A comienzos de los años 80, Anthony Fauci aventuraba la gravedad de un raro síndrome en el sistema inmune, del que por entonces se desconocía todo, incluso el virus que lo causaba. Dos décadas después, este médico dirige una de las grandes instituciones estadounidenses de investigación y ha sido el responsable de importantes avances contra aquella enfermedad: el sida. Fauci acaba de recibir un Premio Lasker, el equivalente americano a los Nobel de Medicina.
"Desde el virus del sida a la biodefensa, ha llegado al público y ha
puesto importantes temas de salud en la agenda política y de
investigación, tanto en EEUU como en el extranjero", señala la Fundación Lasker al tratar los motivos que le han llevado a otorgar el prestigioso premio en su categoría de servicio público.
Fauci, de 66 años, lleva más de tres décadas dirigiendo el Instituto
Nacional de Alergia y Enfermedades Infecciosas (NIAID, en inglés). Allí
ha delineado desde el comportamiento del VIH hasta planes de salud pública contra la pandemia del sida.
A Fauci le entusiasma su trabajo al frente del NIAID, a caballo
entre las pipetas y la gestión. Ni siquiera la oferta de dirigir a su
hermano mayor (los Institutos Nacionales de la Salud (NIH), la agencia
estadounidense de investigación médica) le ha hecho cambiar de idea. Y
eso que los dos Bush (padre e hijo) han intentado tentarle con ese cargo durante sus respectivas Administraciones.
Este neoyorquino llegó al NIAID a finales de los años 60. El
investigador dirigía el Laboratorio de Inmunorregulación de este centro
cuando, en 1981, comenzó a detectarse en hombres homosexuales una rara inmunodeficiancia. Y decidió reorientar su centro de investigación.
Los inicios del sida
"En los primeros años de la epidemia del sida, estaba bastante solo
en lo que me parecía que iba a ser un gran problema de salud pública.
Muchos de mis colegas pensaban que estaba loco al cambiar la dirección
de mi laboratorio", recordaba hace unos años en una entrevista con
'Nature Medicine'.
Ni siquiera se había detectado el virus que ocasionaba la inmunodeficiencia, pero el investigador ya preveía el alcance de la enfermedad.
"Estamos siendo testigos de la evolución de un nuevo proceso de
enfermedad, de etiología [causa] desconocida, con una mortalidad de al
menos el 50%, aunque posiblemente alcance el 75% o el 100%, y con el
doble de pacientes afectados cada seis meses", advirtió en una revista
médica en mayo de 1983.
Los hallazgos de Fauci han permitido comprender cómo el virus del sida destruye las defensas del organismo
y otras claves del comportamiento del virus que han resultado clave
para el desarrollo de nuevas terapias. Además de sus contribuciones en
investigación básica y clínica, el investigador ha diseñado dos grandes
programas gubernamentales: uno dirigido a la lucha contra el sida y
otro a la biodefensa.
"La persuasión apasionada y razonable de Fauci llevó al Plan
Presidencial de Emergencia para el Alivio del Sida, o PEPFAR [siglas en
inglés], un compromiso sin precedentes para combatir el sida en algunos
de los países más afectados", ha declarado Alfred Sommer, miembro del
comité de selección de los premios, que han basado su decisión en los
dos planes creados por el investigador.
La cara del bioterrorismo
"Durante más de 20 años, los presidentes estadounidenses han buscado
el consejo de Fauci en su formulación de las políticas nacionales de
salud pública y en su ejecución. Y él ha jugado un papel único en
explicar asuntos de gran preocupación para nuestros ciudadanos", ha
agregado.
De hecho, entre los estadounidenses el neoyorquino es más conocido
como experto en bioterrorismo que por su labor contra la epidemia del
sida. Cuando tras el 11-S surgió en EEUU el miedo a los ataques
bioterroristas, se convirtió en la cara amable que tranquilizaba a los estadounidenses
(por entonces asustados por un supuesto ataque de ántrax) sobre el
alcance real de la amenaza bioterrorista. Al mismo tiempo, asesoraba al
gobierno estadounidesne sobre las posibilidades de un ataque biológico.
No es de extrañar que quienes le conozcan le califiquen de adicto al
trabajo. "Me levanto a las 4:30, vengo a trabajar a las 6:30 y
compagino mis reuniones con mis investigadores de postdoctorado y el
trabajo del laboratorio con mis tareas administrativas. Me gusta
repasar datos de investigación todos los días. Corro alrededor del
bucólico paisaje de los NIH a la hora de comer y, después, sigo. Me voy
sobre las nueve", contaba a Nature Medicine.
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