Para muchos, tomar jugo de naranja, comer un pancho o acompañar la
carne con ensalada puede ser sinónimo de migraña, un desesperante dolor
de cabeza –muchas veces seguido de náuseas– que aparece de repente y
vuelve insoportables los ruidos y la luz.
Y no es para menos. En dos de cada diez personas que padecen migraña
–en la Argentina afecta a 4,3 millones de personas, en su mayoría
mujeres– puede influir algún alimento ingerido hasta 24 horas antes.
La lista es amplia e incluye alimentos tan variados como
pacientes recurren al consultorio médico. Pero los más mencionados
durante la consulta suelen ser el chocolate, el alcohol, algún fiambre
o queso madurado (azul, brie, tybo o parmesano), las conservas y los
fritos, entre muchos más insospechados. Entre éstos están el pan fresco
o el saborizado, el arroz, los ravioles y los ñoquis; vegetales como el
tomate, la espinaca, la remolacha y la acelga; frutas como la banana,
los cítricos, los higos y las frutillas; el yogur, la carne curada o
ahumada, y las golosinas dietéticas.
“Como no hay ninguna prueba o análisis de laboratorio que
permita diagnosticar la migraña, lo que se hace es eliminar de la dieta
los alimentos sospechosos. Pero esto sólo logra que las recomendaciones
médicas, aunque con buenas intenciones, priven a las personas de comer
alimentos que nada tienen que ver con el dolor de cabeza", explicó a LA
NACION por vía telefónica desde Córdoba el doctor Federico Buonanotte,
jefe del Servicio de Neurología del Sanatorio Allende, de esa ciudad.
Buonanotte, que es profesor de Clínica Neurológica de la
Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Córdoba
(UNC), realizó en 2006 un estudio sobre 1200 estudiantes
universitarios. Allí, entre otros datos, como el abuso de analgésicos
de venta libre para aliviar los dolores de cabeza frecuentes, observó
que la comida disparaba migrañas en algo más del 20% de los
estudiantes, una cifra similar a la que se menciona en estudios
internacionales publicados.
Se calcula que el 12% de la población general sufre migraña
(unos 4.300.000 personas), y que la incidencia pasa del 1,5 al 5,5 por
ciento entre los 9 y los 15 años de edad. Si un padre padece migraña,
los chicos tienen un 45% de probabilidades de sufrirla.
"Lo más importante es que la persona con migraña sepa cómo
seleccionar lo que le hace mal y lo evite, pero sin dejar de comer «por
las dudas» otros tantos alimentos -agregó el experto-. No hay que
olvidar que el dolor de cabeza es algo que los acompaña por años y,
cuando el origen es alimentario, los mismos pacientes enseguida asocian
ese malestar con algo que los descompone. Es la prueba de ensayo y
error la que ayuda a poner en evidencia ciertas comidas."
El médico cordobés desarrolló un conjunto de recomendaciones sencillas y las reunió en el libro Guía alimentaria para pacientes con migraña
(Ediciones del Boulevard), con 60 recetas "para ayudar a los pacientes
a elegir y saber combinar los alimentos más adecuados", en lugar de
prohibirlos.
"La guía es simplemente el resultado de un trabajo que incluye
no sólo a médicos y nutricionistas de la UNC, sino también a pacientes,
y realiza un análisis de la literatura científica publicada. El
objetivo es poner al alcance de todos un instrumento de prevención
fácil de usar", dijo Buonanotte.
Orientación nutricional
Sin embargo, lo más conveniente es contar con la
orientación de un nutricionista, que retirará ciertos grupos de
alimentos cada 15 días y los volverá a incluir para conocer la
respuesta del organismo.
"La mayoría de las veces, los médicos jugamos con lo que el
paciente percibe, que es el que más sabe del dolor -agregó-. Pero eso
es tan individual que es difícil generalizar las soluciones."
No comprender esto es lo que, a juicio del especialista,
justamente hace que los médicos les pidan a los pacientes que suspendan
rápidamente en una primera consulta el chocolate, el alcohol, los
fiambres, los quesos (especialmente los estacionados), las frituras
(por el contenido de grasas saturadas), las conservas y las comidas
"pesadas", un concepto bastante subjetivo.
Sustancias bajo sospecha
Pero no son los alimentos en sí los que despiertan el
dolor, sino sustancias que comparten, como los nitritos y nitratos, los
sulfitos, el aspartamo, el alcohol, las metilxantinas (como la cafeína,
la teobromina del cacao y la teofilina del té), el glutamato monosódico
(GMS) y las aminas biógenas, que se concentran en grandes cantidades en
los alimentos añejos o fermentados, el chocolate, los cítricos y el
extracto de carne.
Aunque con nombres difíciles, la mayoría de esas sustancias,
al menos las identificadas hasta ahora, aparece indicada en las
etiquetas de los productos. Otras, en cambio, toman otros nombres, como
el GMS, usado para mejorar el sabor y el aroma de los enlatados,
dietéticos, congelados y productos de copetín. Los nombres más
frecuentes con que se enmascara son: proteína vegetal hidrolizada,
caseinato de calcio o saborizantes naturales.
Los sulfitos están en los conservantes de los alimentos y en
la cerveza, mientras que nitritos y nitratos son ingredientes de los
conservantes y los fijadores del color y del sabor durante el proceso
de curado de las carnes. "Por temor, las personas se privan demasiado
de ciertas comidas, cuando un nutricionista puede ayudar a
individualizar rápidamente el alimento que origina el dolor. Lo que el
paciente debe hacer es llevar un registro de las comidas, cuya
privación hay que desmitificar", finalizó Buonanotte.
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