Si usted piensa que terminar la relación con un amante o un esposo es difícil, intente cortar con su psicoterapeuta.
Una escritora amiga mía lo intentó hace muy poco y le resultó
sorprendentemente dificultoso. Varios meses después de conseguir el
contrato para un libro advirtió que tenía problemas.
“Estaba completamente paralizada y no podía escribir –dijo–.
Tenía que hacer algo pronto, así que decidí ingresar en psicoterapia.”
Lo que comenzó como un caso simple de bloqueo de un escritor
se convirtió en siete años de intensa terapia. Ante todo, ella encontró
que la terapia le era muy útil. Terminó una segunda novela y sintió que
la relación con su marido era más fuerte. Pero cuando mencionó el tema
de terminar su tratamiento, su terapeuta se resistió fuertemente, lo
que molestó a la paciente. “¿Por qué necesito la terapia –quiso saber–,
si me estoy sintiendo bien?”
Millones de personas realizan psicoterapia y la experiencia de
mi amiga despierta dos preguntas relacionadas y asombrosas: ¿cómo sabe
uno que está lo suficientemente sano para decirle adiós al terapeuta? y
¿cómo debería el profesional manejar la situación?
Salvo raras excepciones, el objetivo último de todo buen
terapeuta es llegar a no ser más necesario. Después de todo, sea lo que
sea lo que lo llevó a hacer una terapia en primer lugar -depresión,
ansiedad, problemas de relación-, el objetivo común del tratamiento es
sentirse y funcionar mejor independientemente de su terapeuta.
Digámoslo francamente: se supone que una buena terapia tiene
que llegar a un punto final. Pero ¿cuándo? ¿Y cómo lo sabe el paciente?
¿El criterio para finalizar es la "cura" o sólo se trata de sentirse lo
suficientemente bien como para suspenderla y vivir las inevitables
limitaciones y problemas que todos tenemos?
Salir de la rutina
El término "cura", pienso, es ilusorio, incluso indeseable,
porque siempre habrá problemas que solucionar. No tener problemas es un
objetivo irreal. Para los pacientes es más importante poder manejar sus
problemas y la adversidad cuando inevitablemente llega.
Pero aun cuando los pacientes sienten que han logrado algo
importante en la terapia y están "lo suficientemente bien", no es
siempre fácil decirle adiós al terapeuta.
No hace mucho tiempo evalué a un abogado que había estado
haciendo psicoterapia durante nueve años. La había comenzado, según me
dijo, porque le faltaba sentido de dirección y no tenía relaciones
cercanas.
Pero durante seis o siete años había sentido que él y su
terapeuta sólo estaban perdiendo el tiempo. La terapia se había
convertido en una rutina, como ir al gimnasio.
"No es que haya pasado algo malo -me dijo-. Es que no está
pasando nada." Ya no era una psicoterapia sino una forma cara de
conversar. Entonces, ¿por qué continuaba con ella? En parte, creo,
porque la terapia es esencialmente una relación desigual. Los pacientes
tienden a ser dependientes de los terapeutas.
Aun cuando la terapia es problemática o insatisfactoria,
podría ser preferible a dejar todo y recomenzar nuevamente, con un
terapeuta desconocido. Más allá de eso, los pacientes a menudo no dejan
la terapia por la sola razón que la comenzaron.
Por ejemplo, un paciente dependiente no puede abandonar a su
terapeuta; uno masoquista sufre en silencio el tratamiento con un
terapeuta que lo retiene; uno narcisista, ansioso por gustar, teme
desafiar al terapeuta y así sucesivamente.
Por supuesto, uno puede preguntarse por qué en esos casos los
terapeutas no piden una pausa y se preguntan si el tratamiento está
estancado o no está funcionando. Puedo pensar varias razones.
Algo más que entusiasmo
Para comenzar, los terapeutas son gente entusiasta y
siempre pueden identificar nuevos temas en los que uno puede trabajar.
Luego, por supuesto, hay un motivo del que no se habla. Los terapeutas
tienen inevitables intereses económicos para mantener a sus pacientes
en tratamiento.
Por otro lado, los terapeutas tiene necesidades emocionales
insatisfechas, como cualquier otro, que algunos pacientes satisfacen.
Los terapeutas pueden encontrar que algunos pacientes son tan
interesantes, excitantes o divertidos que puede resultarles difícil
dejarlos ir.
Así que la mejor manera de responder a la pregunta "¿ya estoy
listo para dejar la terapia?" es enfrentarla. Periódicamente, analice
su progreso y pídale a su analista que le hable al respecto.
¿Cuán cerca está de sus objetivos? ¿Cuánto mejor se siente?
¿Sus relaciones y su trabajo son más satisfactorios?, son algunas
preguntas posibles.
Hasta puede preguntarles a amigos cercanos o a su pareja si
ven algún cambio. Si piensa que está mejor y considera finalizar el
tratamiento pero el terapeuta no está de acuerdo, es el momento para
una consulta independiente. En efecto, luego de una consulta, mi amiga
escritora terminó su terapia y no lo lamenta.
El abogado finalmente reunió el coraje para decirle a su
terapeuta que a pesar de que disfrutaba de hablar con ella, realmente
sentía que había llegado el momento de terminar. Para su sorpresa, ella
estuvo de acuerdo.
Si contrariamente a ellos dos, usted todavía no puede decidir
si quedarse o partir, considere la posibilidad de un experimento.
Tómese varios meses y vea cómo es la vida sin la terapia. De esa manera
tendrá la posibilidad de juzgar los efectos sin estar realmente en
tratamiento y sin pagar por él. Recuerde que siempre puede volver. |