El informe "Ambientes Saludables y Prevención de Enfermedades"
realizado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 2006
demuestra que el 24 % de la carga de morbilidad mundial y el 23 % de
todos los fallecimientos pueden atribuirse a factores ambientales.
Asimismo, el 40 % del total mundial de enfermedades atribuidas a los
factores de riesgo ambiental recaen en los menores de 5 años. La OMS
calcula que los niños de los países en desarrollo pierden en promedio 8
veces más años de vida sana por habitante.
En Argentina, no hay estudios precisos sobre la incidencia de la
contaminación en las enfermedades. Lo que sí se sabe son los efectos
sobre la salud.
Las partículas, como el humo, los vapores, el hollín y las cenizas,
causan tos, pueden generar neumonía, asma y bronquitis. Además, las
partículas absorben sustancias tóxicas y transportan bacterias y virus.
El dióxido de carbono, de color marrón, irrita las vías respiratorias,
afectando especialmente a los asmáticos. Incrementa también la
sensibilidad al polen y al polvo.
Los hidrocarburos que emanan los vehículos a motor son, a su vez, potencialmente cancerígenos.
Por su parte, el monóxido de carbono (altamente tóxico, invisible,
incoloro e inodoro) es un veneno gaseoso que impide el transporte de
oxígeno a los tejidos.
El plomo, producido por industrias metalúrgicas y en el humo del
cigarrillo, puede producir anemias y afecciones del sistema nervioso.
Los recién nacidos y los niños son los más vulnerables al plomo.
En tanto, los asmáticos son los más susceptibles al óxido de azufre
(puede provenir de industrias que usan fuel oil o petróleo con azufre).
Puede provocar malestar en el pecho, flema, tos, bronquitis y hasta la
muerte, en altas concentraciones.
Tal como advierten desde la Fundación Ciudad, "los seres humanos
respiramos entre 800 y 1000 litros de aire por hora, en nuestras casas,
en las calles, oficinas, supermercados, cines, hospitales, plazas,
etcétera".
La exposición a la contaminación es de 24 horas. En los lugares
cerrados, los contaminantes provienen de los sistemas de aire
acondicionado, la combustión (cocinas, humo de tabaco), los materiales
de construcción (adhesivos, cemento) y restos biológicos (polen,
bacterias).
Un edificio recién pintado, por ejemplo, sigue emanando químicos
durante un mes, y puede acarrear enfermedades respiratorias y dérmicas.
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