Cuando usted se encuentra ante una encrucijada, ya sea en su vida profesional o personal, ¿trata de razonar sobre la situación o se deja llevar por lo que siente?
Desde Platon, los seres humanos se consideran criaturas racionales.
Al momento de tomar decisiones, se supone que debemos analizar
concienzudamente las alternativas y sopesar cuidadosamente las ventajas
y desventajas. Esta simple idea atraviesa la filosofía de Platon y
Descartes, constituye la base de la economía moderna y contribuyó
durante décadas a la investigación de la ciencia cognitiva.
Con el tiempo, nuestro racionalidad pasó a ser lo que nos define. Era, sencillamente, lo que nos hacía humanos.
Pero, estamos frente a un error. Ésta no es la manera en que funciona nuestro cerebro.
Por primera vez en la historia de la humanidad, podemos mirar dentro del cerebro y ver cómo pensamos.
Resulta que no estamos hechos para ser racionales o lógicos o incluso
intencionados. En cambio, nuestro cerebro contiene una confusa red que
conecta diferentes zonas, muchas de las cuales están involucradas en la
producción de emociones.
Cada vez que tomamos una decisión, nuestro cerebro está inundado de
sentimientos, controlado por pasiones inexplicables. Incluso cuando
tratamos de ser razonables y medidos, estos impulsos emocionales
influyen secretamente en nuestros juicios. Indecisión patológica
Algunas de las primeras evidencias que sustentan esta teoría provienen
del trabajo del neurólogo Antonio Damasio. A principios de la década de
los 80, Damasio comenzó a estudiar a un paciente llamado Elliot, quien
a raíz de un tumor cerebral había perdido la capacidad de experimentar
emociones.
En ese momento, los científicos asumían que nuestras emociones eran
irracionales. Una persona sin emociones -en otras palabras, alguien
como Elliot- podría tomar mejores decisiones.
Pero eso no fue lo que sucedió con él. Su tumor lo dejó con un desorden devastador: quedó patológicamente indeciso.
Elliot pasaba el tiempo reflexionando sobre los detalles más
irrelevantes, como por ejemplo si debía utilizar una lapicera azul o
negra, o qué estación de radio escuchar, o dónde estacionar su carro.
Cuando iba a un restaurante, Elliot consideraba detenidamente
dónde estaban las mesas, cómo era la iluminación, qué ofrecía el menú y
luego se dirigía a distintos locales para estudiar cuán ocupados
estaban.
Sin embargo, estas consideraciones no parecían ayudarlo: seguía sin saber qué hacer. El razonamiento puro es una enfermedad.
Pero esto no significa que siempre debamos confiar en nuestras
emociones. Aunque nuestro instinto pueda ser en muchas ocasiones muy
acertado, también nos puede empujar a cometer errores. Deficiencias emocionales
Cuando comemos mucho o gastamos mucho dinero con la tarjeta de crédito,
o hacemos una mala inversión, es probable que se deba a que hemos
escuchado a nuestro cerebro emocional, cuando deberíamos haber pensado
racionalmente.
Cuando nuestras emociones están fuera de control, el resultado puede ser tan devastador como cuando no sentimos ninguna emoción.
Recientemente, psicólogos y neurólogos han identificado una larga lista
de deficiencias emocionales que nos hacen frecuentemente cometer
errores.
Consideremos el error conocido como el terror a la pérdida, identificado por los psicólogos Daniel Kahneman y Amos Tversky.
Los expertos notaron que, cuando a una persona le proponían echar una
moneda a la suerte (para adivinar cara o cruz) en la que podría perder
US$20, la persona exigía que si ganaba, la recompensasen con US$40.
El dolor ante la pérdida era aproximadamente dos veces más
potente que el placer generado por la ganancia. Es más, nuestras
decisiones parecen estar determinadas por estos sentimientos. Como
dijeron Kahneman y Tversky, "en la toma de decisiones las pérdidas
dominan más nuestro pensamiento que las ganancias".
El terror a la pérdida es reconocido ahora como un prejuicio
importante, con múltiples implicaciones. Nuestro deseo de evitar todo
lo que esté relacionado con perder moldea muchas veces nuestra
conducta, impulsándonos a cometer tonterías. ¿Y entonces?
Entonces, ¿cómo tomar decisiones? La clave está en algo llamado metacognición: pensar sobre el pensamiento.
Porque la mente es algo así como una navaja suiza -está llena de
diferentes herramientas mentales diseñadas para situaciones
específicas- es esencial que aprendamos cómo adaptar nuestro procesos
de pensamiento a la tarea que tenemos frente a nosotros.
No importa el tema. Puede que estemos jugando al fútbol o al póker. La
mejor manera de asegurarnos de que estamos usando nuestro cerebro de
manera correcta es estudiarlo mientras está en funcionamiento.
¿Por qué reflexionar sobre el proceso de pensar es tan
importante? Primero, porque nos ayuda a evitar errores estúpidos. No se
puede evitar el terror a la pérdida a menos que sepamos que la mente
entiende las pérdidas de una manera diferente que las ganancias.
La mente está llena de defectos, pero podemos superarlos. No hay receta
para tomar buenas decisiones. Pero aprender sobre la forma en que
pensamos puede ayudarnos a pensar mejor.
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