Un equipo internacional de investigadores ha probado un nuevo tipo de 'stents', las mallas empleadas para resolver los estrechamientos de los vasos sanguíneos, con resultados prometedores. El rediseño utilizado en este ensayo, que como novedad incorpora la biodegradación del 'stent', podría acabar con la polémica que persigue en los últimos años a estos dispositivos, aunque aún es pronto para saberlo.
Cuando una arteria coronaria (las del corazón) sufre una estenosis,
un estrechamiento de su luz, la situación se puede resolver practicando
un cateterismo e implantando después una malla ('stent') que mantiene la vía permeable.
En su versión clásica, estos artilugios eran metálicos y provocaban
complicaciones ya que con frecuencia el vaso se estrechaba de nuevo.
Para salvar este obstáculo, nació una segunda generación que incorporaba un fármaco
a la malla para evitar la reestenosis. Los ensayos clínicos realizados
con estos 'stents' mostraron muy buenos resultados pero cuando se
trasladó su uso a la práctica clínica cotidiana empezaron a surgir imprevistos.
En general, los pacientes que acuden a los quirófanos son 'más
complejos' que los reclutados para los estudios y en ellos empezó a
crecer la tasa de problemas inflamatorios y de trombosis, que algunos achacan al medicamento.
Sea como fuere, en los últimos meses un aluvión de estudios avalando
o desestimando esta estrategia ha inundado las publicaciones
científicas, pero aún existen numerosas incógnitas. La revista 'The Lancet' recoge en su último número un nuevo abordaje a la cuestión, la implantación en 30 pacientes de un 'stent' biodegradable recubierto de fármaco realizado por científicos holandeses, australianos, daneses y polacos.
Esta tercera generación incorpora la degradación progresiva de la
malla, compuesta de un polímero semicristalino que desaparece al cabo
de dos o tres años recubierto de una película que contiene un fármaco
llamado everolimus. El medicamento, que evita la proliferación celular
en el interior del 'stent' y que se vuelva a ocluir el vaso, se libera
paulatinamente a medida que la malla se degenera.
De momento, los resultados obtenidos son buenos pero carecen de la
fuerza suficiente para emitir un veredicto definitivo. De los 30
pacientes intervenidos, sólo uno tuvo una complicación grave. Los
demás, no mostraron señales de reestenosis a los seis meses ni sufrieron trombosis durante el año que duró el seguimiento.
Un escenario 'irreal'
¿Cuál es el beneficio real? Esta es la pregunta formulada por Carlo
Di Mario y Giuseppe Ferrante, del Imperial College de Londres y el
Instituto de Cardiología de Roma, en un comentario que acompaña al
trabajo. "Los resultados de un año en 29 pacientes no son suficientes para definir el riesgo agudo de trombosis y no ofrecen información alguna sobre el riesgo a largo plazo", escriben.
Otro dato a tener en cuenta, según Di Mario y Ferrante, es la
composición de la malla. El uso del polímero, el ácido poli L-láctico,
en otras disciplinas médicas ha demostrado su biocompatibilidad pero
también ha puesto de manifiesto algunas reacciones adversas que podrían
aparecer también en los enfermos coronarios.
Por otro lado, los participantes seleccionados para este estudio
tenían unas características muy concretas y ausencia de patologías
complicadas. El uso de estos pacientes 'ideales' podría empañar la validez de los resultados, como ya ocurrió con los 'stents' recubiertos de fármaco, cuyo uso en 'la vida real' mostró menos beneficios de los esperados.
No obstante, a pesar de todas estas limitaciones, los autores del
editorial apuntan a alternativas como la de estos 'stents'
biodegradables como "el centro de las investigaciones" para acabar con
los problemas derivados del uso de estos dispositivos.
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