Todos nos hemos planteado alguna vez cuestiones parecidas, quizá en un
juego de niños, o en algún desafío intelectual entre adolescentes, o
incluso durante esas horas de meditaciones solitarias y nocturnas que
la mayor parte de las veces no llevan a ninguna parte. Si yo supiera
que mi mejor amigo es un asesino en serie y estuviera obligado a
elegir, ¿qué haría?, ¿sacrificarle o dejar que siga matando? O bien, si
no pudiera evitar estrellarme con el coche y tuviera justo el tiempo de
hacer una última y desesperada maniobra, ¿a quién atropellaría?, ¿a un
niño que está jugando solo o a un grupo de personas en el otro lado de
la calle?
No importa cuántas vueltas le demos al asunto. La respuesta «correcta»
a esta clase de cuestiones, sencillamente, no existe. Y esto es así
porque estos dilemas morales nos obligan a enfrentar sin remedio dos
partes igualmente importantes de nuestra naturaleza humana: la
tendencia al bien común y la dificultad para hacer daño voluntariamente
a otra persona, especialmente si ésta pertenece a nuestro entorno
cercano.
Daño cerebral
Sin embargo, esta clase de decisiones se ven afectadas
por el funcionamiento de una zona concreta del cerebro, que es
precisamente el objeto de un estudio, publicado hoy por Nature,
dirigido por Antonio Damasio, director del Instituto de Cerebro y
Creatividad de la Universidad de California del Sur, en Los Ángeles, y
premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica del año 2005.
La mayor parte de las personas dudarían al verse
atrapadas en una situación semejante a las descritas. No sabrían qué
hacer o, incluso estando de acuerdo en la teoría, se mostrarían
incapaces, a la hora de la verdad, de «apretar el gatillo».
Sin embargo, según Damasio y sus colegas de las
universidades de Harvard y Iowa, y del Caltech, en California, la duda
y los prejuicios de la mayoría desaparecen por completo en los
individuos que presentan daños en una pequeña zona del cerebro, justo
detrás de la frente, considerada el centro en el que descansan nuestras
emociones, la corteza prefrontal ventromedial (VMPC). La elección más
lógica, dicen estos individuos sin dejar lugar a dudas, es sacrificar
una vida si ello conlleva el salvar varias más. El principal mérito del
estudio, pues, es el de haber demostrado que las emociones juegan un
papel destacado en la toma de decisiones que implican dilemas morales.
Emociones bloqueadas
Así, si ciertas emociones están bloqueadas, cualquier
persona sería capaz de tomar esta clase de decisiones, sean acertadas o
no, con una frialdad que la mayoría consideraría como poco natural. Los
escenarios planteados a las treinta personas sobre las que se realizó
el estudio (seis de ellas con daños en el VMPC, doce con otras lesiones
cerebrales y doce perfectamente sanas) siempre incluían situaciones
extremas, pero el dilema central en todas ellas era siempre el mismo:
¿Puede alguien sacrificar a un compañero, vecino o ser amado en virtud
de un bien o beneficio «superior»?
«A causa de su lesión - explica Ralph Adolphs, uno de
los autores del estudio- estas personas presentan emociones sociales
anómalas en su vida real. Han perdido la capacidad de empatía y de
compasión».
Antonio Damasio, por su parte, asegura que «en
cualquiera de esas situaciones, la mayor parte de las personas sin ese
daño cerebral específico acabarían destrozadas. Pero estos sujetos en
particular parecen no tener conflicto alguno». «Nuestro trabajo -apunta
finalmente Marc Hauser, otro de los firmantes- supone la primera prueba
del papel que juegan las emociones en los juicios morales». Sin
embargo, añade Hauser, no todos los razonamientos de caracter moral
dependen tan fuertemente de las emociones. «Lo que resulta
absolutamente sorprendente -asegura- es lo selectivo que puede llegar a
ser este déficit. El daño del lóbulo frontal, en efecto, deja intacta
la habilidad para resolver otras cuestiones morales», aunque daña los
juicios en los que existen este tipo de conflictos.
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