BALTASAR GRACIÁN [1],[2]
(1601-1658)
(25)
Buen entendedor. Arte era de artes saber discurrir:
ya no basta, menester es adivinar, y más en desengaños. No puede ser entendido
el que no fuere buen entendedor. Hay zahoríes del corazón y linces de las
intenciones. Las verdades que más nos importan vienen siempre a medio decir;
recíbanse del atento a todo entender: en lo favorable, tirante la rienda a la
credulidad; en lo odioso, picarla.
(57)
Más seguros son los pensados. Harto presto, si bien. Lo que luego se hace, luego
se deshace; mas lo que ha de durar una eternidad, ha de tardar otra en hacerse.
No se atiende sino ala perfección y sólo el acierto permanece. Entendimiento con fondos logra eternidades.
Lo que mucho vale, mucho cuesta, que aun el más precioso de los metales es el
más tardo y más grave.
(70)
Saber negar. No todo se ha de conceder, ni a
todos. Tanto importa como el saber conceder, y en los que mandan es atención
urgente. Aquí entra el modo: más se estima el no de algunos que el sí de otros, porque
un no dorado satisface más que un sí a secas.
Hay muchos que siempre tienen en la boca el no, con que todo lo
desazonan. El no es siempre el
primero en ellos, y aunque después todo lo vienen a conceder, no se les estima,
porque precedió aquella primera desazón. No se han de negar de rondón las
cosas: vaya a tragos el desengaño; ni se ha de negar del todo, que sería
desahuciar la dependencia. Queden siempre algunas reliquias de esperanza para
que templen lo amargo del negar. Llene
la cortesía el vacío del favor y suplan las buenas palabras la falta de las
obras. El No y el Sí son
breves de decir y piden mucho pensar.
(71)
No ser desigual, de proceder anómalo: ni por natural, ni por afectación. El varón cuerdo
siempre fue el mismo en todo lo perfecto, que es crédito de entendido. Dependa en su mudanza de la de las causas y
méritos. En materia de cordura, la
variedad es fea. Hay algunos que cada día son otros de sí; hasta el
entendimiento tienen desigual, cuánto más la voluntad, y aun la ventura. El que ayer fue el blanco de su sí, hoy es el negro de su no,
desmintiendo siempre su propio crédito y deslumbrando el ajeno concepto.
(72)
Hombre de resolución.
Menos dañosa es la mala ejecución que la irresolución. No se gastan
tanto las materias cuando corren como si estancan. Hay hombres indeterminables,
que necesitan de ajena premoción en todo; y a veces no nace tanto de la
perplejidad del juicio, pues lo tienen perspicaz, cuanto de la ineficacia.
Ingenioso suele ser el dificultar, pero más lo es el hallar salida a los
inconvenientes. Hay otros que en nada se
embarazan, de juicio grande y determinado; nacieron para sublimes empleos,
porque su despejada comprehensión facilita el acierto y el despacho: todo se lo
hallan hecho, que después de aver dado razón a un mundo, le quedó tiempo a uno
de éstos para otro; y cuando están afianzados de su dicha, se empeñan con más
seguridad.
(80)
Atención al informarse. Vívese lo más de información. Es lo menos lo que
vemos; vivimos de fe ajena. Es el oído la puerta segunda de la verdad y
principal de la mentira. La verdad
ordinariamente se ve, extravagantemente se oye; raras veces llega en su
elemento puro, y menos cuando viene de lejos; siempre trae algo de mixta, de
los afectos por donde pasa; tiñe de sus colores la pasión cuanto toca, ya
odiosa, ya favorable. Tira siempre a impresionar: gran cuenta con quien alaba,
mayor con quien vitupera. Es menester toda la atención en este punto para
descubrir la intención en el que tercia, conociendo de antemano de qué pie se
movió. Sea la refleja contraste de lo falto y de lo falso.
(82)
Nunca apurar, ni el mal, ni el bien.
A la moderación en todo redujo la sabiduría toda un sabio. El sumo
derecho se hace tuerto, y la naranja que mucho se estruja llega a dar lo amargo.
Aun en la fruición nunca se ha de llegar a los extremos. El mismo ingenio se
agota si se apura, y sacará sangre por leche el que esquilmare a lo tirano.
(101)
La mitad del mundo se está riendo de la otra mitad,
con necedad de todos. O todo es bueno, o todo es malo, según votos. Lo que éste
sigue, el otro persigue. Insufrible necio el que quiere regular todo objeto por
su concepto. No dependen las perfecciones de un solo agrado; tantos son los
gustos como los rostros, y tan varios. No hay defecto sin afecto, ni se ha de
desconfiar porque no agraden las cosas a algunos, que no faltarán otros que las
aprecien; ni aun el aplauso de éstos le sea materia al desvanecimiento, que
otros lo condenarán. La norma de la verdadera satisfacción es la aprobación de
los varones de reputación, y que tienen voto en aquel orden de cosas. No se
vive de un voto solo, ni de un uso, ni de un siglo.
(105)
No cansar. Suele ser pesado el hombre de un
negocio, y el de un verbo. La brevedad es lisonjera, y más negociante; gana por
lo cortés lo que pierde por lo corto. Lo bueno, si breve, dos veces bueno; y
aun lo malo, si poco, no tan malo. Más
obran quintas esencias que fárragos; y es verdad común que hombre largo raras
veces entendido, no tanto en lo material de la disposición cuanto en lo formal
del discurso. Hay hombres que sirven más
de embarazo que de adorno del universo, alhajas perdidas que todos las desvían.
Excuse el discreto el embarazar, y mucho menos a grandes personajes, que viven
muy ocupados, y sería peor desazonar uno de ellos que todo lo restante del
mundo. Lo bien dicho se dice presto.
(111)
Tener amigos.
Es
el segundo ser. Todo amigo es bueno, y
sabio para el amigo. Entre ellos todo sale bien. Tanto valdrá uno cuanto
quisieren los demás; y para que quieran, se les ha de ganar la boca por el
corazón. No hay hechizo como el buen
servicio, y para ganar amistades, el mejor medio es hacerlas. Depende lo más y
lo mejor que tenemos de los otros. Hase de vivir, o con amigos o con enemigos. Cada día se ha
de diligenciar uno, aunque no para íntimo, para aficionado, que algunos se
quedan después para confidentes, pasando por el acierto del delecto.
(129)
Nunca quejarse.
La
queja siempre trae descrédito. Más sirve
de ejemplar de atrevimiento a la pasión que de consuelo a la compasión. Abre el
paso a quien la oye para lo mismo, y es noticia del agravio del primero
disculpa del segundo. Dan pie algunos
con sus quejas de las ofensiones pasadas a las venideras, y pretendiendo
remedio o consuelo, solicitan la complacencia, y aun el desprecio. Mejor
política es celebrar obligaciones de unos para que sean empeños de otros, y el
repetir favores de los ausentes es solicitar los de los presentes, es vender
crédito de unos a otros. Y el varón
atento nunca publique ni desaires ni defectos, sí estimaciones, que sirven para
tener amigos y de contener enemigos.
(130)
Hacer, y hacer parecer. Las cosas no pasan por lo que son, sino por lo que
parecen. Valer y saberlo mostrar es valer dos veces. Lo que no se ves es como si no fuese. No tiene su veneración la razón misma donde
no tiene cara de tal. Son muchos más los engañados que los advertidos:
prevalece el engaño y júzganse las cosas por fuera. Hay cosas que son muy otras
de lo que parecen. La buena exterioridad es la mejor recomendación de la
perfección interior.
(139)
Conocer el día aciago, que los hay: nada saldrá bien; y,
aunque se varíe el juego, pero no la mala suerte. A dos lances convendrá
conocerla y retirarse, advirtiendo si está de día o no lo está. Hasta en el entendimiento hay vez, que
ninguno supo a todas horas. Es ventura
acertar a discurrir, como el escribir bien una carta. Todas las perfecciones dependen de sazón, ni
siempre la belleza está de vez; desmiéntese la discreción a sí misma, ya
cediendo, ya excediéndose; y todo para salir bien ha de estar de día. Así como
en unos todo sale mal, en otros todo bien y con menos diligencias. Todo se lo halla uno hecho: el ingenio está
de vez, el genio de temple, y todo de estrella.
Entonces conviene lograrla y no desperdiciar la menor partícula. Pero el
varón juicioso no por un azar que vio sentencie definitivamente de malo, ni al
contrario, de bueno, que pudo ser aquello desazón y esto ventura.
(140)
Topar luego con lo bueno en cada cosa.
Es dicha del buen gusto. Va luego la abeja a la dulzura para el panal, y
la víbora a la amargura para el veneno.
Así los gustos, unos a lo mejor y otros a lo peor. No hay cosa que no tenga algo bueno, y más si
es libro, por lo pensado. Es, pues, tan
desgraciado el genio de algunos, que entre mil perfecciones toparán con solo un
defecto que hubiere, y ése lo censuran y lo celebran: recogedores de las
inmundicias de voluntades y de entendimientos, cargando de notas, de defectos,
que es más castigo de su mal delecto que empleo de su sutileza. Pasan mala vida, pues siempre se ceban de
amarguras y hacen pasto de imperfecciones.
Más feliz es el gusto de otros que, entre mil defectos, toparán luego
con una sola perfección que se le cayó a la ventura.
(149)
Saber declinar a otro los males. Tener escudos contra la malevolencia, gran treta de
los que gobiernan. No nace de
incapacidad, como la malicia piensa, sí de industria superior, tener en quien
recaiga la censura de los desaciertos, y el castigo común de la
murmuración. No todo puede salir bien,
ni a todos se puede contentar. Haya,
pues, un testa de yerros, terrero de infelicidades, a costa de su misma
ambición.
(157)
No engañarse en las personas,
que es el peor y más fácil engaño.
Más vale ser engañado en el precio que en la mercadería; ni hay cosa que
más necesite de mirarse por dentro. Hay diferencia entre el entender las cosas
y conocer las personas; y es gran filosofía alcanzar los genios y distinguir
los humores de los hombres. Tanto es menester tener estudiados los sujetos como
los libros.
(190)
Hallar el consuelo en todo. Hasta de inútiles lo es el ser eternos. No hay afán
sin conorte: los necios le tienen en ser venturosos, y también se dijo “Ventura
de fea”. Para vivir mucho es arbitrio valer poco; la vasija quebrantada es la
que nunca se acaba de romper, que enfada con su durar. Parece que tiene envidia
la fortuna a las personas más importantes, pues iguala la duración con la
inutilidad de las unas y la importancia con la brevedad de las otras: faltarán
cuantos importaren y permanecerá eterno el que es de ningún provecho, ya porque
lo parece, ya porque realmente es así.
Al desdichado parece que se conciertan en olvidarle la suerte y la
muerte.
(192)
Hombre de gran paz, hombre de mucha vida. Para vivir, dejar vivir. No sólo viven los
pacíficos, sino que reinan. Hase de oír y ver, pero callar. El día sin pleito
hace la noche soñolienta. Vivir mucho y vivir con gusto es vivir por dos, y
fruto de la paz. Todo lo tiene a quien
no se le da nada de lo que no le importa.
No hay mayor despropósito que tomarlo todo de propósito. Igual necedad que le pase el corazón a quien
no le toca, y que no le entre de los dientes adentro a quien le importa.
(193)
Atención al que entra con la ajena por salir con la
suya. No hay reparo para la astucia como la
advertencia. Al entendido, un buen entendedor. Hacen algunos ajeno el negocio
propio, y sin la contracifra de intenciones se halla a cada paso empeñado uno
en sacar del fuego el provecho ajeno con daño de su mano.
(195)
Saber estimar.
Ninguno
hay que no pueda ser maestro de otro en algo, ni hay quien no exceda al que
excede. Saber disfrutar a cada uno es útil saber. El sabio estima a todos
porque reconoce lo bueno en cada uno y sabe lo que cuestan las cosas de hacerse
bien. El necio desprecia a todos por
ignorancia de lo bueno y por elección de lo peor.
(197)
Nunca embarazarse con necios. Eslo el que no los conoce, y más el que, conocidos,
no los descarta. Son peligrosos para el
trato superficial y perniciosos para la confidencia; y aunque algún tiempo los
contenga su recelo propio y el cuidado ajeno, al cabo hacen la necedad o la
dicen; y si tardaron, fue para hacerla más solemne. Mal puede ayudar al crédito ajeno quien no le
tiene propio. Son infelicísimos, que es el sobrehueso de la necedad, y se pegan
una y otra. Sola una cosa tienen menos mala, y es que ya que a ellos los
cuerdos no les son de algún provecho, ellos sí de mucho a los sabios, o por
noticia o por escarmiento.
(214)
No hacer de una necedad dos.
Es muy ordinario para remendar una cometer otras cuatro. Excusar una impertinencia con otra mayor es
de casta de mentira, o ésta lo es de necedad, que para sustentarse una necesita
de muchas. Siempre del mal pleito fue
peor el patrocinio; más mal que el mismo
mal: no saberlo desmentir. Es pensión de
las imperfecciones dar a censo otras muchas. En un descuido puede caer el mayor
sabio, pero en dos no; y de paso, que no de asiento.
(230)
Abrir los ojos con tiempo. No todos los que ven han abierto los ojos, ni todos
los que miran ven. Dar en la cuenta tarde no sirve de remedio, sino de
pesar. Comienzan a ver algunos cuando no
hay qué: deshicieron sus casas y sus cosas antes de hacerse ellos. Es dificultoso dar entendimiento a quien no
tiene voluntad, y más dar voluntad a quien no tiene entendimiento. Juegan con
ellos los que les van alrededor como con ciegos, con risa de los demás. Y
porque son sordos para oír, no abren los ojos para ver. Pero no falta quien fomenta esta
insensibilidad, que consiste su ser en que ellos no sean. Infeliz caballo cuyo amo no tiene ojos: mal
engordará.
(231)
Nunca permitir a medio hacer las cosas. Gócense en su perfección. Todos
los principios son informes, y queda después la imaginación de aquella
deformidad: la memoria de haberlo visto imperfecto no lo deja lograr acabado.
Gozar de un golpe el objeto grande, aunque embaraza el juicio de las partes, de
por sí adecua el gusto. Antes de ser todo es nada, y en el comenzar a ser se
está aún muy dentro de su nada. El ver
guisar el manjar más regalado sirve antes de asco que de apetito. Recátese,
pues, todo gran maestro de que le vean sus obras en embrión. Aprende de la
naturaleza a no exponerlas hasta que puedan parecer.
(235)
Saber pedir. No hay cosa más dificultosa para
algunos ni más fácil para otros. Hay unos que no saben negar; con éstos no es
menester ganzúa. Hay otros que el No es su primera palabra a todas horas; con éstos
es menester la industria. Y con todos,
la sazón: un coger los espíritus alegres, o por el pasto antecedente del
cuerpo, o por el del ánimo. Si ya la
atención del reflejo que atiende no previene la sutileza en el que intenta, los
días del gozo son los del favor, que redunda del interior a lo exterior. No se ha de llegar cuando se ve negar a otro,
que está perdido el miedo al No. Sobre tristeza no hay buen lance. El obligar
de antemano es cambio donde no corresponde la villanía.
(246)
Nunca dar satisfacción a quien no la pedía.
Y aunque se pida, es especie de delito, si es sobrada. El excusarse antes
de ocasión es culparse, y el sangrarse en salud es hacer del ojo al mal, y a la
malicia. La excusa anticipada despierta el celo que dormía. Ni se ha de dar el
cuerdo por entendido de la sospecha ajena, que es salir a buscar el agravio. Entonces la ha de procurar desmentir con la
entereza de su proceder.
(247)
Saber un poco más, y vivir un poco menos.
Otros discurren al contrario. Más vale el buen ocio que el negocio. No tenemos cosa nuestra sino el tiempo. ¿Dónde vive quien no tiene lugar? Igual infelicidad es gastar la preciosa vida
en tareas mecánicas que en demasía de las sublimes; ni se ha de cargar de ocupaciones, ni de
envidia: es atropellar el vivir y ahogar el ánimo. Algunos lo extienden al saber, pero no se
vive si no se sabe.
(254)
No despreciar el mal por poco,
que nunca viene uno solo. Andan encadenados, así como las felicidades.
Van la dicha y la desdicha de ordinario adonde más hay; y es que todos huyen del desdichado y se
arriman al venturoso. Hasta las palomas,
con toda su sencillez, acuden al homenaje más blanco. Todo le viene a faltar a
un desdichado: él mismo a sí mismo, el discurso y el conorte. No se ha de despertar la desdicha cuando
duerme. Poco es un deslizar, pero
síguese aquel fatal despeño, sin saber dónde se vendrá a parar, que así como
ningún bien fue del todo cumplido, así ningún mal del todo acabado. Para el que
viene del cielo es la paciencia; para el que del suelo, la prudencia.
(255)
Saber hacer el bien; poco, y muchas veces. Nunca ha de exceder el
empeño a la posibilidad. Quien da mucho, no da, sino que vende. No se ha de
apurar el agradecimiento, que, en viéndose imposibilitado, quebrará la
correspondencia. No es menester más para
perder a muchos que obligarlos con demasía.
Por no pagar se retiran, y dan en enemigos, de obligados. El ídolo nunca
querría ver delante al escultor que lo labró; ni el empenado, su bienhechor al
ojo. Gran sutileza del dar, que cueste
poco y se desee mucho, para que se estime más.
(261)
No proseguir la necedad.
Hacen algunos empeño del desacierto, y porque comenzaron a errar, les
parece que es constancia el proseguir. Acusan en el foro interno su yerro, y en
el externo lo excusan, con que si cuando comenzaron la necedad fueron notados
de inadvertidos, al proseguirla son confirmados en necios. Ni la promesa
inconsiderada, ni la resolución errada inducen obligación. De esta suerte
continúan algunos su primera grosería y llevan adelante su cortedad: quieren
ser constantes impertinentes.
(262)
Saber olvidar:
más
es dicha que arte. Las cosas que son más
para olvidadas son las más acordadas. No sólo es villana la memoria para faltar
cuando más fue menester, pero necia para acudir cuando no convendría: en lo que
ha de dar pena es prolija y en lo que había de dar gusto es descuidada. Consiste a veces el remedio del mal en
olvidarlo, y olvídase el remedio. Conviene, pues, hacerla a tan cómodas
costumbres, porque basta a dar felicidad o infierno. Exceptúanse los satisfechos, que en el estado
de su inocencia gozan de su simple felicidad.
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