Hace más de 2000 años que Hipócrates describió la asociación
entre obesidad y muerte súbita. Desde entonces
se sucedieron una serie de estudios que demostraron la relación de la
obesidad y la muerte por eventos cardiovasculares.
En 1936 Himsworth comprobó que los obesos no diabéticos eran
relativamente resistentes a la insulina en comparación a individuos normales.
Desde entonces se sucedieron una serie de estudios que comprobaron la relación
entre obesidad y resistencia insulínica. Así como también el nexo de unión
común de factores de riesgo cardiovasculares asociados a la obesidad (diabetes
mellitus, hipertensión arterial, dislipidemia, etc.) se ha planteado que el
mecanismo subyacente es la resistencia insulínica.
Por otro lado, la obesidad no solo causa un aumento de la
mortalidad cardiovascular sino también de la morbilidad. Esto ha sido
demostrado por numerosos estudios epidemiológicos, como el realizado en
pacientes escandinavos con un IMC (índice de masa corporal) mayor de 38 kg/ m2,
sin tratamiento, al cabo de dos años mostró una elevada incidencia de
hipertensión arterial (15%), diabetes tipo 2 (8%), hiperinsulinemia (6%),
hipertrigliceridemia (28%) y descenso del colesterol HDL (16%)
La relación entre la obesidad y la hipertensión arterial es
muy estrecha, como lo demuestra el estudio de Framingham, el 65% de riesgo de
sufrir hipertensión en mujeres y 68% en varones. También es más difícil el
control de la hipertensión en el obeso, la obesidad puede interferir en la
eficacia de los fármacos antihipertensivos.
La noticia buena es que la pérdida de peso puede reducir
significativamente la presión arterial, ello se relaciona a la reducción del
volumen plasmático, concentración de insulina y de norepinefrina plasmática. El
descenso de las cifras de presión arterial inducido por la dieta es
aproximadamente de 0.3 a
1 mmHg por cada 1 Kg
de peso perdido.
Dr.
Ricardo Bachmann
Médico cardiólogo. Coordinador de Programas y
Proyectos de la
Comisión Honoraria para la Salud Cardiovascular
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