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Baltasar Gracián - Oráculo manual y arte de prudencia (Selección) PDF Imprimir E-Mail
Aporte para DiarioSalud.net del Dr. Antonio L. Turnes   
martes, 25 de marzo de 2008
 

BALTASAR GRACIÁN [1],[2]

(1601-1658)

 
(25)

 Buen entendedor. Arte era de artes saber discurrir: ya no basta, menester es adivinar, y más en desengaños. No puede ser entendido el que no fuere buen entendedor. Hay zahoríes del corazón y linces de las intenciones. Las verdades que más nos importan vienen siempre a medio decir; recíbanse del atento a todo entender: en lo favorable, tirante la rienda a la credulidad; en lo odioso, picarla.

 
(57)

Más seguros son los pensados.  Harto presto, si bien. Lo que luego se hace, luego se deshace; mas lo que ha de durar una eternidad, ha de tardar otra en hacerse. No se atiende sino ala perfección y sólo el acierto permanece.  Entendimiento con fondos logra eternidades. Lo que mucho vale, mucho cuesta, que aun el más precioso de los metales es el más tardo y más grave.

 
(70)

Saber negar.  No todo se ha de conceder, ni a todos. Tanto importa como el saber conceder, y en los que mandan es atención urgente. Aquí entra el modo: más se estima el no  de algunos que el sí de otros, porque un no dorado satisface más que un sí  a secas.  Hay muchos que siempre tienen en la boca el no, con que todo lo desazonan.  El no es siempre el primero en ellos, y aunque después todo lo vienen a conceder, no se les estima, porque precedió aquella primera desazón. No se han de negar de rondón las cosas: vaya a tragos el desengaño; ni se ha de negar del todo, que sería desahuciar la dependencia. Queden siempre algunas reliquias de esperanza para que templen lo amargo del negar.  Llene la cortesía el vacío del favor y suplan las buenas palabras la falta de las obras. El No y el Sí  son breves de decir y piden mucho pensar.

(71)

No ser desigual, de proceder anómalo:  ni por natural, ni por afectación. El varón cuerdo siempre fue el mismo en todo lo perfecto, que es crédito de entendido.  Dependa en su mudanza de la de las causas y méritos.  En materia de cordura, la variedad es fea. Hay algunos que cada día son otros de sí; hasta el entendimiento tienen desigual, cuánto más la voluntad, y aun la ventura.  El que ayer fue el blanco de su sí,  hoy es el negro de su no, desmintiendo siempre su propio crédito y deslumbrando el ajeno concepto.

(72)
 

Hombre de resolución.  Menos dañosa es la mala ejecución que la irresolución. No se gastan tanto las materias cuando corren como si estancan. Hay hombres indeterminables, que necesitan de ajena premoción en todo; y a veces no nace tanto de la perplejidad del juicio, pues lo tienen perspicaz, cuanto de la ineficacia. Ingenioso suele ser el dificultar, pero más lo es el hallar salida a los inconvenientes.  Hay otros que en nada se embarazan, de juicio grande y determinado; nacieron para sublimes empleos, porque su despejada comprehensión facilita el acierto y el despacho: todo se lo hallan hecho, que después de aver dado razón a un mundo, le quedó tiempo a uno de éstos para otro; y cuando están afianzados de su dicha, se empeñan con más seguridad.

 
(80)
 

Atención al informarse.  Vívese lo más de información. Es lo menos lo que vemos; vivimos de fe ajena. Es el oído la puerta segunda de la verdad y principal de la mentira.  La verdad ordinariamente se ve, extravagantemente se oye; raras veces llega en su elemento puro, y menos cuando viene de lejos; siempre trae algo de mixta, de los afectos por donde pasa; tiñe de sus colores la pasión cuanto toca, ya odiosa, ya favorable. Tira siempre a impresionar: gran cuenta con quien alaba, mayor con quien vitupera. Es menester toda la atención en este punto para descubrir la intención en el que tercia, conociendo de antemano de qué pie se movió. Sea la refleja contraste de lo falto y de lo falso.

 
(82)
 

Nunca apurar, ni el mal, ni el bien.  A la moderación en todo redujo la sabiduría toda un sabio. El sumo derecho se hace tuerto, y la naranja que mucho se estruja llega a dar lo amargo. Aun en la fruición nunca se ha de llegar a los extremos. El mismo ingenio se agota si se apura, y sacará sangre por leche el que esquilmare a lo tirano.

(101)
 

La mitad del mundo se está riendo de la otra mitad, con necedad de todos. O todo es bueno, o todo es malo, según votos. Lo que éste sigue, el otro persigue. Insufrible necio el que quiere regular todo objeto por su concepto. No dependen las perfecciones de un solo agrado; tantos son los gustos como los rostros, y tan varios. No hay defecto sin afecto, ni se ha de desconfiar porque no agraden las cosas a algunos, que no faltarán otros que las aprecien; ni aun el aplauso de éstos le sea materia al desvanecimiento, que otros lo condenarán. La norma de la verdadera satisfacción es la aprobación de los varones de reputación, y que tienen voto en aquel orden de cosas. No se vive de un voto solo, ni de un uso, ni de un siglo.

(105)

No cansar.  Suele ser pesado el hombre de un negocio, y el de un verbo. La brevedad es lisonjera, y más negociante; gana por lo cortés lo que pierde por lo corto. Lo bueno, si breve, dos veces bueno; y aun lo malo, si poco, no tan malo.  Más obran quintas esencias que fárragos; y es verdad común que hombre largo raras veces entendido, no tanto en lo material de la disposición cuanto en lo formal del discurso.  Hay hombres que sirven más de embarazo que de adorno del universo, alhajas perdidas que todos las desvían. Excuse el discreto el embarazar, y mucho menos a grandes personajes, que viven muy ocupados, y sería peor desazonar uno de ellos que todo lo restante del mundo. Lo bien dicho se dice presto.

(111)

Tener amigos.  Es el segundo ser.  Todo amigo es bueno, y sabio para el amigo. Entre ellos todo sale bien. Tanto valdrá uno cuanto quisieren los demás; y para que quieran, se les ha de ganar la boca por el corazón.  No hay hechizo como el buen servicio, y para ganar amistades, el mejor medio es hacerlas. Depende lo más y lo mejor que tenemos de los otros. Hase de vivir,  o con amigos o con enemigos. Cada día se ha de diligenciar uno, aunque no para íntimo, para aficionado, que algunos se quedan después para confidentes, pasando por el acierto del delecto.

(129)

Nunca quejarse.  La queja siempre trae descrédito.  Más sirve de ejemplar de atrevimiento a la pasión que de consuelo a la compasión. Abre el paso a quien la oye para lo mismo, y es noticia del agravio del primero disculpa del segundo.  Dan pie algunos con sus quejas de las ofensiones pasadas a las venideras, y pretendiendo remedio o consuelo, solicitan la complacencia, y aun el desprecio. Mejor política es celebrar obligaciones de unos para que sean empeños de otros, y el repetir favores de los ausentes es solicitar los de los presentes, es vender crédito de unos a otros.  Y el varón atento nunca publique ni desaires ni defectos, sí estimaciones, que sirven para tener amigos y de contener enemigos.

(130)

Hacer, y hacer parecer.  Las cosas no pasan por lo que son, sino por lo que parecen. Valer y saberlo mostrar es valer dos veces.  Lo que no se ves es como si no fuese.  No tiene su veneración la razón misma donde no tiene cara de tal. Son muchos más los engañados que los advertidos: prevalece el engaño y júzganse las cosas por fuera. Hay cosas que son muy otras de lo que parecen. La buena exterioridad es la mejor recomendación de la perfección interior.

(139)

Conocer el día aciago, que los hay: nada saldrá bien; y, aunque se varíe el juego, pero no la mala suerte. A dos lances convendrá conocerla y retirarse, advirtiendo si está de día o no lo está.  Hasta en el entendimiento hay vez, que ninguno supo a todas horas.  Es ventura acertar a discurrir, como el escribir bien una carta.  Todas las perfecciones dependen de sazón, ni siempre la belleza está de vez; desmiéntese la discreción a sí misma, ya cediendo, ya excediéndose; y todo para salir bien ha de estar de día. Así como en unos todo sale mal, en otros todo bien y con menos diligencias.  Todo se lo halla uno hecho: el ingenio está de vez, el genio de temple, y todo de estrella.  Entonces conviene lograrla y no desperdiciar la menor partícula. Pero el varón juicioso no por un azar que vio sentencie definitivamente de malo, ni al contrario, de bueno, que pudo ser aquello desazón y esto ventura.

(140)

Topar luego con lo bueno en cada cosa.  Es dicha del buen gusto. Va luego la abeja a la dulzura para el panal, y la víbora a la amargura para el veneno.  Así los gustos, unos a lo mejor y otros a lo peor.  No hay cosa que no tenga algo bueno, y más si es libro, por lo pensado.  Es, pues, tan desgraciado el genio de algunos, que entre mil perfecciones toparán con solo un defecto que hubiere, y ése lo censuran y lo celebran: recogedores de las inmundicias de voluntades y de entendimientos, cargando de notas, de defectos, que es más castigo de su mal delecto que empleo de su sutileza.  Pasan mala vida, pues siempre se ceban de amarguras y hacen pasto de imperfecciones.  Más feliz es el gusto de otros que, entre mil defectos, toparán luego con una sola perfección que se le cayó a la ventura.

(149)

Saber declinar a otro los males.  Tener escudos contra la malevolencia, gran treta de los que gobiernan.  No nace de incapacidad, como la malicia piensa, sí de industria superior, tener en quien recaiga la censura de los desaciertos, y el castigo común de la murmuración.  No todo puede salir bien, ni a todos se puede contentar.  Haya, pues, un testa de yerros, terrero de infelicidades, a costa de su misma ambición.

(157)

No engañarse en las personas,  que es el peor y más fácil engaño.  Más vale ser engañado en el precio que en la mercadería; ni hay cosa que más necesite de mirarse por dentro. Hay diferencia entre el entender las cosas y conocer las personas; y es gran filosofía alcanzar los genios y distinguir los humores de los hombres. Tanto es menester tener estudiados los sujetos como los libros.

(190)

Hallar el consuelo en todo.  Hasta de inútiles lo es el ser eternos. No hay afán sin conorte: los necios le tienen en ser venturosos, y también se dijo “Ventura de fea”. Para vivir mucho es arbitrio valer poco; la vasija quebrantada es la que nunca se acaba de romper, que enfada con su durar. Parece que tiene envidia la fortuna a las personas más importantes, pues iguala la duración con la inutilidad de las unas y la importancia con la brevedad de las otras: faltarán cuantos importaren y permanecerá eterno el que es de ningún provecho, ya porque lo parece, ya porque realmente es así.  Al desdichado parece que se conciertan en olvidarle la suerte y la muerte.

(192)

Hombre de gran paz, hombre de mucha vida.  Para vivir, dejar vivir. No sólo viven los pacíficos, sino que reinan. Hase de oír y ver, pero callar. El día sin pleito hace la noche soñolienta. Vivir mucho y vivir con gusto es vivir por dos, y fruto de la paz.  Todo lo tiene a quien no se le da nada de lo que no le importa.  No hay mayor despropósito que tomarlo todo de propósito.  Igual necedad que le pase el corazón a quien no le toca, y que no le entre de los dientes adentro a quien le importa.

(193)

Atención al que entra con la ajena por salir con la suya.  No hay reparo para la astucia como la advertencia. Al entendido, un buen entendedor. Hacen algunos ajeno el negocio propio, y sin la contracifra de intenciones se halla a cada paso empeñado uno en sacar del fuego el provecho ajeno con daño de su mano.

(195)

Saber estimar.  Ninguno hay que no pueda ser maestro de otro en algo, ni hay quien no exceda al que excede. Saber disfrutar a cada uno es útil saber. El sabio estima a todos porque reconoce lo bueno en cada uno y sabe lo que cuestan las cosas de hacerse bien.  El necio desprecia a todos por ignorancia de lo bueno y por elección de lo peor.

(197)

Nunca embarazarse con necios.  Eslo el que no los conoce, y más el que, conocidos, no los descarta.  Son peligrosos para el trato superficial y perniciosos para la confidencia; y aunque algún tiempo los contenga su recelo propio y el cuidado ajeno, al cabo hacen la necedad o la dicen; y si tardaron, fue para hacerla más solemne.  Mal puede ayudar al crédito ajeno quien no le tiene propio. Son infelicísimos, que es el sobrehueso de la necedad, y se pegan una y otra. Sola una cosa tienen menos mala, y es que ya que a ellos los cuerdos no les son de algún provecho, ellos sí de mucho a los sabios, o por noticia o por escarmiento.

(214)

No hacer de una necedad dos.  Es muy ordinario para remendar una cometer otras cuatro.  Excusar una impertinencia con otra mayor es de casta de mentira, o ésta lo es de necedad, que para sustentarse una necesita de muchas.  Siempre del mal pleito fue peor el patrocinio;  más mal que el mismo mal: no saberlo desmentir.  Es pensión de las imperfecciones dar a censo otras muchas. En un descuido puede caer el mayor sabio, pero en dos no; y de paso, que no de asiento.

(230)

Abrir los ojos con tiempo.  No todos los que ven han abierto los ojos, ni todos los que miran ven. Dar en la cuenta tarde no sirve de remedio, sino de pesar.  Comienzan a ver algunos cuando no hay qué: deshicieron sus casas y sus cosas antes de hacerse ellos.  Es dificultoso dar entendimiento a quien no tiene voluntad, y más dar voluntad a quien no tiene entendimiento. Juegan con ellos los que les van alrededor como con ciegos, con risa de los demás. Y porque son sordos para oír, no abren los ojos para ver.  Pero no falta quien fomenta esta insensibilidad, que consiste su ser en que ellos no sean.  Infeliz caballo cuyo amo no tiene ojos: mal engordará.

(231)

Nunca permitir a medio hacer las cosas. Gócense en su perfección. Todos los principios son informes, y queda después la imaginación de aquella deformidad: la memoria de haberlo visto imperfecto no lo deja lograr acabado. Gozar de un golpe el objeto grande, aunque embaraza el juicio de las partes, de por sí adecua el gusto. Antes de ser todo es nada, y en el comenzar a ser se está aún muy dentro de su nada.  El ver guisar el manjar más regalado sirve antes de asco que de apetito. Recátese, pues, todo gran maestro de que le vean sus obras en embrión. Aprende de la naturaleza a no exponerlas hasta que puedan parecer.

(235)

Saber pedir.  No hay cosa más dificultosa para algunos ni más fácil para otros. Hay unos que no saben negar; con éstos no es menester ganzúa. Hay otros que el No  es su primera palabra a todas horas; con éstos es menester la industria.  Y con todos, la sazón: un coger los espíritus alegres, o por el pasto antecedente del cuerpo, o por el del ánimo.  Si ya la atención del reflejo que atiende no previene la sutileza en el que intenta, los días del gozo son los del favor, que redunda del interior a lo exterior.  No se ha de llegar cuando se ve negar a otro, que está perdido el miedo al No.  Sobre tristeza no hay buen lance. El obligar de antemano es cambio donde no corresponde la villanía.

(246)

Nunca dar satisfacción a quien no la pedía.  Y aunque se pida, es especie de delito, si es sobrada. El excusarse antes de ocasión es culparse, y el sangrarse en salud es hacer del ojo al mal, y a la malicia. La excusa anticipada despierta el celo que dormía. Ni se ha de dar el cuerdo por entendido de la sospecha ajena, que es salir a buscar el agravio.  Entonces la ha de procurar desmentir con la entereza de su proceder.

(247)

Saber un poco más, y vivir un poco menos.  Otros discurren al contrario. Más vale el buen ocio que el negocio.  No tenemos cosa nuestra sino el tiempo.  ¿Dónde vive quien no tiene lugar?  Igual infelicidad es gastar la preciosa vida en tareas mecánicas que en demasía de las sublimes;  ni se ha de cargar de ocupaciones, ni de envidia: es atropellar el vivir y ahogar el ánimo.  Algunos lo extienden al saber, pero no se vive si no se sabe.

(254)

No despreciar el mal por poco,  que nunca viene uno solo. Andan encadenados, así como las felicidades. Van la dicha y la desdicha de ordinario adonde más hay;  y es que todos huyen del desdichado y se arriman al venturoso.  Hasta las palomas, con toda su sencillez, acuden al homenaje más blanco. Todo le viene a faltar a un desdichado: él mismo a sí mismo, el discurso y el conorte.  No se ha de despertar la desdicha cuando duerme.  Poco es un deslizar, pero síguese aquel fatal despeño, sin saber dónde se vendrá a parar, que así como ningún bien fue del todo cumplido, así ningún mal del todo acabado. Para el que viene del cielo es la paciencia; para el que del suelo, la prudencia.

(255)

Saber hacer el bien;  poco, y muchas veces. Nunca ha de exceder el empeño a la posibilidad. Quien da mucho, no da, sino que vende. No se ha de apurar el agradecimiento, que, en viéndose imposibilitado, quebrará la correspondencia.  No es menester más para perder a muchos que obligarlos con demasía.  Por no pagar se retiran, y dan en enemigos, de obligados. El ídolo nunca querría ver delante al escultor que lo labró; ni el empenado, su bienhechor al ojo.  Gran sutileza del dar, que cueste poco y se desee mucho, para que se estime más.

(261)

No proseguir la necedad.  Hacen algunos empeño del desacierto, y porque comenzaron a errar, les parece que es constancia el proseguir. Acusan en el foro interno su yerro, y en el externo lo excusan, con que si cuando comenzaron la necedad fueron notados de inadvertidos, al proseguirla son confirmados en necios. Ni la promesa inconsiderada, ni la resolución errada inducen obligación. De esta suerte continúan algunos su primera grosería y llevan adelante su cortedad: quieren ser constantes impertinentes.

(262)

Saber olvidar:  más es dicha que arte.  Las cosas que son más para olvidadas son las más acordadas. No sólo es villana la memoria para faltar cuando más fue menester, pero necia para acudir cuando no convendría: en lo que ha de dar pena es prolija y en lo que había de dar gusto es descuidada.  Consiste a veces el remedio del mal en olvidarlo, y olvídase el remedio. Conviene, pues, hacerla a tan cómodas costumbres, porque basta a dar felicidad o infierno.  Exceptúanse los satisfechos, que en el estado de su inocencia gozan de su simple felicidad.



[1] GRACIÁN, BALTASAR: Oráculo Manual y arte de prudencia. Debate Editorial, Madrid (España) 2000, 158 páginas.

[2] BALTASAR GRACIÁN fue jesuita aragonés, pensador y escritor barroco, doctísimo autor y maestro del estilo conceptista.  Si bien el Oráculo manual y arte de prudencia es la más famosa de sus obras, su ingenio crítico y su afán moralista están presentes en todas ellas, desde su intrincada y extensa novela El criticón  hasta su preceptiva poética Agudeza y arte de ingenio, pasando por los tratados más breves El héroe  y El discreto… En esos escritos morales, Gracián, fino y sesgado lector de Maquiavelo, ofrece consejos y avisos sobre cómo triunfar en sociedad, en la sociedad cortesana y los círculos del poder. Entre sus consejos está muy significativamente aquél, tan maquiavélico, de usar la piel del león, y, cuando convenga, la del zorro. Triunfar a toda costa es el objetivo. Las máximas de Gracián, jesuita un tanto díscolo, son recetas sutiles y de sugerente agudeza, que insinúan un hondo recelo frente a las añagazas del mundo y los manejos cortesanos.

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