Desde que en noviembre de 2007 se inició una crisis sin precedentes en torno al aborto provocado, representantes de distintos movimientos y determinados políticos han acusado a los centros acreditados de incumplir la ley, de carecer de protocolos sanitarios y de rentabilizar económicamente el aborto provocado. En esta línea, en la Subcomisión Parlamentaria del Congreso, fui interpelado en este sentido, lo que me lleva a pensar que estas cuestiones corren el peligro de convertirse en acusaciones recurrentes.
Resulta paradójico que desde distintos foros se nos pida un
protocolo de actuación, cuando la Administración sanitaria no ha sido
capaz en más de 20 años de vigencia de la ley de protocolizar una
actuación administrativa, médica y sanitaria en torno al aborto
provocado. Hoy por hoy, son escasas las autonomías que cuentan con unas
normas básicas acerca de la interrupción de la gestación; ni tan
siquiera existen pautas para asesorar o atender a las mujeres que
soliciten una interrupción. Y todo ello pese a que el aborto es una
prestación reconocida, que no normalizada, por el Sistema Nacional de
Salud. Pese a no existir orientación pública, la
Asociación de Clínicas Acreditadas para la Interrupción del Embarazo
(ACAI) ha desarrollado unas pautas tomando como referencia los
protocolos de la Cirugía Mayor Ambulatoria. En base a estos protocolos,
que no son ni complejos ni secretos, cuando una mujer llega a nuestros
centros valoramos en primer término si realmente tiene un embarazo
intrauterino mediante una ecografía, así como sus circunstancias
socioeconómicas y culturales: ¿habla nuestro idioma?, ¿tiene vivienda?,
¿tiene apoyo familiar?... Es decir, si tiene una red de apoyo que
acompañe su intervención. Clarificada su situación, será el
especialista correspondiente quien valore si existe una malformación
fetal o si la salud física o psíquica de esa mujer está en riesgo como
consecuencia de su gestación; entendiendo que la salud, según la define
la OMS, es un estado de bienestar psíquico, físico y social, y no la
mera ausencia de enfermedades. Tras estas consideraciones, se
valorará la historia clínica y gineco-obstétrica de la mujer mediante
la consulta profesional y las analíticas correspondientes. Tras ello,
se determinará si su caso puede ser atendido con garantías de
suficiencia técnica y humana, ya que ACAI agrupa a centros que están
acreditados para intervenciones hasta 12 semanas y a otros para
gestaciones más avanzadas. Asimismo, las valoraciones previas, según
los criterios internacionales de Cirugía Mayor Ambulatoria, permitirán
saber si la mujer presenta o no una patología sobreañadida y determinar
así si puede ser atendida en el centro. Tras la intervención se
continúan aplicando los criterios de Cirugía Mayor Ambulatoria en
relación con la recuperación posquirúrgica y los requisitos básicos
para dar las altas pertinentes, cuando toda la intervención se ha
desarrollado con normalidad. Si la mujer presentase cualquier
tipo de complicación será atendida en primera instancia por el centro
acreditado, y en el caso de que los recursos técnicos y humanos no
fuesen suficientes, sería derivada al hospital de referencia de la
paciente, tal y como establece la organización sanitaria por ley. Muchos
también nos preguntan: "Y después del aborto ¿qué?". A esta pregunta
sólo se puede ofrecer una respuesta: lo que sea necesario para cada
mujer. El trabajador social determinará el estado en el que esa mujer
se encuentra después de la intervención, y en función de ello le
apoyaremos en sus necesidades; un criterio que además valoraremos en la
revisión de control, a los 15 días de la intervención, para intentar
que esa mujer elija el método anticonceptivo más acorde con su
situación, con el fin de evitar nuevos embarazos no deseados. Porque,
en contra de lo que se afirma, ningún profesional de ACAI considera el
aborto provocado como un método de planificación familiar. Este protocolo en el que algunos han querido ver prácticas ilícitas y pautas médicas contra natura
ha permitido que la mortalidad por complicaciones derivadas de las
técnicas de aborto provocado en nuestro país haya sido casi nula, que
nuestro nivel de complicaciones sea uno de los más bajos de los países
desarrollados y que el número de denuncias a nuestro colectivo por mala
praxis sea irrelevante, menor que el de muchos centros de ginecología y
obstetricia. En relación con las acusaciones de mercantilismo
recibidas, tenemos que decir que en las clínicas de ACAI siempre ha
primado el interés social frente a cualquier interés lucrativo. De
hecho, entre un 10% y un 20% de las interrupciones se realizan de forma
gratuita, o financiadas parcialmente, de forma directa o indirecta, por
la clínica, cuando así lo determinan los trabajadores sociales del
centro o los servicios sociales correspondientes. Un aborto de
menos de 12 semanas, es decir, el 87% de los que se realizan en España,
cuesta entre 266 y 400 euros. Este precio incluye una consulta de
trabajo social, otra con el equipo de salud mental, una consulta
ginecológica con ecografía, una extracción sanguínea, premedicación,
una intervención quirúrgica con anestesia local y/o sedación y su
medicación correspondiente, control ecográfico intra y posoperatorio, y
cobertura informativa telefónica y asistencial médica los días
posteriores. Cuando se difunden indiscriminadamente estas
acusaciones se está acusando a un colectivo de más de 700
profesionales, desde la persona que atiende la línea telefónica hasta
el médico que práctica la interrupción. Se acusa a un colectivo que no
sólo realiza abortos provocados, sino que atiende las necesidades
ginecológicas y obstétricas de miles de mujeres. No vapuleemos, por
tanto, la salud sexual y reproductiva de estas mujeres. No es posible
que todas ellas estén equivocadas.
Santiago Barambio es presidente de la Asociación de Clínicas Acreditadas para la Interrupción del Embarazo (ACAI).
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