Entre el alarmismo y la prevención, miles de personas
acuden diariamente a centros sanitarios de toda Argentina para
vacunarse contra la fiebre amarilla, luego de que se registrara un
brote de la enfermedad en los vecinos Brasil y Paraguay.
En Buenos Aires, tanto los porteños como los miembros de la numerosa
comunidad paraguaya forman largas filas en siete unidades de vacunación
para aplicarse gratuitamente la inmunización.
Son aquéllos que viven en zonas de riesgo o planean
viajar a ellas. Nos referimos no sólo a Paraguay y Brasil, sino también
a provincias del noreste de Argentina como Misiones y Formosa, que son
limítrofes con esos países.
En la fila de varias cuadras que suele formarse ante la
Dirección de Sanidad de Fronteras, el principal centro de vacunación de
Buenos Aires, el porteño Roberto Santos, de 58 años, dijo a BBC Mundo
que llevaba varias horas esperando para inmunizarse antes de volar a
territorio brasileño.
Por su parte, la paraguaya Natividad López (38) nos
contó: "Estoy haciendo esta cola porque acá, en Argentina, la vacuna
está más accesible. En mi país es difícil conseguirla".
Hasta la fecha, el gobierno de Paraguay ha confirmado 15
casos de fiebre amarilla y tres muertes por esa enfermedad, mientras
que en Brasil se han reportado 33 infectados y 17 fallecimientos.
En ambos países la afección ha sido detectada en zonas
rurales y selváticas, y las autoridades intentan frenar su llegada a
las ciudades.
Hace cuatro décadas que en América Latina no existe la variante urbana de la fiebre amarilla.
"Cordón sanitario"
Mientras tanto, el gobierno argentino lleva adelante una
campaña para prevenir un brote como el que afecta a las naciones
vecinas.
"Hemos distribuido más de 400.000 dosis de vacunas para
aplicar a las personas que residen en zonas de riesgo y a quienes se
disponen a viajar a esas áreas. Esto nos permite establecer un cordón
sanitario", explicó a BBC Mundo Hugo Fernández, director nacional de
Enfermedades y Riesgos del Ministerio de Salud.
Además, dijo, se ha impulsado la erradicación de aguas
estancadas donde se reproducen los mosquitos que transmiten la
enfermedad.
Ante este panorama, ¿se justifica tanta preocupación
entre la población de Argentina, donde el único caso sospechado de
fiebre amarilla ha sido descartado?
Fernández cree que no: "Lo que deben tener en claro es
que, si están en Buenos Aires o en cualquier sitio fuera de las zonas
de riesgo y no tienen programados viajes, no necesitan vacunarse".
"También hay que dejar en claro que no hay transmisión
de persona a persona en el caso de la fiebre amarilla. Tiene que haber
un ecosistema particular para que ello ocurra".
La enfermedad es provocada por un virus que se transmite
por la picadura del mosquito Aedes aegypti en las áreas urbanas y del
haemagogus en la selva.
"Su rasgo distintivo es la fiebre y puede tener un
espectro de síntomas que van desde dolores de cabeza y musculares hasta
una enfermedad tóxica que afecta al hígado y que en algunos casos puede
llevar a la muerte", agregó Fernández.
Fantasmas del pasado
La proximidad de los brotes de fiebre amarilla en
Paraguay y Brasil no sólo ha despertado temores entre los argentinos,
sino también malos recuerdos.
Es que en 1871 Buenos Aires sufrió una epidemia que en
seis meses se cobró la vida de 14.000 personas sobre una población de
alrededor de 200.000 habitantes.
En aquel momento la ciudad avanzaba hacia una mayor
urbanización, y el hacinamiento y la falta de higiene contribuyeron a
que los mosquitos transmisores de la fiebre amarilla se reprodujeran y
contagiaran la enfermedad.
Dato histórico aparte, los miedos actuales van acompañados en algunos casos de desconocimiento sobre la afección.
"No sé qué es la fiebre amarilla, pero dicen que es
grave", confesó a BBC Mundo la ya citada Natividad López, poco antes de
entrar a la sede de la Dirección de Sanidad de Fronteras.
A su lado, Elsa Ledesma (69), oriunda de la provincia de
Misiones, afirmó: "Qué es exactamente, no sé. Pero escuché que mata y
por eso hay que vacunarse".
Sin embargo, más allá del temor generado por la cercanía
de países con fiebre amarilla y los fantasmas del pasado, las
autoridades y los especialistas han descartado un brote como el de
Paraguay y Brasil, y mucho menos una epidemia como la que sufrió Buenos
Aires en el siglo XIX.
Para ellos, calma y racionalidad son también buenas medicinas en estos tiempos.
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