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Los besos ganarán a la gripe A PDF Imprimir E-Mail
El País de Madrid (por MARÍA R. SAHUQUILLO )   
lunes, 31 de agosto de 2009

Los consejos para evitar el contagio del nuevo virus, como no tocarse al saludarse o hablar, no cambiarán los hábitos de los españoles - Las conductas sociales arraigadas son difíciles de modificar - Las medidas higiénicas sí pueden cuajar.

Este otoño hay restricción de besos. Nada de boca a mejilla. Y muchos menos boca con boca. Supone demasiado contacto físico. Tampoco vale un apretón de manos. Todo lo que sea tocarse terminó. La primera pandemia del siglo XXI ronda cerca. Quizá su vecino esté infectado, su primo, su jefe. La gripe A trae nuevos hábitos sociales que promueven el distanciamiento de las personas. Medidas que las autoridades aconsejan para evitar, o al menos reducir en lo posible, los contagios. Pero en una sociedad como la española acostumbrada a tocarse, a besarse, a relacionarse de cerca ¿bastará una simple inclinación de cabeza y cuerpo, un saludo a la japonesa? ¿Transformará el H1N1 a ésta en una sociedad mucho más aséptica?

Los expertos coinciden en que los principios que aconsejan limitar el contacto no arraigarán en una sociedad como la española, acostumbrada a las relaciones físicas cercanas. Las costumbres sociales no se modificarán. Es muy poco probable que nos olvidemos de los besos. Sí pervivirán, sin embargo, los hábitos higiénicos. Lavarse las manos durante un minuto, taparse la boca con pañuelos de papel al toser o usar desinfectantes para eliminar los posibles restos de virus. "Quizá haya una oleada moralizadora de civismo higiénico", dice el sociólogo Enrique Gil Calvo. "A ver si esta pandemia logra al menos que empecemos a afear su conducta a los que escupen por la calle, o contribuye a que los que estornudan sin taparse dejen de hacerlo", apunta.

De momento, y sin una vacuna contra la nueva gripe a la vista, las autoridades sanitarias reconocen que contra el virus sólo es útil la prevención: mucha higiene y medidas de separación como no dar besos y no estrechar la mano. Algo que muchos ven ridículo. Pero, ¿evitar esos contactos tan habituales puede librarnos de contraer el H1N1? "Quizá parezca alarmista, pero es eficaz. Acostumbrarnos a limitar el contacto cercano disminuye el riesgo de contagio", dice Juan José Rodríguez Sendín, presidente de la Organización Médica Colegial.

Carmen Chávarri no parece pensar lo mismo cuando besuquea a su nieto de ocho años a pesar de sus toses. Es el propio niño quien se queja, se revuelve y se limpia el moflete con el dorso de la mano mientras mira de reojo a su abuela. "Si no voy a poder besar a mi propio nieto... ¡Prefiero contagiarme! A ver si nos vamos a volver ahora todos hipocondriacos", dice la mujer, de 73 años, a las puertas de un centro de salud madrileño. "Además, el niño no tiene fiebre", esgrime. "Acaso quieren ahora que nos saludemos sin tocarnos ¿cómo? ¿con un movimiento de ojos?", bromea.

Con independencia de las libres decisiones de cada cual, el H1N1 sí puede contagiarse a través de un beso. La gripe humana se transmite fundamentalmente por las llamadas gotitas de Pflügge, que en una tos o un estornudo, por ejemplo, pueden viajar al menos un metro. De ahí el alejamiento. "También se produce transmisión por contacto directo de las mucosas con las secreciones respiratorias de personas infectadas o, de forma indirecta, a través de las manos u objetos recientemente contaminados por esas gotitas", explica José María Martín Moreno, catedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública y asesor de la OMS. Objetos como platos, vasos o, incluso, las barras de sujeción de un vagón de metro cualquiera que tantas manos tocan cada día. Además, cuanto más frío hace, más tiempo sobrevive el virus en esos objetos.

Pero, de momento, nada terminará con los besos. No hay señales, según los expertos, de que las campañas de información -ni el enorme cartel que colgó el Colegio de Médicos de Madrid recomendando no besarse ni estrecharse la mano y saludarse con un hola- hayan hecho mella. La sociedad del "toqueteo" en la que vivimos no se modificará, a no ser que varíen mucho las cosas, sostiene el sociólogo Enrique Gil Calvo. Cambios o bien en el patrón de contagio, dice, o en la manera que los medios de comunicación y los partidos políticos tienen de hablar y tratar el virus. "Puede producirse una epidemia de alarmismo alimentada por el amarillismo de los medios o por los intereses partidistas de algunos; o pueden aparecer barreras que nos hagan pensar: yo sólo voy a tocar a los míos y a los otros no", opina. Barreras xenófobas, por ejemplo, como las que surgieron en EE UU cuando se iniciaron los contagios. Allí, algunos llegaron a acusar a los mexicanos -que ya habían sufrido decenas de víctimas- de importar el virus. Varios medios bautizaron incluso a la nueva enfermedad como "gripe fajita" o "gripe mexicana".

Tampoco Ildefonso Hernández, director general de Salud Pública, cree que los hábitos sociales vayan a modificarse. "Si el virus pandémico sigue teniendo un comportamiento leve, es difícil que notemos un cambio radical en nuestras costumbres. Quizá estos meses sí, porque estamos viviendo esta pandemia en directo a través de los medios de comunicación, pero a largo plazo es más complicado", dice.

El asesor de la OMS José María Martín Moreno comparte esa opinión. "A pesar de que otros hábitos, como el japonés de saludar con una leve reverencia, son menos arriesgados para minimizar el contagio en casos como éste, nuestra manera expresivamente afectiva de relacionarnos no cambiará", sostiene.

Pero las costumbres sociales se construyen con pequeños cambios graduales y es posible que los nuevos hábitos promovidos para paliar el número de contagios dejen algún poso en el comportamiento humano. "Sobre todo en los hábitos higiénicos", dice Hernández. "Lo positivo será consolidar costumbres sencillas como la de lavarse las manos y aprender a toser y estornudar en público tapándose por respeto a uno mismo y a los demás", opina Martín Moreno.

Así, más que el no besarse, todos coinciden en que son los hábitos higiénicos lo que hay que adoptar y lo que permanecerá. Porque aún queda virus para rato. El H1N1 ha llegado para quedarse. Se transmite haga frío o calor, ha conseguido desplazar a la gripe estacional y es ya la cepa dominante. No sólo eso, la Organización Mundial de la Salud advierte que para después del invierno más de un tercio de la población mundial puede haberse contagiado de la gripe A. "Puede que con el tiempo sí cambie nuestra forma de comportarnos. Quizá en verano, cuando los contagios son menores, haya más contacto físico entre las personas y que, en cambio, en invierno la gente se cuide mucho más", sostiene el director general de Salud Pública.

Porque aunque la nueva gripe no provoque una huelga de besos, puede dejar alguna semilla que luego florecerá. La historia demuestra que tras las epidemias y las pandemias se producen cambios sociales. Siempre se aprende algo. Todo depende de la gravedad de la enfermedad, su causa, las bajas sufridas y el tipo de población en que haya hecho mella. "Dos buenos ejemplos contemporáneos de esto han sido el sida y, restringido a España, el síndrome tóxico", sostiene María Isabel Porras, profesora de Historia de la Medicina de la Universidad de Castilla-La Mancha. El síndrome tóxico, provocado por un envenenamiento masivo por aceite de colza desnaturalizado, afectó a 25.000 personas en toda España y causó 600 muertos.

"Estas enfermedades suscitaron en los ochenta cambios importantes en los comportamientos sociales. El sida en el ámbito de las relaciones sexuales, y el síndrome tóxico en los hábitos relacionados con la manipulación y conservación de los alimentos", sostiene Porras, que afirma que un ejemplo de la huella de esta última enfermedad se aprecia al comparar el cuidado que se pone en España en la refrigeración, conservación y limpieza de los alimentos, incluso en los mercadillos.

En cualquier caso, dice Porras, que se produzcan o no cambios transitorios dependerá mucho de las consecuencias finales que tenga la pandemia. "No obstante, en la gripe de 1918 se recomendó menor contacto físico pero los hábitos no cambiaron", apunta. La enfermedad se cobró entonces 40 millones de vidas en todo el mundo. Otras cosas sí lo hicieron a raíz de la enfermedad. "Tras la pandemia, en España se le dio un gran impulso a la organización de la salud pública. Antes de eso no había casi instituciones sanitarias", explica Enrique Perdiguero, profesor de la Historia de la Medicina de la Universidad Miguel Hernández.

Sin embargo, los cambios tardan en cuajar. Todavía nada apunta a que la recomendación, en otros, de la Iglesia católica de no besar las medallas o el manto de las vírgenes vaya a sobrevivir hasta Semana Santa. La Virgen del Sagrario, patrona de Toledo, se quedó este 15 de agosto sin los besos de sus fieles. La tradición se rompió y los feligreses tuvieron que conformarse con tocar la medalla de la imagen. Y no es la única medida que la Iglesia católica ha impuesto para evitar que sus fieles se contagien por la gripe A. Los sacerdotes de Lleida han asegurado que dispensarán la comunión en la mano y no en la boca, y varias parroquias de toda España han vaciado sus piletas de agua bendita por motivos de higiene.

El H1N1 se ha cobrado ya a 2.185 vidas, 21 de ellas en España; y ha afectado a 209.438 personas en más de 177 países, según la Organización Mundial de la Salud. A la mayoría de una forma leve. Mucho tiene que enfriarse el tiempo y transmitirse el virus para poder compararse a la gripe de 1918 que dejó tras de sí una estela de miedo. Tras esta enfermedad sí que se produjo un importante cambio en el imaginario colectivo mundial. "Hubo un cambio muy importante en la actitud frente a la gripe. De ser tomada a broma se pasó a tener auténtico pánico", dice Maria Isabel Porras.

¿Dejará el H1N1 una huella de miedo similar? Los expertos coindicen en que es muy poco probable que se inmiscuya en la mente de los ciudadanos para que alteren su vida cotidiana. Al menos, para que eso suceda, la sociedad tendrá que vivir años de contagios y fallecimientos. Es todavía raro que la gente prescinda de saludarse de cerca. Como siempre, basta que alguien con quien se tiene o se quiere tener confianza diga que no se le bese porque está enfermo para que muchos decidan que saltarse esa recomendación es un signo de cordialidad.

Lo que sí ha logrado es convertir en centro de todas las miradas a aquellos que tosen o estornudan en lugares como el metro o el autobús. También se ha alojado en la mente de los ciudadanos que interpretan cualquier alergia, resfriado o dolor de cabeza de sus amigos o vecinos en una posible gripe A.

Pero para averiguar qué va a suceder este invierno habría que mirar lo que ha ocurrido en el hemisferio sur, donde la pandemia ha golpeado con fuerza ayudada por el invierno. En México primero, donde se detectaron los primeros casos, y en Argentina y Brasil después se han llegado a cerrar colegios, cines y centros comerciales. Del H1N1 no se ha librado ni siquiera una de las religiones oficiosas, el fútbol. Varios partidos han tenido que celebrarse a puerta cerrada y sin público para evitar las grandes concentraciones de ciudadanos.

Pero si la abuela Chávarri no consigue imaginarse un otoño sin besos y ni la pandemia ha terminado con los estrechos saludos de bienvenida tras las vacaciones, más difícil todavía es evocar un partido Barça-Real Madrid sin los gritos de sus seguidores.


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