El viernes 8 se inaugurará la sección uruguaya del Instituto Pasteur. Con múltiples filiales en el hemisferio norte -en el sur ésta es la primera-,
el Pasteur de París investiga desde cánceres -de estómago, de cuello de útero- y
ántrax, hasta estafilococcias, tos convulsa, dengue, gripes y un sinfín de
síndromes provocados por la incesante mutación microbiana.
Acá ha de librar combate contra las enfermedades regionales, desde un
edificio nuevo, contiguo a la Facultad de Ciencias: Mataojo al norte, frontera
con la marginación y el atraso. Un símbolo. Y no único.
Nació de un planteo del Presidente Jorge Batlle para que lo que el Uruguay
pagara, Francia lo aplicase a un laboratorio Pasteur montevideano. Acierto
pleno.
Para el Uruguay, volver a sembrar futuro. Para Francia, volver a su
resplandor -"rayonnement"- en el Plata.
Tramitado el tema por el Canciller Didier Opertti y el Embajador Jorge Tálice
-hijo del etólogo centenario-, apenas se lo aprobó primariamente, nos incumbió
organizarlo con Dighiero, Serrato, Rossa, Arrighi, Guarga y Ehrlich, por
entonces Decano de Ciencias.
De allí, surgieron reglas de Derecho Administrativo y Derecho Civil que iban
a convertir el sueño en obra. (Esa, llevar el pensamiento a la acción, es misión
principal del Derecho; lástima que pase inadvertida.)
Un país sin investigación científica es mentalmente dependiente.
No es lo mismo recibir conocimiento envasado que buscar respuestas nuevas.
Alumbrar una idea propia no es igual que fotocopiar cinco páginas.
Por tanto, reforzar vínculos con un Centro mundial es vitalizar nuestras
Facultades, el Clemente Estable y los programas de Ciencia y Tecnología.
Este advenimiento representa una honda convocatoria. Luis Pasteur hizo mucho
más que descubrir la causa de la rabia, crear las vacunas y enseñar a luchar
contra las infecciones. Creó un rumbo para la ciencia y para la criatura humana.
Su nombre simboliza la tarea de sintetizar hechos, preguntas y respuestas,
por grados sucesivos del saber y niveles progresivos de comprensión. Simboliza
el método y la casualidad, la ciencia del mundo y el modo de hacer vinagre en
casa.
Y, hasta en otros planos, simboliza la valentía a que, frente a polemistas,
detractores e indiferentes -que Pasteur los tuvo- es llamado todo convencido de
estar rectificando un error y afirmando una verdad.
El Uruguay, cuya mejor tradición en arte, Medicina, Derecho, Ingeniería y
tantas otras disciplinas se enraizó en la cultura de Francia, debe sentir como
propio al nuevo Instituto, no sólo por el espacio que abre sino por el hambre
que tenemos de rigor, precisión y grandeza.
Despidiendo a Littré -sucesor de Comte-, Pasteur proclamó: "Feliz el hombre
que lleva dentro de sí una divinidad, un ideal de belleza y le obedece; un ideal
de arte, un ideal de ciencia, un ideal de patria y un ideal de las virtudes del
Evangelio. Estos son los manantiales vivientes de los grandes pensamientos y las
grandes acciones. Todo se ve claro a la luz de lo Infinito."
Ni el ciclotrón ni Internet ni la resignación nacional han derogado esas
verdades, que vencen a las modas filosóficas, las polémicas vernáculas y los
gobiernos que pasan.
Tras sufrir el Uruguay azotes relativistas y empequeñecedores, sentimos que
la llegada del Pasteur nos hace reencontrarnos con lo mejor de nosotros mismos.
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