Una investigación reciente sugiere que las cualidades de las que el mundo necesita más desesperadamente, el amor, la bondad y la compasión, de hecho pueden enseñarse.
La tecnología de imaginología muestra que las
personas que practican meditación que se enfoca en la bondad y la
compasión realmente experimentan cambios en áreas del cerebro que las
hacen más perceptivas a lo que los demás sienten. "Potencialmente,
uno puede capacitarse para actuar de manera más benévola y altruista",
afirmó el coautor del estudio, Antoine Lutz, científico asociado de la
Universidad de Wisconsin en Madison. Sin embargo, todavía queda por probarse qué tanto se puede extrapolar esta idea. "Creo
que no hay duda de que la gente puede beneficiarse de estas prácticas",
apuntó el Dr. Louis Teichholz, director médico de medicina
complementaria y jefe de cardiología del Centro médico de la
Universidad de Hackensack en Nueva Jersey. "Creo que la pregunta es qué
tan fácil es capacitarse lo suficiente para que suponga una diferencia
clínica y no creo que este estudio responda a ese interrogante". Los hallazgos fueron publicados en la edición del 26 de marzo de la revista Public Library of Science One. Estudios
recientes de imaginología cerebral han sugerido que la ínsula y las
regiones de las cortezas cinguladas anteriores tienen que ver con la
respuesta empática al dolor de las demás personas. Pero no se sabe
mucho sobre cómo cultivar la compasión afectaría los circuitos
cerebrales. Además, investigaciones anteriores han indicado que
la meditación podría reducir la reacción del cerebro al dolor y que
podría realmente mejorar la salud cardiovascular al disminuir el riesgo
de síndrome metabólico. "La cuestión principal de la
investigación era determinar si algunas cualidades positivas, como la
bondad amorosa y la compasión, o en general, una conducta altruista
prosocial, pueden ser comprendidas como habilidades que pueden
enseñarse", explicó Lutz. De la misma manera en que el
entrenamiento en deportes, ajedrez o música produce cambios funcionales
y estructurales en el cerebro, los investigadores de Wisconsin deseaban
ver si cultivar la compasión a través de la práctica de la meditación
podía también producir cambios en el cerebro, lo que sugeriría que la
compasión podría considerarse una habilidad aprendida. En el
estudio participaron 32 personas, 16 monjes tibetanos y practicantes
laicos que habían meditado durante un mínimo de 10,000 horas en sus
vidas (los "expertos"), y 16 sujetos de control, a quienes se había
enseñado lo básico de la meditación de compasión sólo recientemente
(los "novicios"). El autor principal del estudio, Richard
Davidson, profesor de psiquiatría y psicología en la Universidad de
Wisconsin en Madison y experto en hacer imágenes de los efectos de la
meditación, ha estado colaborando con el Dalai Lama desde 1992,
estudiando los cerebros de monjes tibetanos. Para el estudio, se
instruyó a los individuos del grupo de control que primero desearan
bienestar y libertad del dolor a sus seres queridos, y luego que
desearan tales beneficios para la humanidad completa. "Estudiamos
si habían diferencias entre los expertos y novicios en la generación de
la compasión con la idea de que una práctica centran el esta tradición
[de meditación] es cultivar estas emociones positivas", dijo Lutz.
"Deseábamos ver si habían diferencias en la manera de reaccionar del
cerebro". Cada participante fue conectado a IRM funcional
mientras meditaba y mientras no lo hacía. Durante cada estado, los
participantes escuchaban sonidos diseñados para provocar respuestas, el
sonido negativo de una mujer angustiada, el sonido positivo de un bebé
que reía y el sonido neutral del ruido de fondo de un restaurante. "Mostramos
una activación alterada en los circuitos cerebrales que anteriormente
se han relacionado con la empatía y a la toma de perspectiva o la
capacidad de comprender las intenciones y estados mentales de los
demás, y, más precisamente, la ínsula se activó más, sobre todo en
respuesta a los sonidos emocionales negativos", señaló Lutz. Especialmente
en los monjes, estas áreas del cerebro se activaron aún más cuando
escucharon los gritos de la mujer angustiada, afirmó. Los
autores del estudio esperan que los hallazgos podrían ayudar algún día
con una variedad de problemas, entre ellos reducir la incidencia de
acoso en las escuelas o ayudar a las personas que padecen de depresión. "El
próximo paso es ver si funciona", dijo Lutz. "Si funciona, se puede
aplicar a poblaciones selectivas, como por ejemplo las personas
deprimidas, o más ampliamente en la educación".
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