Más incómodo que peligroso, este pequeño bulto al final de la espalda aparece con mayor frecuencia en los hombres con más vello o con continuos microtraumatismos en esta zona.
No es un grano ni tampoco un tumor. Sin embargo, la fístula que nace
al final de la columna, en el surco que separa ambos glúteos, invita a
la confusión debido al dolor, las molestias y la supuración. Este
pequeño bulto se bautiza con el nombre de quiste sacro o fístula
sacrococcígea y cualquier persona puede sufrirlo, con independencia de
la edad o el sexo. Puesto que se forma a partir de restos embrionarios
o de cabellos o sustancias mucoides, el quiste puede contener alguno de
estos elementos, de ahí que contenga un líquido purulento, similar a un
absceso. La comunidad científica aún no ha determinado si
ésta es una dolencia congénita o adquirida. Se ha observado que los
peluqueros, por su trabajo continuado con el pelo, pueden desarrollarlo
en las manos. También se ha constatado que se pueden formar en la
cabeza. En general, el quiste sacro se gesta desde el nacimiento,
aunque brota con posterioridad. Puede desarrollarse a cualquier edad y
lo más habitual es que lo sufran quienes tienen mucho vello. Así, el
quiste sacro se desarrolla de manera más frecuente en hombres jóvenes,
de entre 18 y 35 años. No obstante, se desconoce el dato de población
femenina afectada. Otros factores que predisponen el
nacimiento de un quiste sacro son el sedentarismo y los pequeños golpes
continuados en la rabadilla. De ahí que también se conozca esta
dolencia como la enfermedad del Jeep tras observarse a menudo en
soldados americanos destinados a Vietnam que conducían este vehículo y
sufrían continuos microtraumatismos en la zona. Una sencilla intervención El quiste sacro no se puede prevenir de ninguna forma. Su eliminación
sólo admite una técnica: la cirugía. Se puede operar con los primeros
síntomas de dolor, supuración, enrojecimiento, infección e inflamación.
En los últimos años, la intervención se ha simplificado de manera
notable hasta convertirse en una sencilla técnica que se puede
practicar con anestesia local mediante sedación regional (se duerme al
paciente de cintura hacia abajo) y que realiza de forma ambulatoria
-sin que el paciente llegue a ingresar- o con un ingreso hospitalario
de sólo una noche.. En la mayoría de los casos la cirugía
resuelve el problema. No obstante, en uno de cada diez casos no pasa de
ser una solución temporal, ya que se reproduce, sobre todo en el primer
año. La razón es que pueden registrarse distintos trayectos fistulares
que no siempre son visibles durante la intervención. La recuperación: con herida abierta o cerrada
Una vez intervenido el paciente, dos escuelas de cirugía pueden
condicionar su postoperatorio. Una parte de los cirujanos sostiene que,
tras extirpar el quiste, conviene dejar la herida abierta para evitar
el riesgo de infecciones. Otros, sin embargo, son partidarios de
coserla y cerrarla porque, de ese modo, cicatriza antes. Cuando la
herida se cierra, el proceso de cicatrización finaliza entre una semana
y quince días, pero el riesgo de infección es más elevado. En cambio,
si la herida permanece abierta, la cicatrización no es tan rápida,
tarda entre cuatro y seis semanas, durante las que el paciente debe
llevar unas gasas para evitar que se cierre demasiado rápido, y
someterse a unas curas, aunque así se reduce el riesgo de infecciones.
Las personas cuyas actividades laborales no impliquen esfuerzo físico
pueden reemprenderlas casi de inmediato, aunque hay que evitar
permanecer demasiado tiempo sentado.
Consejos tras la operación:
- Los pacientes con heridas abiertas deben realizarse las curas después de la ducha y de secarse bien.
- Las gasas se deben cambiar entre una y dos veces al día, sin apretarlas demasiado cuando se introduzcan en la herida.
- Es preferible utilizar ropa interior de algodón porque es más cómoda.
Fuente: Manel Bardají. Cirujano general del Centro Médico Teknon
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