Página 1 de 2 Estimados, como pueden ver en los artículos que transcribo de la Red Médica, este fin de semana se puso al rojo vivo el debate sobre la reforma impositiva. Aquí van mis comentarios.
Parece que algunos colegas recién se despiertan y se informan que
tendrán que aportar, sin importar cuál es su situación social, si
dependen de un único sueldo que perciben con atraso, si son jefes o
jefas de familia uniparentales, con hijos a cargo mayores de 18 años,
pero que deben mantener, y con padres a cargo, como es el caso de esta
colega cuyo mensaje se transcribe al final, que perciben jubilaciones
miserables, como hay miles.
Esto no ha sido contemplado en la Reforma Tributaria, que a mi modo de
ver se procesó con ligereza y bajo grado de apreciación de las
dificultades sociales de las personas.
Con preconceptos: “Los profesionales siempre la llevaron de arriba, y
ahora les llegó la hora de pagar. Todos son iguales, unos llorones,”
etc.
Cuando tanto se habla de equidad, para hablar de salud, o también en la
aplicación de tributos, se desconocen las inequidades básicas que se
dan en la sociedad, y que no tienen que ver con el color político, o lo
que cada quien haya querido, pensado o votado en la elección anterior,
o en las cinco anteriores.
Hay en esta actitud de imposición contra viento y marea, un fuerte dogmatismo, impregnado de soberbia (1)
que es uno de los pecados capitales.
Habrá que atender este rubro, como una válvula de escape social, para evitar que la caldera reviente. Y por qué no, para ir corrigiendo los defectos que como obra humana tiene esta legislación. Los legisladores se están desayunando (a buena hora) que votaron una cantidad de disparates, y da pena (y vergüenza ajena) verlos a algunos hablando por TV, diciendo, por ejemplo, que cuando la votaron, pensaron que los gastos para vestimenta y herramientas de los obreros de la construcción no estaban incluidos, y que se referían a los "Luncheon Tickets". Esas personas deberían estar atendiendo un kiosco y no sentados en el Parlamento, donde, por lo que se ve, llega cualquiera.
Comenté hace unos días con algunos amigos, habiendo recibido información de fuentes generalmente bien informadas, que la reforma de la salud, el mentado SNIS, no tiene viabilidad económica ni política en estas circunstancias. Sólo se aprobará la descentralización de ASSE, y mientras se acomodan esos zapallos en el carro, habrá tiempo de sobra para hacer algo mejor, en momento más oportuno, sin caer en la torpeza de darle dos platos a quien no quiere sopa. Cada día se reafirma más esa idea. La reforma impositiva, más que buscar justicia distributiva, parece que buscara una terrible y oscura venganza.
Primero fueron los jubilados, que se quejaron y movilizaron para juntar firmas. Luego fueron los funcionarios públicos y los bancarios. Los propios legisladores excluyeron algunas partidas de la tributación y luego se desdijeron. Pero este baile recién empieza. O sea, o se toca música fúnebre, o se dan posibilidades de que comiencen a reflejarse opiniones y razones que obliguen a revisar algunas de las disposiciones de esta reforma muy pregonada, pero poco razonada.
Un abrazo,
Dr. Antonio Turnes
(1) SOBERBIA: Altivez y apetito desordenado de ser preferido a otros. Satisfacción y envanecimiento por la contemplación de las propias prendas con menosprecio de los demás. Especialmente hablando de los edificios, exceso en la magnificencia, suntuosidad o pompa. Cólera e ira expresadas con acciones descompuestas o palabras altivas e injuriosas. Palabra o acción injuriosa. (Diccionario de la RAE, Edición 22ª. 2001, pág. 2075).
Ha dicho el filósofo español contemporáneo Fernando Savater, respecto de ella: “La soberbia no es sólo el mayor pecado según las escrituras sagradas, sino la raíz misma del pecado. Por lo tanto de ella misma viene la mayor debilidad.
No se trata del orgullo de lo que tú eres, sino del menosprecio de lo que es el otro, el no reconocer a los semejantes.
Quizá lo más pecaminoso de la soberbia sea que imposibilita la armonía y la convivencia dentro de los ideales humanos. Nuestros destinos son enormemente semejantes: todos nacemos, todos somos conscientes de que vamos a morir, todos compartimos necesidades, frustraciones, ilusiones y alegrías.
Que alguien se considere al margen de la humanidad, por encima de ella, que desprecie la humanidad de los demás, que niegue su vinculación solidaria con la humanidad de los otros, probablemente ése sea el pecado esencial. Porque negar la humanidad de los demás, es también negar la humanidad de cada uno de nosotros, es negar nuestra propia humanidad. No hace falta remontarse a la teología para convertir en pecaminosa la soberbia.” … “
La principal característica que tiene el soberbio es el temor al ridículo. No hay nada peor para aquél que va por la vida exhibiendo su poder, y sus méritos que pisar una cáscara de plátano e irse de narices al suelo. El ridículo es el elemento más terrible contra la soberbia. Por esa razón los tiranos y los poderosos carecen de sentido del humor, sobre todo aplicado a sí mismos.
La soberbia es el valor antidemocrático por excelencia. Los griegos condenaban al ostracismo a aquellos que se destacaban y empezaban a imponerse a los demás. Creían que así evitaban la desigualdad entre los ciudadanos. Pensaban: "Usted, aunque efectivamente sea el mejor, tiene que irse porque no podemos convivir con un tipo de superioridad que va a romper el equilibrio social "…"
Pero, ¿cómo evitar caer en la soberbia? El remedio es muy simple, pero a veces duro de asumir: ser realista.
También es cierto, que en el otro extremo el exceso de humildad te pone por debajo del realismo. En esa actitud no valoras ni siquiera lo que tienes, lo que se puede transformar en una gran dificultad desde el punto de vista social. En primer lugar tú sufres, salvo que te complazcas morbosamente en tu nada y en tu pequeñez.
Hay un mecanismo que utilizaba San Agustín que es bastante útil. En sus Confesiones dice: "Cuando yo me considero a mí mismo no soy nada; cuando me comparo valgo bastante". Es una frase llena de realismo. Cuando analizas lo que quisieras ser, tus ideales, tus bienes, etcétera, estas por debajo de lo que creías y querías; pero claro, cuando miras a tu alrededor la cosa no está tan mal.
Por lo tanto, el extremo desordenado de la humildad —la humillación— es tan malo como el de la soberbia.
En definitiva la soberbia es debilidad y la humildad es fuerza. Porque al humilde le apoya todo el mundo, mientras que el soberbio está completamente solo, desfondado por su nada. Puede ser inteligente, pero no sabio; puede ser astuto, diabólicamente astuto quizá, pero siempre dejará tras sus fechorías cabos sueltos por los que se le podrá identificar.
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