La probabilidad de padecer este tipo de arritmia aumenta con las horas de ejercicio físico realizadas. Pese a que el ejercicio físico practicado de manera regular disminuye
la probabilidad de padecer enfermedades cardiovasculares, algunos
estudios ya habían vinculado la práctica de deporte con el riesgo de
fibrilación auricular. La incidencia de fibrilación auricular aumenta
con la edad, pasando de un 0,4% en la población general a casi un 5% en
los mayores de 65 años. A pesar de que en el desarrollo de la arritmia
se han identificado algunos factores como la presencia de
valvulopatías, la edad o la hipertensión entre otros, hasta en un 30%
de los casos se desconoce la causa que la provoca.
Un trabajo realizado en el año 2002 ya reveló que los hombres que
presentaban fibrilación auricular de causa desconocida practicaban
deportes de resistencia con mayor frecuencia que la observada en la
población general. La investigación actual, efectuada por el mismo
grupo, ha pretendido ir más lejos y ha valorado si la actividad física
en general, incluso la ligada a la actividad profesional, podría
influir en el desarrollo de la arritmia. Con este fin, los autores
examinaron a un grupo de 107 individuos menores de 65 años que habían
acudido al servicio de urgencias con un episodio de fibrilación
auricular (FA) de menos de 48 horas de duración.
Más ejercicio, más arritmias
Los datos de este grupo se compararon con otro grupo control de 107
individuos voluntarios sanos emparejados por edad y sexo. Todos los
sujetos fueron sometidos a un cuestionario en el que se registraban las
horas de ejercicio físico, tanto el efectuado en su tiempo libre como
el ligado a su actividad laboral, y fueron clasificados en cuatro
niveles de intensidad. Los resultados muestran que la práctica de
deportes de resistencia durante años aumenta tres veces el riesgo de
presentar fibrilación auricular y cinco la fibrilación auricular de
tipo vagal (que es la que aparece durante el sueño o tras las comidas
debido a una disminución de la frecuencia cardiaca y aumento del tono
parasimpático).
Asimismo, se constata que existe un efecto acumulativo, y que la
probabilidad de padecer esta arritmia se incrementa de manera
proporcional con la cantidad de ejercicio físico que se practique a lo
largo de la vida. En el estudio, además de la actividad física, se
concluye que la altura del individuo y el tamaño de una de las
cavidades del corazón (la aurícula izquierda) están implicadas en el
desarrollo de FA. Los individuos más altos y los que tienen unas
mayores dimensiones de esta cavidad presentan una mayor probabilidad de
presentar FA.
La probabilidad
de padecer FA se incrementa proporcionalmente con la cantidad de
ejercicio físico que se practique a lo largo de la vida
El mecanismo por el cual el ejercicio influye en la aparición de FA
no es del todo conocido, aunque parece estar relacionado con las
sobrecargas de volumen y presión a las que se encuentra sometido el
corazón durante el ejercicio. El corazón del atleta sufre una
adaptación fisiológica al ejercicio, con un incremento del tamaño de
las aurículas y de la masa de los ventrículos. También se ha constatado
que los corredores pueden desarrollar fibrosis auricular, uno de los
sustratos reconocidos de FA. Estudios recientes sugieren que el
ciclismo puede provocar, a largo plazo, cambios arritmogénicos a nivel
del ventrículo derecho en individuos susceptibles. "El deporte es sano,
pero debemos ser conscientes de nuestras capacidades y no exigirnos
altos rendimientos a partir de ciertas edades", concluye el coordinador
de este estudio, Lluís Mont, médico investigador del Instituto del
Tórax del Hospital Clínic. Es de esperar que nuevos estudios aporten
información para determinar la magnitud del riesgo y el nivel de
ejercicio por encima del cual éste se incrementa.
Tipos de ejercicio
Numerosos estudios han demostrado los efectos beneficiosos del
ejercicio físico sobre la salud. A nivel cardiovascular, mantenerse en
forma disminuye la tensión arterial en reposo y favorece el control de
la hipertensión arterial ligera-moderada. El entrenamiento aeróbico
produce un descenso de la frecuencia cardiaca en reposo y también
durante la realización de ejercicio físico de intensidad moderada. La
actividad física también mejora el perfil lipídico; se observa un
descenso de los triglicéridos sanguíneos y un incremento de las HDL
(colesterol "beneficioso"). Otro efecto positivo es el control de la
obesidad y también el de la diabetes, ya que el ejercicio disminuye las
necesidades corporales de insulina.
Se aprecian dos clases de ejercicio físico según el método de
obtención de energía que utilizan las células musculares. Sus
diferencias a nivel práctico están en la intensidad y la duración. Los
ejercicios aeróbicos son aquellos en los que el oxígeno es el
intermediario que ayuda a las fibras musculares a obtener la energía
necesaria para realizar la acción. Esta energía se produce mediante
reacciones químicas de oxidación-reducción, y utiliza como combustible
hidratos de carbono o lípidos y, como oxidante, el oxígeno. A nivel
práctico se caracterizan por ser de baja-moderada intensidad y larga
duración. Por este motivo resultan especialmente beneficiosos para
"quemar" grasa y reducir peso, así como para ejercitar el sistema
cardiovascular y respiratorio. Hablamos de andar, nadar, correr o
pasear en bicicleta.
En el ejercicio anaeróbico, por contra, la metabolización de la
glucosa se efectúa sin la presencia de oxígeno y tiene como producto
final el ácido láctico. Es este ácido láctico acumulado el responsable
del agarrotamiento muscular después de un ejercicio realizado en un
tiempo corto y de máxima intensidad. A nivel práctico, los ejercicios
anaeróbicos suelen ser de intensidad máxima y muy corta duración. Son
beneficiosos para el sistema musculoesquelético, ya que lo fortalecen y
lo tonifican. Dos buenos ejemplos son levantar pesas o las carreras de
velocidad. Efectuar uno u otro tipo de ejercicio depende de los
objetivos que se pretendan, aunque se recomienda alternar ambos.
ARRITMIA FRECUENTE
La fibrilación auricular (FA) es la arritmia cardiaca más frecuente y
también la que genera mayor número de consultas a los servicios de
urgencia. Puede presentarse en forma paroxística (episodios que se
autolimitan) o bien establecerse de forma persistente. Es frecuente que
los pacientes hayan padecido varios episodios paroxísticos antes de que
la arritmia se instaure de forma permanente. En condiciones normales,
los latidos del corazón siguen un ritmo, con variaciones que dependen
del tipo de actividad física, pero siempre manteniendo un orden.
En la fibrilación auricular este orden se pierde y, en general, el
corazón tiende a ir más rápido. Entre los síntomas más habituales están
las palpitaciones y sensación de dificultad para respirar, aunque en
algunos casos no hay síntomas y el problema se descubre de forma casual
durante una exploración rutinaria. Se desarrolla tanto en presencia de
cardiopatía subyacente como en corazones sanos. En las personas de edad
y, sobre todo en hipertensos, este tipo de arritmia se relaciona con la
presencia de fibrosis a nivel de la aurícula izquierda.
Uno de los problemas que conlleva la FA es el mayor riesgo de
tromboembolismo, que se incrementa de forma proporcional a la edad del
paciente; multiplica por cinco el riesgo de accidente vascular cerebral
y es la responsable del 15% de ellos. Para minimizar el problema, uno
de los pilares en el tratamiento es la terapia con fármacos que
reduzcan la formación de trombos, como la aspirina y los dicumarínicos
(Sintrom ®). En los últimos años ha surgido una nueva técnica: la
ablación mediante radiofrecuencia.
Como mecanismo implicado de la FA se han descrito focos
arritmogénicos en las venas pulmonares que pueden actuar como
precipitantes de la arritmia. A través de un catéter que incorpora un
electrodo, se identifican estas zonas y se transmite una moderada
corriente eléctrica que destruye una pequeña porción del tejido
miocárdico. Así se consigue aislar estos focos creando una especie de
barrera que impide que los estímulos anómalos generados puedan
propagarse.
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