El genoma humano evoluciona, pero no a un ritmo lento y constante como se pensaba. Desde la Edad de Piedra, un 7 por ciento de los genes humanos se han ajustado atendiendo a los cambios del entorno, lo que demuestra una veloz capacidad de adaptación.
La especie humana evoluciona y además lo hace deprisa. Sobre todo en
los últimos 5.000 años -más o menos desde la Edad de Piedra- este
proceso evolutivo se ha acelerado, hasta el punto de hacerlo unas cien
veces más rápido que en cualquier otro momento de la historia de la
hombre.
Mientras nacían los primeros cultivos agrícolas y las
grandes epidemias diezmaban a la población, se produjeron muchos de
estos ajustes en el genoma humano; así, la evolución genética no ha
tenido un ritmo constante, como se pensaba, sino que ha variado según
el momento y también el continente. Unos 1.800 genes, el 7 por ciento
de los genes humanos, han experimentado cambios atribuidos a una
evolución reciente. Esta es una de las principales conclusiones a la
que han llegado los antropólogos John Hawks, de la Universidad de
Wisconsin-Madison, y Henry Harpending, de la Universidad de Utah,
directores de un estudio que se publica en Proceedings of the National
Academy of Sciences.
Los científicos han empleado tecnología
genómica punta para analizar datos del proyecto HapMap, el mapa de los
polimorfismos nucleótidos simples que describe las diferencias
individuales que se encuentran en el ADN. El mapa lleva ya catalogados
unos cuatro millones de los diez polimorfismos que se calcula existen
en el genoma humano. Además, ha identificado diferentes
partes del ADN o haplotipos que contienen un gran número de
polimorfismos y que comparten muchos individuos. De hecho, dos de los
autores de este trabajo -Henry Harpending y Gregory Cochran, ambos de
la Universidad de Wisconsin-Madison- propusieron en 2005 un estudio que
argüía que los judíos askenazíes habían heredado los genes de un
proceso de selección natural ocurrido en el medievo europeo, cuando se
les presionó socialmente para que se dedicaran al comercio. Según esta
hipótesis, los más listos triunfaron con estas actividades y su
posición económica les permitió tener familias más extensas y, por
tanto, mayor probabilidad de transmitir su impronta genética.
Como
contrapartida, con la inteligencia se transmitía también, vía ADN,
enfermedades genéticas, como la de Tay-Sachs o la de Gaucher. No
obstante, Harpending aclara que las diferencias genéticas entre
poblaciones "no deben emplearse para justificar la discriminación".
La cuestión de lecheEl
hallazgo que ahora presentan estos antropólogos desdice la creencia de
que la evolución genética del hombre discurría de forma constante. Por
ejemplo, se tienen datos sobre los cambios que ha experimentado el
esqueleto humano y que muestran que con el tiempo el hombre se ha
convertido en un animal físicamente más pequeño, lo que indica que el
tamaño dejó de ser decisivo para la supervivencia.
Otro ejemplo
de cambio genético, pero mucho más actual, es el gen de la lactasa, la
enzima que ayuda a digerir la leche. Según explica Hawks, éste deja de
estar activo en la adolescencia, pero las poblaciones del norte de
Europa han desarrollado una variación del gen que les permite digerir
bien la leche durante toda la vida; se trata de una adaptación
relativamente nueva asociada a formas de vida ganaderas.
Algo
similar ocurre con el gen CCR5, que se originó hace 4.000 años y que
ahora existe en el 10 por ciento de los europeos: se descubrió al
constatar que por su causa algunos individuos eran más resistentes al
virus del sida, pero en realidad surgió como una manera de luchar
contra la viruela.
Harpending opina que este acelerón en la
evolución humana "es temporal y se debe a la dispersión del ser humano
por todo tipo de entornos que han provocado cambios en la dieta y en el
sistema social. Si coges a un grupo de cazadores y pasas a alimentarlos
con trigo, no es de extrañar que aparezca la diabetes. Aún nos estamos
adaptando. Muchos de los genes que hemos visto que se extendían con la
población están implicados en la adaptación a una dieta de hidratos de
carbono".
(PNAS DOI: 10.1073/ pnas.0707650104).
Implicaciones provocadores del estudioEs
evidente que el hombre moderno se parece poco al de hace mil o dos mil
años: ¿O es que los belicosos vikingos tienen algo que ver con sus
civilizados descendientes nórdicos? El dogma prevalente es que estos
cambios se deben a fluctuaciones culturales, pero mucha de la
idiosincrasia se encuentra bajo una fuerte influencia genética.
Las
razas humanas evolucionan de forma separada: los genes cambian en
Europa, Asia y África, pero las personas son cada vez menos parecidas,
porque el hombre salió de África hace 40.000 años hacia otras regiones,
y desde entonces no ha habido mucha mezcla de genes entre poblaciones.
Si
la rapidez reciente con que han evolucionado los genes humanos se
extrapolara al momento en que el hombre y el chimpancé divergieron
(hace seis millones de años), la diferencia genética entre ambos sería
ahora 160 veces mayor que la actual.
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