El cerebro es más maleable de lo que se pensaba. Incluso décadas después de un ictus, las células nerviosas son capaces de readaptarse y crear nuevas estructuras: las parálisis desaparecen y se recupera el habla.
Lani Bernier estaba bajo la ducha cuando todo su lado izquierdo se
tornó extrañamente lánguido. La mujer, que estaba embarazada, perdió el
equilibrio. El diagnóstico fue inequívoco: ictus. A causa de una
inflamación cardiaca, en el cuerpo de esta mujer de 33 años se había
formado un coágulo que se alojó en el cerebro. Miles de millones
de células nerviosas responsables del movimiento del lado izquierdo del
cuerpo dejaron de recibir oxígeno: la pierna respectiva ya no
respondía, el brazo izquierdo sólo se balanceaba. Lani Bernier dio a
luz a un niño sano, pero siguió imposibilitada por las consecuencias de
este ataque. Tras cuatro meses de fisioterapia, en 1987 se dio por
terminado su tratamiento porque "se habían agotado todas las
posibilidades terapéuticas". A partir de ese momento esta química
de profesión y madre de tres niños, se acostumbró a realizar todas las
tareas domésticas y del laboratorio con la mano derecha; en la
izquierda tenía siempre el puño cerrado. Pero ahora, 20 años
después, todo ha cambiado: Bernier ha enfundado la mano derecha sana en
una manopla, y la mano izquierda afectada tiene que asumir todo el
trabajo. Con dedos rígidos coge bolas de plástico de colores. En 45
segundos ha apilado 18. "Fantástico, nunca has estado tan rápida", la
felicita una terapeuta. Estos ejercicios se prolongan durante
tres horas en la sección de Neurorrehabilitación de la Universidad de
Alabama de Birmingham (EE UU). Primero Bernier coloca pelotas de golf
en una caja, luego coge barajas. Por la noche está exhausta. Pero la
incómoda manopla se queda en la mano buena hasta la hora de dormir, de
modo que la mano mala siga obligada a moverse. Esta suave tortura
muestra su eficacia al cabo de pocos días. "Ahora puedo hacer con la
mano enferma muchas cosas que antes no podía", asegura Bernier, que
informa sobre sus triunfos: coger prendas de los cajones, contestar el
teléfono o accionar el interruptor de la luz, todo con la izquierda. El
éxito reside en una terapia hasta ahora poco conocida, desarrollada por
el psicólogo Edward Taub, de la Universidad de Alabama: "Mi objetivo es
modificar el cerebro de los pacientes". El forzarse a utilizar la
mano paralizada surte efecto en pocos días en el cerebro. Allí donde un
ictus ha atrofiado un área cerebral, las regiones adyacentes se
entrenan para asumir la función motora. El cerebro se cura a sí mismo,
la parálisis retrocede o incluso desaparece. El entrenamiento de
Taub ha demostrado su eficacia en dos estudios con más de 300
pacientes. Un año después de la terapia, casi todos los participantes
en el estudio presentaban "mejoras clínicamente relevantes". Es
especialmente esperanzador que para el éxito del tratamiento no
importen la edad de los pacientes ni el tiempo transcurrido desde la
pérdida de la motricidad. El hecho de que Bernier progrese tan bien
después de 20 años de su ataque no sorprende a sus terapeutas. Han
podido incluso ayudar a un paciente que había sufrido de niño un
infarto cerebral y había vivido durante más de 50 años con una parte
del cuerpo paralizada. Las mejorías llevan emparejados grandes
cambios en el cerebro, como demuestran las investigaciones. La
actividad eléctrica se duplica en las áreas respectivas, y además se
irrigan con más intensidad, consumen más oxígeno y se expanden. Los
investigadores han descubierto recientemente un efecto adicional: el
entrenamiento de Taub modifica también la estructura del tejido en las
regiones de la corteza cerebral responsables del movimiento. Ésta es la
primera prueba de que una terapia hace surgir estructuras nuevas en el
cerebro. El psicólogo Wolfgang Miltner, de la Universidad de
Jena, descubrió este fenómeno examinando con resonancia magnética los
cerebros de 13 pacientes (hombres y mujeres) que habían sufrido un
ictus. Entonces advirtieron "una condensación del tejido nervioso". El
propio Taub llega al mismo resultado en exploraciones con resonancia
magnética. "El entrenamiento produce un aumento considerable de
sustancia gris", explica. "Y tenemos indicios que apuntan a que ese
aumento se debe al nacimiento de nuevas células nerviosas". Estos
resultados, que próximamente se publicarán en revistas especializadas,
son prueba de la asombrosa versatilidad del cerebro hasta una edad
madura. Los cerebros de personas adultas se pueden moldear mucho más de
lo que se creía posible hasta ahora. El neurólogo canadiense Norman
Doidge escribe sobre este tema en un libro publicado recientemente: "La
naturaleza nos ha dotado de una estructura cerebral que sobrevive en un
entorno cambiante porque ella misma se modifica". Cuanto más
saben los investigadores sobre esta plasticidad neuronal, mayor es la
confianza en poder curar cerebros enfermos con nuevos métodos. La
capacidad curativa latente en la materia gris debe despertarse para
actuar contra una gran variedad de afecciones. Entretanto, Edward Taub
también está tratando en Birmingham a personas que padecen parálisis en
las manos a causa de la esclerosis múltiple, así como a ex combatientes
de guerra que han vuelto de Irak con graves traumatismos cerebrales. Lo
más importante en cualquier terapia es practicar, practicar y
practicar. Ésta es también la experiencia de Edward Taub. Desde que
hizo firmar a sus pacientes un "contrato de comportamiento" por el cual
prometen llevar la molesta manopla en la mano sana, ha comprobado
todavía más éxitos.
Maleable como la plastilina
La nueva idea de que el cerebro es tan maleable como la plastilina
se diferencia radicalmente de la visión que siguen defendiendo muchos
terapeutas. Según ellos, se trata de una estructura rígida sobre la que
se puede influir principalmente con medicamentos, pero muy poco con
entrenamiento. Este neurodeterminismo anticuado ocasiona, por
ejemplo, que personas que han sufrido un ictus no agoten el potencial
de autocuración del cerebro. De este modo, como critica el psicólogo
Wolfgang Miltner, muchos terapeutas comunican a sus pacientes que hay
un "techo" que se alcanza algunos meses después del ictus y más allá
del cual es imposible lograr una mejoría desde el punto de vista
biológico. Como consecuencia de ello, médicos y fisioterapeutas
dan por finalizados los tratamientos demasiado pronto y consideran
inútil buscar tentativas de curación alternativas. "No se trata a los
pacientes con la intensidad y el tiempo suficientes", sostiene Miltner.
Además, según los escépticos, muchos métodos persiguen un objetivo
equivocado, como sucede, por ejemplo, con los tratamientos a personas
con traumatismos cerebrales graves. Por tradición, la medicina de
rehabilitación se basa en técnicas que pretenden compensar la carencia
"en lugar de modificar el déficit en sí", asegura el neurólogo Michael
Selzer, de la Escuela de Medicina de la Universidad de Pensilvania, en
Filadelfia (Estados Unidos). La plasticidad también explica por
qué el cerebro aprende tan rápido a dejar de usar un brazo enfermo. Las
células nerviosas en el cerebro responsables del manejo del brazo
buscan enseguida otra tarea. Pero esta plasticidad hace posible que el
aprendizaje pueda realizarse a la inversa.
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