Se sospecha desde hace mucho que el estrés tiene un papel protagónico
en el desarrollo de la hipertensión, la aterosclerosis y la enfermedad
coronaria. Y que es un riesgo potencialmente importante para el ataque
cerebral o stroke .
Es más: existe evidencia de que circunstancias de estrés extremo
aumentan la incidencia de este último cuadro. Por ejemplo, después del
terremoto Hanshin-Awaji, en Japón, los ataques cerebrales aumentaron
nada menos que un 90% en comparación con la cifra registrada el año
anterior.
Sin embargo, un equipo de investigadores del Departamento de
Salud Pública y Cuidados Primarios de la Universidad de Cambridge
descubrió que la realidad podría ser levemente diferente. En un estudio
realizado a lo largo de más de siete años constataron que no es el
estrés en sí, sino la forma en que lo enfrentamos lo que aumenta o
disminuye el riesgo de padecer un ataque cerebral.
"No conozco ningún otro que aborde específicamente este tema
relacionado con una patología vascular. Se trata de un trabajo muy
novedoso -comenta el doctor Luciano Sposato, director del Centro de
Stroke de la Fundación Favaloro-. Y adquiere más importancia aún si se
tiene en cuenta que fue prospectivo [para predecir el futuro] y con muy
poco abandono."
Hasta ahora se había mostrado que el estrés era un factor de
riesgo para el infarto, pero lo que postulan Paul Surtees y
colaboradores es que la forma en que uno se adapta a ese estrés es lo
que determina el impacto que puede tener en el cerebro. Ellos proponen
que una buena adaptación puede reducir un 25% el riesgo de sufrir un
ataque cerebral. Según esta investigación, aquellos que tomen una
actitud positiva estarán menos expuestos.
Según explica Sposato, la capacidad natural de adaptación a la
adversidad social o estrés fue definida hace 20 años por Aaron
Antonovsky como "sentido de coherencia". Relacionado con el
afrontamiento de situaciones traumáticas, se lo define como una
disposición a valorar las experiencias vitales como comprensibles,
manejables y significativas.
"Esta actitud positiva se sustenta en tres pilares: la
comprensión de los hechos generadores del estrés, la capacidad de
manejar favorablemente ese estrés y el significado que se da a la vida
para poder seguir adelante a pesar de las adversidades", explica
Sposato.
Durante un seguimiento de siete años los científicos ingleses
utilizaron una escala de tres puntos para investigar estos factores.
Las respuestas de 20.629 pacientes, que incluyeron más de 80.000
eventos vitales adversos, fueron clasificadas según mostraran un
sentido de coherencia alto, moderado o leve.
El análisis estadístico demostró que esta capacidad de
adaptación disminuyó el riesgo de ataque cerebral tanto en hombres como
en mujeres, independientemente de la presencia de factores de riesgo
clásicos -como la hipertensión arterial, el tabaquismo, la diabetes y
el infarto agudo de miocardio- y de otras condiciones, como la
depresión y el grado de hostilidad de la personalidad.
También permitió constatar que el sentido de coherencia era
mayor en personas que no fumaban y que tenían un mayor nivel de
educación, mientras que era menor en aquellos con depresión y un mayor
grado de hostilidad.
Algunos de los resultados que obtuvieron fueron provocativos.
Por ejemplo, en este estudio la cantidad o la intensidad de eventos
adversos no estuvo relacionada significativamente con la ocurrencia de
ataques cerebrales. Además, afirma Sposato: "Teniendo en cuenta que el
estrés es parte de nuestra vida, resulta interesante plantearse qué
impacto tendría sobre el riesgo de sufrir enfermedades
cerebrovasculares la optimización de nuestra capacidad de adaptación a
los hechos negativos que enfrentamos todos los días. El papel de este
sentido de coherencia adquirido seguramente será el foco de futuras
investigaciones".
Sólo en el nivel de las especulaciones, Sposato propone que el
cambiante impacto del estrés en el cerebro podría explicarse por las
catecolaminas, hormonas que se liberan cuando uno está estresado.
"Podría ocurrir que en las personas con mejor adaptación la cantidad de
estas hormonas que se liberan en el torrente sanguíneo fuera menor",
arriesga.
Y aunque advierte que los resultados de este trabajo deberán
ser confirmados por otros estudios, admite que de aquí en más se abren
atractivas vías de investigación: "Entre otras cosas, habrá que probar
si métodos para adaptarse mejor al estrés tienen un impacto positivo,
pero habría que hacerlo con otro grupo de pacientes".
Cómo fue el estudio
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El trabajo realizado por investigadores de la Universidad de Cambridge
incluyó a 20.629 participantes de entre 41 y 80 años que no habían
experimentado antes ningún ataque cerebral. Completaron cuestionarios
que incluían preguntas sobre su capacidad de afrontar el estrés y
detalles sobre sus experiencias ocurridas en la adultez. Durante el
seguimiento de 145.000 horas de vida (un promedio de algo más de siete
años por persona), 452 participantes sufrieron un ataque cerebral. La
adaptación rápida a las adversidades se asoció con una incidencia
reducida de stroke .
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