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Los anestesistas y sus conflictos PDF Imprimir E-Mail
Dr. Antonio Turnes   
lunes, 25 de octubre de 2010
Un amigo del Litoral me motivó a escribirle para algunas reflexiones sobre el conflicto de los colegas Anestesiólogos. Conocí a muchos de los mejores, y soy amigo de varios de los viejos; muchos de ellos ya fallecidos. Fueron los pioneros, los que crearon la especialidad con estatura y talla profesional en nuestro país. Para los ciudadanos de a pie y para los políticos en general (vaya dicho sin ninguna calificación) los anestesistas son como cualquiera, o como un médico del montón, generalización que frecuentemente se hace. Se ve con malos ojos que reclamen condiciones de trabajo y remuneración exigentes, acordes con la complejidad de su trabajo. Pero seguramente es la ignorancia, la mentira o la ambición, cuando no la cruel envidia, la que lleva a esa simplificación apresurada.

La Anestesia empezó a crecer desde 1846, cuando un dentista Morton empleó el éter para dormir a un paciente a quien debían hacerle una intervención en el cuello. Desde entonces, siguió en Inglaterra, donde la Reina Victoria tuvo sus partos (no el primero, sino los siguientes) a partir del nacimiento del Príncipe Alberto, con anestesia, hecha por John Snow, que además era un epidemiólogo que sentó las bases de la Epidemiología, a través del análisis de una epidemia de cólera en Londres. De ahí surgió la técnica de "anestesia a la reina", consistente en un colador de alambre, de esos que se usan para el té, con un algodón embebido en éter (Snow lo utilizó) cayendo gota a gota sobre el algodón, que produce un sueño suave y una relajación mediana. Otro partero, Simpson, el de los fórceps, un escocés, empleó el cloroformo en lugar del éter. Pero andando el tiempo se dieron cuenta que la hepato-toxicidad de este agente era mayúscula, y se volvió al viejo éter sulfúrico.  En las películas de cow-boys, era clásico ver cómo a un herido le daban un trago de whisky y luego le extraían la bala. Esa era la anestesia corriente en los siglos XVIII y XIX, en los medios rurales.

En el siglo XIX y XX, en el Uruguay, la anestesia con el viejo aparato de Ombredanne, una bocha con una llave que iba dejando caer más o menos éter en una máscara que englobaba nariz y boca del paciente, lo empleaban los practicantes externos, internos, o las Hermanas de Caridad, que abundaban en los hospitales públicos. En lo privado era lo mismo. Una especialidad no existía, y la Cirugía era la reina y señora de todas las especialidades. Luego se fueron desprendiendo la ORL, la OFT, la ORT y TRAUMATOLOGÍA, la PEDIATRÍA, etc.

Pero la Anestesiología comenzó a tomar autonomía después de la 2a. Guerra Mundial, y en nuestro país después de 1950, con algunos grandes profesores que en sus mocedades hicieron anestesia con gases, como Eduardo C. Palma, o Helmut Kasdorf. Uno terminó siendo un profesor de Clínica Quirúrgica y gran anatomista (creador de los by-pass que luego se hicieron frecuentes con René Favaloro, aplicados a otras áreas centrales, cuando Palma las hizo con vena safena para los puentes periféricos) y otro fue el primer profesor de Radioterapia. O con Alfredo Pernin, que dejó la Cirugía para ir aprender anestesiología en los EUA, o sus seguidores, Walter Fernández Oria, León Chertkoff, Antonio Cañellas, y muchos otros pioneros, que afortunadamente todavía están con nosotros, como Enrique Barmaimón, Tabaré González, Martín Marx, Samuel Liondas, María Cavalli de Caputi, etc.

Gracias a los avances de la Anestesiología, los cirujanos pudieron hacer cada vez  intervenciones más complejas y prolongadas, y así se avanzó en la cirugía abdominal, neurocirugía, cardiocirugía, trasplantes renales, cardíacos y hepáticos; grandes intervenciones de larga duración incluso con cambio de equipos quirúrgicos para los distintos tiempos, etc.

También fueron evolucionando los agentes anestésicos empleados, los relajantes musculares, y mejorando  técnicas y equipamiento, de modo que hoy es una especialidad de las más requeridas en el mundo, no sólo porque da seguridad a los cirujanos, sino porque es de tal complejidad que no podrían hacerla ya ni practicantes ni monjas. Pero sobre todo, porque una cantidad de técnicas de diagnóstico y tratamiento modernos, que han corrido las fronteras del conocimiento y de las posibilidades terapéuticas, se hacen bajo anestesia de diferente magnitud, pero con control de un anestesiólogo (TAC, RMN, PET, endoscopías de diversa naturaleza y por diversos especialistas, desde las Esófago-Gastro-Duodeno-Fibroscopía, a las Fibro-Colonoscopías, pasando por las intervenciones de ORL cuando el paciente no puede intubarse y hay que traer un fibroscopio, etc.)

De todas las especialidades, la que más ha desarrollado técnicas de seguridad para el paciente (y de tranquilidad relativa para el operador) es en todo el mundo la Anestesiología. Esto es universalmente reconocido. En esto han sido la avanzada indiscutible.

Sin duda ha sido la gran llave de los avances quirúrgicos y médicos.

Pero en la simplificación basada en la ignorancia y también en la ambición (o la envidia), tanto de los colegas médicos como de los administradores de la cosa pública, los políticos y los periodistas improvisados, creen que los anestesistas tocan un botón y duermen al paciente. El que luego se despierta y sale tan campante.

Los que conocemos de cerca los fenómenos de los que hablamos, sabemos que no es así. Y que para llegar a ese nivel de excelencia se requiere una preparación larga y laboriosa, y un mantenimiento actualizado del conocimiento que significa inversión, en revistas, libros, congresos y viajes; no para cazar elefantes o hacer tropelías sexuales, sino para ir a aprender con otros más avanzados, en lugares de excelencia. Y así se va construyendo el conocimiento y perfeccionando al profesional.

Hemos perdido de vista que los Anestesiólogos son profesionales médicos. El profesionalismo impone determinadas reglas de conducta, que generalmente se conocen poco, aún dentro de la profesión, porque hemos involucionado demasiado, llevados por la sociedad de consumo y por la ignorancia y la ambición que campean en nuestra época. El consumismo que todo lo puede, va matando la llamita del alma profesional en todos nosotros.

Por eso cuando se simplifica demasiado, como en este caso, se piensa que los Anestesiólogos sólo pelean por pesos, y no es así. También pelean por condiciones de trabajo dignas, que son tan o más importantes que la remuneración. Como para cualquier médico.

Que cualquiera acepte trabajar en peores condiciones a las ideales, es cosa de su responsabilidad. Pero cuando se exigen condiciones higiénicas de trabajo, para salir de una anestesia de 8 horas y poder descansar, lejos de los agentes anestésicos que son hepatotóxicos, y del estrés, lo que estamos procurando es que vivan más y mejor nuestros colegas de esa especialidad.

Como tendríamos que preocuparnos que cada especialidad hiciera lo propio.

Obvio es decir que si deben trabajar poco tiempo, por la delicadeza de su función, y no vivir agotados al mango con el riesgo de matar a los pacientes, o dejarlos con graves secuelas, por distracción o fatiga, se aplica para cualquier otra especialidad. Y de eso, lamentablemente, no tomamos conciencia.

Si hay miles de pacientes que esperan turno para ser operados, será por la desidia e incapacidad de los administradores de la salud, públicos y privados, que en cada lugar no han sabido resolver desde hace décadas los problemas complejos que los servicios de salud plantean. Desde que soy chiquito (o mejor dicho, desde que comencé a trabajar en 1964 en el SMU) conozco que periódicamente hay problema con los Anestesiólogos del Hospital Pereira Rossell, generalmente en el verano. Nunca lo supieron resolver, no los anestesiólogos, sino las autoridades del MSP, ni ahora las de ASSE.

La reforma de papel que quieren llevar adelante un conjunto de monos sabios, desprecia e ignora todos estos elementos, y por consecuencia, los manejan mal, con soberbia y mala intención. Creen que desacreditando a una especialidad, logrando que la población los estigmatice como los malos de la película, hacen mejor su papel. Eso es parte de la cruz que debemos de cargar, por soportar tantos incapaces encaramados a los sillones ministeriales y de ASSE. Burros con título o sin él, que acomodados políticamente van a dirigir cosas que ni conocen ni buscan aprender. Porque no se nace sabiendo, pero se puede preguntar, averiguar y luego decidir. Entonces, van y le dicen al Presidente tal o cual bolazo, y éste habla por boca de ganso cualquier estupidez. Que dicha por un Presidente cobra más vigor. Y hasta se considera como la verdad revelada.

De modo que resumiendo: Los anestesiólogos tienen razón en reclamar mejores condiciones de trabajo y de remuneración. No es por trabajar en un lugar con una determinada retribución, que a los ojos del vulgo puede parecer alta, pero que en comparación con lo que se paga en todas partes, menos ahí, es baja, que se resuelve el problema. Hay que analizar en su conjunto todo el problema, y buscar para los anestesistas y para los demás profesionales (sí PROFESIONALES) CONDICIONES DIGNAS DE TRABAJO y de remuneración.

Es una locura seguir trabajando en 3 o 4 lugares, saltando de uno a otro sitio, para hacer cosas delicadísimas, que requieren atención, concentración, reposo y mente fría para poder tomar decisiones de las que dependen cuestiones importantes. No es posible seguir haciendo guardias de 24 horas, que se sale de una para entrar en otra. O salir de un hospital y  subir a una ambulancia. O dejar de operar y hacer una policlínica, o meterse en un CTI. Porque aquí está todo mezclado, y los colegas reúnen una buena remuneración, a veces, juntando muchos retazos de diversos lugares de trabajo, donde en cada uno le pagan más o menos mal, pero con eso sólo no paran la olla, sus obligaciones familiares, ni sus necesarias actualizaciones, que suponen inversión de dinero y tiempo. Y aún así, a veces se destrozan su vida o su familia.

Por eso, cuando escucho hablar mal de los anestesistas, siento lástima por quienes lo hacen, desde la arrogancia, la envidia o la ignorancia. Desde sus posturas ideológicas perimidas y obsoletas, como decía el viejo Carlos Quijano, pero que les permiten seguir viviendo hablando mal de los demás, despreciando el trabajo ajeno, y para colmo de males, echando montañas de basura sobre su propia profesión. Que ni siquiera saben que es tal, sino que confunden con un medio de vida.

En 1962 la elección la ganó el Partido Nacional con los nacionalistas independientes, agrupados en la Unión Blanca Democrática (la UBD), que tenía por lema: "O sube la UBD, o todo sigue como está". La UBD subió, pero todo quedó como estaba. Y de aquellos polvos, vinieron estos lodos. Nadie tuvo coraje ni atributos para cambiar las cosas. Y ahora que las quieren cambiar, le tocó hacerlo a los más burros del pelotón, y ni  idea tienen de qué se trata. Quieren llevarse a todo el mundo a los ponchazos, denigrando y denostando, arrasando como si fuera tierra conquistada.

Los 46 anestesistas se han ido en los últimos tres años al exterior, donde les pagan 4 o 5 veces más,  lo hicieron buscando  sobre todo mejores condiciones de trabajo, para ellos y sus familias. Donde pueden vivir más años saludables, tener una familia y hacer una vida más ordenada. Y no como esclavos de la gleba, en un país donde no se respeta nada, y donde es más importante ser un gordo grasa funcionario del INAU, donde se le escapan los muchachos delincuentes porque son corruptos, que ser médico, cirujano, traumatólogo o anestesista.

Así estamos, cada día volando más bajo, hasta que nos enterremos en el medio de la montaña de basura que hemos permitido construir.

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