El suicidio causa un millón de muertes anuales, el 1,5 por ciento de
todos los decesos del mundo. La Organización Mundial de la Salud (OMS)
declaró que hoy, 10 de septiembre, se celebre el Día Internacional de
Prevención del Suicidio. Colombia no está exenta de sus embates.
Con un incremento considerable durante los últimos años, nuestro
país ocupa actualmente el tercer puesto entre las naciones
latinoamericanas con mayor índice de suicidios, después de Cuba y
Brasil. Mientras que en 2007 se registraron 1.771 muertes por suicidio,
en 2008 la suma ascendió 1.840. En tan sólo el primer semestre de 2009,
ya se sabe de 1.061 casos.
Pese a ser un fenómeno que afecta
indistintamente todos los niveles y perfiles de la población nacional,
el Estado haría bien en detenerse ante ciertas poblaciones específicas
que, por su grado de vulnerabilidad, son las protagonistas principales
del ensanchamiento en la tasa de suicidios. El mayor aumento lo
presentaron los jóvenes entre los 15 y los 23 años de edad. Motivos
parece haber muchos, certezas frente a las causas más bien pocas. Que
los jóvenes se adaptan con mayor dificultad a estados depresivos
derivados de la confusión, el miedo, la incertidumbre y la presión ante
el fracaso son todas variables que suelen ser consideradas por los
especialistas. Y sin embargo los lugares comunes persisten. Otros
jóvenes, en otros contextos, no se suicidan pero igual están sometidos
a las mismas presiones del mundo moderno. Al igual que los
jóvenes, los hombres y mujeres retenidos en las cárceles del país se
quitan con mayor frecuencia la vida. Con dos casos en agosto, ya son
nueve los reclusos que se suicidaron este año. Junto con los 17 de 2008
y los 20 de 2007, en los últimos tres años un total de 49 personas se
han segado su vida en las cárceles colombianas. Según la Defensoría del
Pueblo, estas cifras podrían agravarse debido a la poca eficacia del
Inpec en la identificación a tiempo de los internos con tendencias
suicidas. Pero un observador externo agregaría, sin más, que el
perfecto escape a una cárcel colombiana en la que el hacinamiento y el
crimen campean, no es otro que el suicidio. Otra de las
poblaciones afectadas es la indígena. Cada semana del pasado mes de
junio, un indígena del Vaupés se suicidó. Desde 2005 el departamento
sufre una epidemia de suicidios de la que han sido víctimas 24 hombres
y mujeres, entre los 14 y los 34 años. Las razones, nuevamente, son
diversas y para algunos algo obvias. Los fuertes choques que los
pueblos indígenas experimentan en su encuentro con una cultura blanca
altamente permeada por el narcotráfico y los grupos armados; fenómenos
como el desplazamiento y robo de tierras; asesinatos selectivos y
hostigamientos de toda índole, etc. Las autoridades espirituales
indígenas, resignadas, no encuentran explicaciones de fondo. No
obstante la complejidad que lo caracteriza, y vistas las alarmantes
cifras, no debe perderse de vista que el suicidio es ante todo un
problema de salud pública. En la medida en que es prevenible en un alto
porcentaje, debe ser enfrentado con una política pública integral. En
Colombia no existe nada similar. Para delinear una política efectiva se
requieren herramientas de promoción y prevención en salud mental. Y ya
varios analistas lo han advertido: la salud mental es la cenicienta del
sistema de salud. El Plan Obligatorio de Salud no acude a las
necesidades de la población en este campo. Si las cosas siguen como
van, si no nos tomamos con seriedad el tema y la necesidad de depurar
la larga lista de supuestas causas y situaciones que llevarían al
suicidio, el estrés seguirá siendo una de las más mencionadas. Comentarios reservados a usuarios registrados. Por favor ingrese al sistema o regístrese. Powered by AkoComment! |