Hace algunas décadas, cuando la taquicardia, los mareos, la sensación
de ahogo, de pérdida del control y de muerte inminente se convertían en
síntomas inocultables, era frecuente que, quienes los sufrían,
iniciaran una peregrinación por distintos consultorios, que rara vez
desembocaba en un diagnóstico preciso. Así, transitaban la adolescencia sin un tratamiento adecuado para los trastornos de ansiedad.
Según los expertos en salud mental, como empezaron a ser entendidos
como patologías, los pacientes consultan antes, y son cada vez más los
niños, adolescentes y jóvenes que son diagnosticados por fobias, crisis
de ansiedad y ataques de pánico.
Según Gustavo Bustamante, vicepresidente de la Fundación Fobia Club,
ahora detectan trastornos de ansiedad social a los 14 años, cuando
antes era después de los 20. Y sostiene que los trastornos de pánico se
detectaban cerca de los 30 años y ahora llegan cerca de los 22 y evitan años de padecimiento:
"Antes, cuando aparecía la taquicardia, iban al cardiólogo sin saber
que padecían un trastorno mental. Ahora empezaron a reconocer las
patologías más tempranamente, por eso aumentó el diagnóstico".
La importancia de la detección temprana radica en que, según un estudio de Fobia Club entre 3.700 personas, el 67% de los pacientes viene de otros tratamientos, la mayoría de un diagnóstico erróneo.
Y más de la mitad medicados, cuando a veces no tienen diagnóstico, la
patología no lo indica o requiere otro tratamiento. Se calcula que en
el mundo el 28% de la población sufre algún trastorno de ansiedad. La
cifra es similar para la Argentina. Según este estudio, aquí los
trastornos de ansiedad generalizada subieron, entre los años 2000 y
2007, del 3% al 14% por "la inseguridad social, la incertidumbre
generalizada, la violencia y el estrés".
Enzo Cascardo,
presidente de la Asociación Argentina de Trastornos de Ansiedad, suma:
"Los miedos que antes eran considerados evolutivos e inseparables de la
adolescencia, empezaron a generar la sospecha de algún tipo de pánico,
fobia o ansiedad. La adolescencia es un terreno fértil para las fobias sociales, porque es cuando la sociedad empieza a esperar algo de uno".
Rolando
Imperiali, director de Libertad sin Miedo y ex docente de la UBA,
explica: "La emergencia de la angustia en esta etapa se debe a la
estructura social de la Argentina. El trabajo y los estudios implican una demanda desmedida a la que el adolescente no sabe poner límites. Es ahí cuando falla en su rendimiento y se angustia".
Como
crecen las exigencias para no quedar fuera del circuito, la primera
juventud sigue siendo terreno inestable: "Los trastornos aparecen
cuando se empiezan a valorar las circunstancias. Es el caso de los
nuevos profesionales que siendo muy jóvenes tienen personas a cargo en
grandes empresas. Pueden sentir que la situación los sobrepasa, se
colman de dudas y comienzan a preocuparse de no poder sostenerlo",
explica Bustamante. Y agrega: "Aparece una toma de conciencia de la
posibilidad de morir, por eso muchos cuando tienen un hijo empiezan a
cuestionarse si podrán estar siempre. Eso puede llevarlos a extremar
sus cuidados personales y hacia los otros".
Los especialistas
hasta empezaron a detectar casos en niños: "El chico no para, le cuesta
adaptarse, tiene insomnio, sueños terroríficos. Solían confundirse y
diagnosticarse como trastornos de hiperactividad o déficit de atención
(ADD) cuando ahora se sabe que lo que tienen son trastornos de ansiedad
y crisis de pánico", dice Mónica Peisajovich, psicóloga especialista en
lactantes y niños. Y explica que es por las presiones escolares,
y usual en quienes deben hacerse cargo de sus hermanos menores."Ahora
estamos más capacitados para detectar crisis de pánico y distinguir las
sutiles diferencias con el ADD", coincide Cascardo.
"Los trastornos de ansiedad tienden a ser crónicos pero tienen buen pronóstico.
En la terapia se les enseña a tolerar la incertidumbre, la espera y la
sensación de tener que controlar todo y a corregir ciertos hábitos como
chequear permanentemente si le pasó algo a alguien", alienta
Bustamante. Un aliento cuando se presume un callejón sin salida.
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