiene tan sólo tres años. Dado que el cáncer que se
pretende prevenir tarda 30, 50 o más años en desarrollarse, la brevedad
de los ensayos es obvia. Por tanto, hará falta aún bastante tiempo para
ver si las personas vacunadas en los ensayos clínicos desarrollan o no
menos cánceres que las no vacunadas. En países como España, con una
incidencia del problema tan baja, esperar debería ser la conducta
lógica. Ciertamente, con la información disponible es razonable
esperar que la vacuna acabe demostrando dentro de años que previene
algunos cánceres de cuello uterino. Sin embargo, hay que tener en
cuenta los siguientes otros factores: la historia natural de la
enfermedad (de evolución lenta), la efectividad de los programas de
cribado (alta si el sistema cumple con sus obligaciones), que la vacuna
no es efectiva contra todos los serotipos cancerígenos y que España es
un país con baja incidencia de cáncer de cérvix. Por todo ello, es
probable que en nuestro país el número de cánceres prevenidos no será
muy grande. También se han planteado objeciones razonables
relacionadas con la duración de inmunogenicidad -aún no se sabe si
serán necesarias dosis de recuerdo o no-, y sobre el comportamiento de
los serotipos no incluidos en la vacuna, que quizá ocupen el nicho
ecológico de los ahora incluidos. Hay ejemplos recientes de las
consecuencias del uso de la vacuna neumocócica sobre la aparición de
serotipos no cubiertos con la vacuna que son multirresistentes a los
antibióticos y que causan enfermedad neumocócica invasiva. Ante
esta situación de utilidad aún no demostrada, altos costes para el SNS
y prevalencia baja, la decisión más racional sería, y es, esperar a que
se acumule más evidencia científica. ¿Cómo podemos explicarnos
que el SNS no tome la decisión más racional posible cuando se trata de
defender el bien público? Obviamente, la industria farmacéutica y
especialmente las compañías promotoras llevan años desarrollando
estrategias de cooptación y creación de un clima de opinión favorable,
exagerando riesgos con el fin de convencernos, primero, de que existía
un problema, y de que luego, ellos precisamente tenían la solución. Las
estrategias de disease mongering -invención o exageración de
enfermedades para introducir luego un producto farmacéutico- han sido
criticadas duramente y con toda razón desde la deontología
publicitaria, por el abuso de la buena fe y de la aspiración a no
sufrir enfermedades que naturalmente tiene la población y los
políticos, a menudo, legos en cuestiones sanitarias. El caso que nos
ocupa supone la consideración novedosa, muy grave, de que toda
infección por VPH es una enfermedad a prevenir, lo que es falso, y,
además, con el énfasis, sin duda interesado en la (no demostrada)
prevención del cáncer de cérvix en España. La industria
farmacéutica tiene legítimos intereses financieros, pero no todos ni
siempre están en sintonía con las necesidades de salud de la población.
El escándalo reciente de la terapia hormonal sustitutoria, y la
evidencia de que la industria escondió a la opinión pública durante 30
años graves efectos secundarios del tratamiento de una enfermedad previamente inventada, no coloca a este sector en una situación de gran credibilidad pública como garante de nuestra salud. Por
todo lo anterior, los firmantes de este texto pedimos al Ministerio de
Sanidad y Consumo y a las consejerías de Salud de las comunidades
autónomas una moratoria en la aplicación de la vacuna del VPH. Nadie ha
justificado que haya prisa para la aplicación de este nuevo programa;
por ello, solicitamos abrir un periodo de reflexión, de seguimiento de
los efectos de la vacuna en poblaciones reales y de realización de
estudios para conocer el coste-efectividad a medida que haya nuevos
datos. Todo ello permitirá solventar las dudas razonables que existen
sobre la idoneidad de este programa de vacunación para España.
Carlos Álvarez-Dardet, catedrático de Salud Pública Universidad de Alicante, Director del Journal of Epidemiology and Community Health. Soledad Márquez Calderón, investigadora, Fundación Instituto de Investigación en Servicios de Salud, Sevilla. Beatriz González López-Valcárcel, catedrática de Economía Aplicada Universidad de las Palmas de Gran Canaria. Lucía Artazcoz, investigadora, Centro de Análisis y Programas Sanitarios. Leonor Taboada, periodista Directora de Mujeres y Salud. Ildefonso Hernandez-Aguado, catedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública, Universidad Miguel Hernández. Miquel Porta, catedrático de Salud Pública, Instituto Municipal de Investigación Médica y Universidad Autónoma de Barcelona
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