Los pacientes con hepatitis C que alcanzan la curación disminuyen el riesgo de desarrollar cirrosis hasta prácticamente un cero por ciento. Ésta es la conclusión del primero de los tres estudios que ha presentado Xavier Forns, de la Unidad de Hepatología del Hospital Clínico, de Barcelona, en la XLIII Reunión Anual de la Asociación Europea para el Estudio del Hígado (EASL, según sus siglas en inglés), que se está celebrando en Milán.
“Nos encontramos con esta cifra cuando
intentábamos ver el impacto de la terapia estándar, interferón pegilado
y ribavirina, en una serie de más de 800 pacientes -dice Forns-. Quizá
un dato negativo y que hay que tener en cuenta es que en aquellos
enfermos que no se curan, sobre todo los que además tienen una edad
avanzada, el riesgo de progresar a cirrosis es elevado. En los próximos
años tendremos que centrarnos en estos pacientes y luchar para que
puedan recibir tratamiento triple con nuevos fármacos”.
El
segundo estudio coordinado por Forns, miembro del comité científico de
la EASL, analizaba el tratamiento de los pacientes con hepatitis C que
están en lista de espera para recibir un trasplante de hígado. “Este
ensayo ha demostrado que podemos evitar la infección del injerto por el
virus C antes del trasplante en uno de cada cuatro enfermos. Hemos
detectado que en pacientes con enfermedad avanzada el tratamiento
estándar aumenta el riesgo de infección bacteriana. Por tanto, la
conclusión de este trabajo es que hay que tratarles pero
seleccionándolos muy bien”.
Por otro lado, hasta ahora el
método ideal para medir la fibra en el hígado era la biopsia hepática.
El último estudio presentado por el grupo de Forns utiliza otra técnica
nueva, el Fibroscan, para medir la fibrosis hepática de forma
muy precoz -en los primeros meses después del trasplante-. “De esta
manera podemos ver qué enfermos tienen un mayor riesgo y tratarlos
rápidamente. Ya habíamos probado las ventajas del Fibroscan en
pacientes trasplantados, pero ahora hemos observado que utilizándolo
precozmente se consigue agilizar el abordaje de esta patología”. Este
método mide la elasticidad de un cilindro hepático, una muestra cien
veces mayor que la obtenida en la biopsia. Además, es ampliamente
aceptado por los pacientes al tratarse de una técnica no invasiva.
Donante y receptor
Los
riesgos que corren tanto el donante como el receptor en el trasplante
de hígado se agudizan en determinadas situaciones. “Lógicamente, cada
vez hay menos accidentes de tráfico, con lo cual la edad de los
donantes va subiendo y eso tiene un impacto importante en el pronóstico
del trasplantado. La discusión versa sobre a quién le va mejor este
hígado que procede de un donante añoso”, ha comentado Forns, moderador
de una mesa en la que “no se ha llegado a grandes conclusiones, sin
embargo, se han mostrado datos que pueden ayudar a que en unos años
tengamos una mayor idea sobre cómo actuar”.
En la
actualidad, la mayoría de centros utilizan un sistema en el que se
prioriza al receptor que está en lista. Así, los pacientes más graves
son trasplantados antes que los que tienen menos probabilidad de morir
mientras esperan un órgano. “Este método de actuación parece muy fácil
porque se basa en un número que deriva de una serie de parámetros
objetivos. Pero no es tan sencillo, ya que la medicina no es matemática
y hay excepciones. Lo que significa que siempre hay pacientes que no se
ven bien representados en estas puntuaciones que miden la gravedad de
la enfermedad”.
¿Hay que trasplantar a pacientes que están
muy graves o son demasiado mayores? “Es muy sencillo establecer
criterios para meter pacientes en lista de espera pero éticamente es
muy difícil sacarlos de ella. No se sabe si la sociedad aceptaría este
reto, puesto que es un tema que varía dependiendo del país y de la
cultura. No obstante, ¿es ético utilizar un recurso que no da muy
buenos resultados? Para poder decidirlo habría que establecer una serie
de criterios. Existen ciertas ocasiones, como cuando nos encontramos
con pacientes con cirrosis muy avanzada, en las que la decisión está
más clara, ya que el hecho de trasplantarlos afecta al pronóstico y
baja la supervivencia.
En palabras de Forns, otros casos que
plantean una especial problemática son los pacientes que se trasplantan
por una cirrosis provocada por hepatitis C, porque el virus C
posiblemente recurra en el injerto. “Por esta razón, no podemos
añadirles otro daño como el que acarrea un hígado de un donante muy
mayor. Esto complicaría mucho el manejo de la lista porque nos obliga a
hacer excepciones”.
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