Se calcula que en todo el mundo hay 300 millones de personas con esta enfermedad, 30 de ellos sólo en Europa.
El asma es una enfermedad respiratoria
crónica. Cuando una persona presenta asma, las paredes internas de sus
vías respiratorias son sensibles a ciertas sustancias y pueden
inflamarse. Al hacerlo, se estrechan y los pulmones reciben menos aire.
El asma se presenta con síntomas como disnea (dificultad para
respirar), sibilancias (pitidos), sensación de opresión en el tórax y
tos. Los síntomas y la gravedad del asma varían a lo largo del tiempo.
Aunque no se conoce con exactitud su causa, sí se sabe que el trastorno
es producto de una combinación de factores hereditarios y ambientales.
En un elevadísimo porcentaje de casos (hasta el 90%), hay sustancias
llamadas alergenos que desencadenan las crisis. Los alergenos más
conocidos son los ácaros del polvo, los restos de piel de animales, el
polen de las plantas y ciertos hongos. Además, estar expuesto a
sustancias irritantes como algunos químicos y al humo del tabaco, son
factores que también hacen empeorar a los pacientes asmáticos. Por el
contrario, hay estudios que han identificado factores que reducen el
riesgo de padecer asma, entre ellos están la lactancia materna y el
hecho de residir en zonas –urbanas o no- con una determinada densidad
de árboles por kilómetro cuadrado.
Se calcula que en todo el mundo hay 300 millones de personas con
esta enfermedad, 30 de ellos sólo en Europa. En España afecta al 6% de
la población general (5% de la población adulta), según recientes
estimaciones.
De acuerdo con datos de la Sociedad Española de Neumología y Cirugía
Torácica (SEPAR), las enfermedades respiratorias están detrás del 10%
de la mortalidad en España. La previsión es que en los próximos años
afecten aún a más personas, tanto por la mayor exposición a la polución
y otros fenómenos en la órbita del cambio climático como por el
tabaquismo activo y pasivo y el envejecimiento de la población. En
general, según dicha sociedad científica, el creciente urbanismo y el
estilo de vida occidental se asocian a un aumento de la morbilidad y
mortalidad por causas respiratorias.
Si bien afecta a todos los grupos de edad, es frecuente que los
primeros síntomas se produzcan durante la infancia. Aproximadamente la
mitad de los pacientes convive con la enfermedad desde antes de cumplir
los diez años.
Cuando los síntomas del asma empeoran, se produce una crisis. En
una crisis severa, las vías respiratorias pueden cerrarse tanto que los
órganos vitales no reciben suficiente oxígeno.
El asma se trata con dos tipos de medicamentos. Unos se utilizan
para el alivio rápido; otros se administran para controlarla a largo
plazo, evitando la aparición de los síntomas.
En algunos casos, los pacientes experimentan síntomas
especialmente intensos y, además, no responden satisfactoriamente a las
terapias convencionales. No se sabe con exactitud qué proporción de
pacientes con asma desarrolla asma grave. En la bibliografía científica
suele citarse la cifra del 5%, cita extrapolada de diversos estudios
con metodologías también diversas. Sobre su causa se barajan posibles
factores genéticos y ambientales, aunque estos hallazgos están aún por
confirmar.
El asma grave tiene un serio impacto en la vida de los pacientes.
Afecta a sus relaciones, a su vida social e incluso a sus oportunidades
laborales.
Según la Federación Europea de Asociaciones de Enfermedades
Alérgicas y Respiratorias (EFA), el 75% de los pacientes con asma grave
tiene problemas para conciliar el sueño o descansar correctamente.
Además, uno de cada cinco aproximadamente experimenta una vez por
semana una crisis asmática que llega a impedirles hablar. Más de la
mitad de estas personas sufren ansiedad y estrés por efecto de la
enfermedad.
A los pacientes que desarrollan asma entre moderada y grave se les
administra diariamente tratamiento, durante periodos largos de tiempo,
para intentar controlar la enfermedad. No obstante, existe entre los
expertos una preocupación extendida porque los estudios más recientes
constatan que una elevada proporción de pacientes (según el estudio
GOAL, por ejemplo, el 38%) no logra controlar la enfermedad.
Por ese motivo, se buscan alternativas que mejoren la calidad de vida de todas estas personas.
En principio, las terapias actuales se basan en un intento de
aliviar los síntomas reduciendo la inflamación y la broncoconstricción
(contracciones musculares de las vías aéreas de los pulmones). El mejor
conocimiento del sistema inmunológico está permitiendo a los
especialistas adelantarse y aplicar tratamientos que impiden que se
lleguen a presentar los síntomas.
Otra posible mejora, una tradicional demanda de los pacientes, es
que los tratamientos sean lo más sencillos posible, ya que cuantos
menos fármacos deban tomarse y cuanto menor sea la frecuencia de
administración de las dosis, más fácil será para ellos cumplir a
rajatabla las recomendaciones del médico en cuanto a terapia
farmacológica y mejorar el control de la enfermedad, que se hace
especialmente complicado cuando los pacientes son menores.
Por parte de los especialistas, el seguimiento riguroso puede
contribuir enormemente a detectar a las personas que no controlan
debidamente la enfermedad para poder ayudarlas cuanto antes. De acuerdo
con la Academia Americana de Alergología, Asma e Inmunología (AAAAI),
es necesario que se evalúe el control del asma cada vez que un paciente
asmático visita a su médico o a otro profesional sanitario, incluso
aunque acuda por otro motivo. En función de dicha evaluación, habría
que modificar la terapia de manera que se aproveche de manera óptima el
arsenal terapéutico a disposición de los médicos y de sus pacientes.
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